Atizar las brasas: Reflexiones (contradictorias) tras el 8M

No sabía si marchar este 8M (recomiendo leer esta columna sobre el 8 de marzo). No sabía si salir, el año pasado decidí no participar. Esta semana me preguntaron por mis planes, sabía que quería estar afuera. De hecho, respondí algo como: a la tarde pa’ la calle. Pero sin nada claro. 

En Chile, luego de la frustración y dolor post plebiscito de septiembre de 2022, pero también sumado a lo que ocurrió –y que ha sido borrado a través del cambio de narrativa en los medios de prensa hegemónicos y por la clase política– en octubre de 2019 y que inició con las manifestaciones de las estudiantes, hay desánimo.

El martes se inauguró la exposición Nuestra furia es conciencia, en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, que reúne artículos de opinión, declaraciones, e imágenes de la revista Furia. En los afiches de la exposición que se distribuyen hacia el fondo del museo, se ve a sus creadoras recortando y pegando ilustraciones y papeles con UHU, para un nuevo número de la revista Furia –que se puede revisar también junto a otras boletinas feministas en el Archivo de Mujeres y Géneros de la Biblioteca Nacional–. La Furia, se produjo entre 1981 y 1984, por la Federación de Mujeres Socialistas y se creaba y circulaba de forma clandestina. En una de sus editoriales, algunas escritas por la mismísima Julieta Kirkwood, dice: ”Tengo ganas de salir con carteles a la calle y encontrarme con multitudes para cambiar la vida”. “Quiero hacerlo clandestina”, dice también. Tener ganas de salir cuando todo, incluso reunirse en la vía pública era ilegal, es totalmente desconocido para las generaciones posteriores, comentó una de las participantes en el evento. “Para mí (la Furia), es una foto, un ejercicio de memoria”, dijo en el evento. ¿Cómo no detenernos en esto? Ayer leí un rayado afuera de una tienda que decía “con las regias en la calle puestas pal bellakeo”. Eso es, hay que encontrar otras maneras, pienso. A 50 años del golpe militar, no veo otra cosa posible que recurrir a la memoria o preguntarnos qué hicieron las que vinieron antes en un contexto aún más adverso.

Ayer me sentía nerviosa –aviso que capaz esto esté teñido de muchas impresiones personales–, pero si no tuviera corazón no sé si podría identificar las emociones que me movilizan y hoy es confuso, sé para varies lo es, y pareciera que estamos en un momento de introspección y rearticulación. La primera palabra la conozco, la segunda está llena de incertidumbre. Tal vez algo cambie, y tal vez tome mucho tiempo, pero al menos yo quiero estar y verlo, sentirlo con el cuerpo y combatirlo desde donde esté. Ocupar el espacio, es lo único que tengo: ocupar todo donde habito. 

En el Palacio Pereira las compañeras de editorial Hambre llamaron a una jornada de  agitación urgente, durante casi todo el día se reunieron con materiales para crear carteles y conversar sobre las artes gráficas y los diversos formatos posibles imaginables para propagar ideas. 

Tipo cinco de la tarde, fui a dejar la bici a la casa, pero antes di una vuelta por el centro, y vi grupos de cabres caminando, vi parejas de la mano, vi a gente muy joven, guaguas, vi abuelas, vi a colectivas gritando y sosteniendo sus lienzos con el sol a las espaldas por la Alameda vacía de autos y micros, pero copada por nosotres. La calle nos pertenece, creí sentir de nuevo. 

Salí caminando alternando el paso por las dos pistas cortadas y empecé a ver caras conocidas que venían desde poniente a oriente, abracé a amigas que no veía hace tiempo. Le hice una foto a una persona con un cartel al cuello que dice “aborta el cis-tema”. Éramos bastantes, si mirabas hacia un lado u al otro no se veía el final, ni el principio. La RedLesbofeminista llamó a armar una cancha para jugar a la pelota, mujeres mapuche, racializadas, mujeres con sus perros, torsos pintados y culos desnudos, bailes. 

