Nicol Ruíz Benavides: “Para ser cola en un pueblo hay que ser valiente”

Nicol Ruíz Benavides: “Para ser cola en un pueblo hay que ser valiente”

Sobre la libertad de ser une misme, el amor, el desamor, los ovnis y la vida en un pueblo chico, habla Nicol Ruiz Benavides, guionista y directora de La nave del olvido protagonizada por Rosa Ramírez y Romana Satt.

*Hay spoilers.


Más allá de Victoria y al norte de Temuco, se ubica Lautaro, que recibe su nombre por el toqui mapuche Lautaro o Leftraru (que quiere decir algo así como pájaro veloz en mapuzungun) y es el escenario de La nave del olvido, la ópera prima de Nicol Ruíz Benavides. Después de participar en más de sesenta festivales internacionales de cine, La nave aterrizó en Chile. 

El largometraje comienza con el temple de ánimo de la personaje principal, Claudina, de quien sabemos dos cosas: 

1. que algo doloroso le ocurrió. 

2. lo que encuentra en ese dolor la hará tomar una decisión irreversible. 

A medida que nos adentramos en el mundo de la película, cruzada por situaciones que tienen un poco de realismo mágico, hechos paranormales y avistamientos de ovnis —que todavía son un tema en la localidad— iremos siendo testigos de la intimidad de sus procesos, de su sexualidad y de un reencuentro consigo misma, como si fuera una amiga, una tía cercana, o la abuela de alguien. 

Claudina (Rosa Ramírez) habita una casa de madera cerca del pueblo, en una cómoda de su pieza hay fotos en blanco y negro de quienes podrían ser sus padres, como en casi todas las casas. Dentro: cortinas de visillos, mesa con mantel de hule, calendarios, cristos y rosarios en las paredes. Afuera: neblina y humedad. La ropa impregnada con ese olor a humo de estufa a leña característico. De fondo, la misma música que sintoniza el dial en la zona. Ese espacio congelado en el tiempo, que tanto Nicol, como quienes crecimos en pueblo chico, conocemos. 

La historia de Claudina es la de muchas y muches. Tomar conciencia, o sentirse realmente libre para vivir una determinada orientación sexual, identidad de género o expresión de género, no es fácil. Por miedo, por instinto de superviviencia, por cumplir con el mandato heterosexual impuesto. Esa heterosexualidad obligatoria, como dice Adrienne Rich. En la ficción, luego de la muerte de su esposo, Claudina se enamora de una mujer (Romana Satt) y la vemos pensando en ella misma por primera vez en su vida.

Foto de Val Palavecino.

La nave del olvido comenzó como el proyecto de título de Nicol. Sin embargo, según cuenta, no lo quiso hacer como proyecto de título propiamente tal porque “quería que fuera una película de verdad”. Cuenta que tenía la película armada en su mente, pero el primer problema que enfrentó fue que debía escribirla y el segundo, conseguir financiamiento. El proyecto se postuló a algunos festivales, y ganó en Femcine, montaje y en BiobioLab, post producción. 

“Estaba apurada. Tenía la idea hace mucho tiempo, tenía la historia en mi cabeza, pero nunca me había sentado a escribir, que es la parte más difícil. Una amiga me ayudó con eso”, cuenta Nicol con el sol de enero en la cara. 

Sobre el momento previo al estreno, la directora comenta que temía sentirse expuesta. “Te tienes que desnudar, o vulnerar mucho y crees que la gente te va a ver, pero al final no es tan así. La gente no te ve a ti, o sea te ve, pero también no, no es como que van a saber tu vida íntima, o que yo siento esto o esto otro. No pasa eso. Menos mal”, agrega riendo.

Todo muta en el montaje, es otra escritura. Hubo que adecuar escenas, dejar otras fuera y en esa tarea recibió la ayuda de otra amiga para finalmente terminar La nave del olvido, en Madrid de 2020. “De ahí no la toque más, dije ya chao”, y la trajo a Biobíocine. 

Fue entonces en plena pandemia que la película se postuló a festivales para exhibirla. Se estrenó en Frameline, San Francisco, Estados Unidos, con cuarentenas, gente haciendo su propio pan en casa y cero opciones para ocupar la butaca de una sala de cine. La Nave estuvo en sesenta festivales, pero Nicol no fue a ninguno. “Me perdí de todo, aunque tuve otras cosas como recibir mensajes de quienes la vieron online en otros países, que no hubiera sido posible de no ser por la pandemia”.

La cineasta cuenta que lo más gratificante fue conectar personas que hablaban otros idiomas y que le escribían por Instagram para agradecerle. La nave se filmó en 2016, pero todavía no parecía ser el momento para una historia como esta en la pantalla grande, pues cuando la mostraba algunas personas no la entendían. “La criticaban porque la protagonista era vieja y lesbiana, y yo decía pero si esa es la película”. 

Nicol Ruíz Benavides: “Para ser cola en un pueblo hay que ser valiente”
Foto por Val Palavecino

Esta no es una historia local

La familia de Nicol vive en Lautaro, y ella viaja siempre que puede, sobre todo en los veranos, cuando se escapa de la ciudad para habitar el patio de su casa materna. Mientras trabajaba en la película le gustaba admirar y fotografiar detalles como los negocios del centro, o la ropa de sus habitantes. Un lugar donde todavía suena El Símbolo, como si además de viajar kilómetros se viajara en el tiempo.

