8 de marzo: Nunca fui tan consciente del asalto y repliegue de una ola

Llevo semanas preguntándole a las mujeres (y cuando digo mujeres, también digo mujeres trans, por si alguien tiene alguna duda de lo que nos importa por acá) que me cruzo ¿cómo las encuentra este 8M? Agotadas física y emocionalmente, dicen algunas. Desesperanzadas, dicen otras. Enojadas. 

Nunca fui tan consciente del asalto y repliegue de una ola.

Y creo que para ello existen causas externas e internas, dentro del movimiento. La más evidente, claro, el fracaso del proyecto de nueva constitución el 4 de septiembre pasado. Siempre sostuve, al igual que muchas otras, que sin las protestas de las estudiantes en el 2018, sin el 8 de marzo de 2019, no había 18 de octubre. En noviembre de ese año, en medio de las protestas, LasTesis nos lo recordaron en manera de performance. El rechazo al proyecto de constitución golpeó profundamente los imaginarios de otra vida posible en un país que parecía escrito en piedra por gente que nunca se vio ni vivió como nosotras y ese día parecía ser el recordatorio, la confirmación, de que seguiría siendo así. Una especie de no se suban por el chorro, rotitxs. 

Pero también cada vez tengo más claras algunas causas internas. Veo un fracaso en el devenir del #MeToo, por ejemplo. Lo veo en que la herramienta de la funa perdió por completo su poder y razón de ser (algo tristísimo en un país marcado por la impunidad, además, paradojalmente triste). Lo veo también en la profunda banalización de la violencia. Y si hago memoria a algunos años atrás, me pregunto ¿cómo no? ¿Cómo construir una casa nueva si no hay cimientos? La casa: un nuevo compromiso social. Los cimientos: organización política (civil) fuerte.

¿Otro fracaso? La gran dificultad de hacer frente a la ultraderecha y todos aquellos sectores opositores capturando estrategias, códigos y lenguaje de los movimientos feministas. ¿Sabían que así como existía el programa en YouTube de los Bad Boys del Partido de la Gente también estaba el de las Bad Girls? O, como olvidarlos, si los tenemos en la punta de la nariz todos los días: señores enviando columnas a destajo en medios de comunicación diciendo que son parte de una censura, de una cultura de la cancelación. Aunque los leamos y escuchemos en plataformas gigantes todos los días, hasta cuando no queremos. Es como si todo fuera un magma que adopta diferentes formas, se mete y nos trampea. Y en la confusión, perderse en el bosque es muy fácil. 

Más fracasos. Y este lo tuve claro desde hace mucho tiempo, pero poco se conversa, creo. La iconización de otras como representantes de un movimiento feminista. Personas con agendas personales y que pueden cometer errores. Una pésima estrategia. Aún cuando es positivo que los temas que atañen a los feminismos circulen y se debatan por cada vez más personas y que de allí nazcan demandas y proyectos de cambio, el influencerismo del feminismo es una trampa. Una trampa porque en algunas áreas no deja de ser igual al techo de cristal neoliberal, en donde a través de los discursos solo son algunas las que pueden cambiar sus vidas, sacando réditos de algo que no tiene dueña, mientras que la gran mayoría de las mujeres siguen teniendo una vida llena de dificultades. Pero también una trampa (tanto para ellas como para los movimientos) porque la subida y pronta caída de esos nombres, esas caras, es inevitable. Las feministas no somos la Virgen María, también podemos ser horribles personas en un momento determinado y el hecho de poner esperanzas y cargas morales sobre una sola persona, es una pésima estrategia para un movimiento cuya fuerza, a lo largo de la historia, solo reside en lo comunitario. 

¿Qué significa vivir en un país en donde a la cabeza existe un gobierno feminista? Aún no lo sé. Solo tengo claras dos cosas: Uno, que al igual que Rita Segato carezco de fe institucional, como planteó hace algunos días y, por otro lado, coincido con lo que dijo Alondra Carrillo en una entrevista hace poco: “El hecho de que un gobierno se defina como ‘feminista’, es una señal de la potencia del movimiento feminista y su carácter ineludible”. Y bajo esa premisa, para aquellas que se sienten cada vez más lejanas a la organización feminista, como idea, creo que no deben temer a la cooptación. Al contrario, creo que los feminismos organizados van en paralelo siempre y son ellos los que empujan los cambios. Es lo que nos ha mostrado la historia a lo largo del tiempo y yo no soy nadie para no creerle a la historia escrita por las que vinieron antes. El camino es por ahí. 

¿Más fracasos? Si ya no bastara con la ultraderecha ejerciendo violencia simbólica, discursiva, legislativa y más, frente a los avances que pueden existir para que las personas trans mejoren su vida, aparecen más y más feministas transexcluyentes. Y ¿por qué lo menciono como un fracaso? Porque quienes no lo somos, estamos en deuda con generar más espacios en común y condiciones para que las compañeras trans puedan sentir que, aunque entre mujeres cis y trans existan luchas puntuales que son diferentes, vamos de la mano. Que la vida de una no mejora si la vida de la otra tampoco cambia. Así de simple. 

El hecho de remarcar fracasos no tiene que ver con mirar el vaso medio vacío, sino por el contrario, buscar cuáles son nuestras sombras, ver cómo podemos arreglar lo que hemos hecho mal. Y quiero decir también que cuando veo fracasos, sin duda veo triunfos. En el 2019, periodistas en programas de televisión abierta preguntaban cerca del 8 de marzo de ese año ¿qué tiene que ver el feminismo con las pensiones? ¿Qué tiene que ver el feminismo con el medio ambiente? Creo que esas preguntas no las están haciendo cuatro años después. Creo que a estas alturas ya lo tienen más claro. Y vuelvo a la cita de Alondra: los feminismos son ineludibles. Están en todos los espacios, el punto es que debemos ser estratégicas e intentar detectar a tiempo cuándo esos espacios que ocupamos son trampas que no nos dejan avanzar.

Nadie me lo ha preguntado, pero como esta es una columna de mi autoría, lo diré. Creo que este momento, el de “repliegue”, tiene que servirnos para pensar en las estrategias que hemos tomado y cuáles serán las nuevas. Volver a juntarnos en espacios más íntimos que permitan sanar mucha de la desesperanza que sentimos y construir una organización política, poco a poco, que realmente se sostenga a pesar de las trampas y cooptaciones que pueda hacer el sistema. El movimiento feminista no es de nadie y es de todas las mujeres organizadas por una mejor vida, al mismo tiempo. Y por último, pero también muy importante, volcar la mirada hacia atrás. Hacia las miles y miles de olas que irrumpieron y decayeron a lo largo de la historia. La memoria es un concepto que, sobre todo este año en Chile, vamos a ver muy manoseado, pero pienso que ante la confusión, allí, en ellas, en las de antes, siempre está la respuesta. Hay que volver a todas, una y otra vez. A sus estrategias, a sus triunfos y fracasos. 

La estructura neoliberal nos dice que los fracasos son algo que tenemos que esconder. Que son piedras, algo inamovible. Los feminismos, como pensamiento político, como organización comunitaria, me han enseñado que son lecciones. Y los repliegues, espacios para imaginar nuevas formas. Salir del agua, tomar aire y seguir.

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