Recorrí más hacia la cordillera y de a poco la escena tomaba la forma de una imagen que hace tiempo no veía, que pensaba que era parte de un pasado difuso al que no volveríamos, una especie de foto sobrepuesta se me vino a la cabeza de otros años, de otras marchas, de otros 8M, de otras luchas, fotos históricas de las mujeres del MEMCH dando cara a la dictadura, o la de nosotres hace no tanto y por las mismas calles cuando era octubre: la avenida principal de Santiago llena de lado a lado con pancartas y personas manifestándose. Tal vez se trata de calentar el rescoldo, de tomar esos restos de fuego pequeñito, medio apagado, medio muerto, juntar lo que queda entre las cenizas.

¿Es ‘micropolítica’ si retomamos los espacios de incidencia de cada une aunque sean la sala de clases, el trabajo, el barrio?

Este tipo de dudas surgen cuando nos juntamos alrededor de una mesa, a veces llegamos a conclusiones como hay que moverse, hay que ir, hay que. A veces no está el ánimo y lo entiendo, me pasa también, me pasa que siento que estoy desmoralizada, pero ayer comprobé que al menos en Santiago sí había, había ímpetu, esas ganas de juntarse estaban, esas ganas de vincularse, de decir estamos aquí

En la casa central de la Universidad Católica hay unos stencil con tinta roja que anuncian “Trabajo sexual es trabajo”. Vi rayado un “todaes” con letras de todo lo alto de la pared afuera del GAM y eso deseo; un lugar donde quepamos. Ahí mismo en el piso hay un pañuelo verde dibujado que encierra la palabra memoria. De la placa exterior del edificio colgaba una tela que decía “¿Quién mató a Ana Cook?”. Al mismo tiempo, el Colectivo Tornada, parte del movimiento social de mujeres sordas, exigía “Justicia para Cami”. Banderas lesbianas, banderas asexuales, banderas trans. Esto es. Pero, ¿cómo nos reconectamos?

Escuché algunas canciones del acto organizado por el Frente Musical Combative, sobre el techo de las ruinas del quemado Cine Arte Alameda. Cuando comenzó a tocar MC Millaray debieron terminar el show antes de lo previsto (pese a que quedaba una lista de artistas entre ellas Camila Moreno y Natalia Valdebenito), debido a ataques con palos, fierros, piedras y botellas, por parte de gente encapuchada a personas que seguían en la marcha. 

Hoy quise conocer otras impresiones y despierto para preguntar a quienes me encontré. “Vi mucha gente joven”, “también muchas cuicas y me dan ganas de gritarles que se vayan”, “creí que ya no era como antes y aquí me reencontré con compañeres”, me dicen otres. También hubo amigues no binaries quienes me contaron “no marcho porque el feminismo no me convoca”, otres que, con razón, argumentan “me da lata que me confundan o que me echen”. 

¿No es más fácil ir de la mano contra el enemigo? Al patriarcado y, sobre todo al capital, le conviene la atomización, la no afectación, la fragmentación, que no nos comuniquemos, que nos odiemos. Le sirve la indiferencia, que no nos movilicemos y que nos cansemos de insistir, pero yo quiero creer que en esa política diaria, que nace de las necesidades y experiencias de cada una y une, sí sirve, aunque nos demoremos y aunque nos cueste. 

María Galindo lo gritaba hace unos meses en la presentación de Feminismo Bastardo (editorial Usach), parada en una silla desde el segundo piso del Palacio Olguín, según las notas que tomé ese día: “Les cambio el derecho a voto, por el derecho a no ser asesinadas”, la reacción del público fue el silencio. Pero también, dijo una frase que resuena con este momento en que pareciera ser que las luchas han sido aplacadas por discursos robados, y mientras masticamos la desesperanza, creo que sirve para recordar(nos): “El feminismo debe ser intuitivo y no es apropiable, ese es el fuego que hay que atizar”. 

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