Para Nicol, poner el foco en Lautaro es la forma de ilustrar que Chile sigue siendo un gran pueblo –y el mundo también–. Desde niña se ha sentido atraída por las dinámicas que ocurren en espacios pequeños, en este caso se grafican olas de comentarios, juicios, prejuicios como signos de violencia pasiva pero finalmente igual de agresiva o dolorosa. 

“Era importante contarlo desde un pueblo para que fuera más fácil reconocer esto que pasa, y porque creo que Lautaro es un lugar tedioso para vivir. Todo el mundo mira a todo el mundo. La gente vive para afuera, para que el otro no diga algo. Es violento”, dice. “Lautaro es Chile, acá en Santiago es igual, quizás es más grande, pero pasa exactamente lo mismo”.

Como creadora, la directora también es consciente del mensaje que quería entregar. “Esta película me daba el espacio para hablar desde un lugar cariñoso sobre algo que a mí me gustaría que sucediera, de regalar libertad y regalar cariño”.

Ser el extraterrestre del pueblo

Nicol Ruíz Benavides: “Para ser cola en un pueblo hay que ser valiente"
Foto por Val Palavecino

La protagonista de la historia es una mujer adulta mayor, que declara sentirse “rara” y que quiere irse a donde no conozca a nadie. Pese a lo abrumadora que puede ser esta vivencia, el filme muestra la posibilidad de escapar de ese contexto y tomar otros caminos a la heteronorma. El relato de la vida de Claudina sirve como trampolín para entender esta mirada desde la ternura y es atravesada por tópicos de la literatura universal como la libertad, el amor y el desamor. “Esta una historia universal que habla de esconderse para sobrevivir a un mundo siendo lesbiana, de libertad, de ternura y reivindica a las personas mayores, de que el amor no es Disney y que el desamor también nos enseña algo”.

Además de la historia central hay pequeñas ventanas sobre otres personajes, cuyas propias historias espejan a Claudina o dan cuenta de experiencias con las que es posible empatizar. Al ritmo de la intensidad de clásicos como José José, comprendemos los sentimientos o emociones por las que transita y aunque el soundtrack funciona para registrar lo bucólico de un tiempo suspendido, también devela información sobre la autora.

“Mi mayor inspiración son mis amigos”, dijo una vez Nan Goldin en una entrevista, una referente para Nicol, que combina junto a su afición por la música de cantina y fragmentos que toma de las vidas de sus conocides o de la suya propia. “Consumo mucho bolero, mucha ranchera. Soy una persona de música visceral. Mi gran inspiración viene de ahí, del sufrimiento, del desamor, de Juan Gabriel, Rocío Durcal, Chavela Vargas”, afirma.

Foto del rodaje, facilitada por Nicol Ruíz Benavides.

En una atmósfera de tonos oscuros que nos sitúan en un invierno permanente y entre tomas fijas del paisaje local, se muestra la realidad de ser marika en un entorno adverso, a través de una metáfora que involucra el avistamiento de extraterrestres y obsesiones de la directora.  

“Cuando era chica vi un ovni”, dice Nicol. Una vez se cortó la luz en Lautaro y el pueblo entero salió de sus casas, ella y su familia también. Subieron un cerro y en el cielo vio una figura similar a un aro de humo hecho por un cigarro –como los que hacía su abuela cuando fumaba– y desapareció veloz. “Me marcó para siempre”, recuerda. “La película tiene mucho que ver con esta alegoría sobre lo distinto y la incorporé como una forma de acompañar a Claudina de un futuro por venir”.  

No es fácil habitar un contexto violento. “Para ser gay, o ser cola en un pueblo, hay que ser valiente. De hecho me ha pasado que cuando voy alguien dice algo ‘que la tortillera’, ‘la no sé qué’, ‘ahí viene la torta’. Siempre estai en boca de alguien y para ubicarte no dicen tu nombre, sino ‘el maricón’, o ‘la maricona’”, explica. 

Foto del rodaje, facilitada por Nicol Ruíz Benavides.

“Me daría pánico vivir allá, aunque también me da miedo vivir acá, he tenido experiencias feas. Hay una ignorancia muy profunda en Chile con respecto a las disidencias y hay una violencia horrible”, enfatiza. 

“La Claudina ,cada vez que la veo, me enseña algo y digo ¿cuándo escribí eso? ¿por qué era tan madura? Dónde está esa Nicol, que me diga ‘sal de ahí, amiga’. No es como que quise cambiar el cine, no puedo decirte ‘estaba estudiando a la Judith Butler y ahí se me ocurrió’”. Al momento de sentarse a escribir de este relato, las figuras de su mamá y abuela, su historia y la urgencia de conectar con otres cobraron absoluta relevancia. “En una sociedad en que las personas mayores son infantilizadas, las mujeres son invisibilizadas y las lesbianas lo han sido aún más, yo quería mostrar eso, nunca es tarde para vivir en libertad”.

*Ahora trabaja en Cuando la lluvia no me toca, su próxima película, una que historia tiene que ver con temas como el abuso y la infancia.

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