Hasta la eternidad, Cecilia: Así fue su despedida

Caminamos al Caupolicán con ganas de registrar la emoción de la despedida de Cecilia. Hace unos días cantábamos ‘Puré de papas’ para decidir el almuerzo del domingo, hace poco también con las amigas improvisamos el coro bom, bom, bom, bom nos desearon felicidad en algún karaoke inventado. Recientemente, estuve embalando cajas para cambiarme de casa y encontré La Incomparable en formato cassette del álbum de 1995, pensé en dejarlo a mano por si lo necesitaba.

Por San Diego, un martes, afuera del teatro, una fila daba la vuelta a la manzana, que solo se ha visto en otros eventos masivos. El último al que fui fue el Caupolicanazo. Afiches, fotos y cintillos que escribían Cecilia se vendían como si fuéramos a entrar a cualquiera de sus conciertos, pero sabíamos que estábamos asistiendo a su velorio y esos afiches, fotos y cintillos con su nombre pasarían a ser recuerdo de la imagen de un cuerpo idolatrado.

La muerte es tan parte de la vida —escuché a alguien que decía entrando del brazo con otra persona— que se nos olvida y de eso se trató ese martes: de recordarla. Encontrarnos con otres en abrazos fue como darnos un pésame mutuo, acompañarnos y despedirnos en masa de un gran amor, como si todes hubiéramos perdido a alguien que queríamos mucho.


Adentro, claveles, calas y ramos de rosas entraban en las manos de gente que besaba el féretro, celulares transmitían en vivo o enviaban pedacitos de la historia a sus tías, madres y abuelas. La cancha del Caupolicán estaba llena de fiesta, pero una fiesta triste, emulando un gran living-comedor que se transforma para recibir visitas cuando la muerte llega a la casa.

¿Se puede mirar de cerca el ataúd?, me preguntó una mujer mayor. El ataúd que estaba en frente del escenario y había sido cubierto con la bandera LGTBIQA+, con arreglos florales y un cigarro con una caja de fósforos, estaba ahí al centro, como si la oriunda de Tomé estuviera ahí rodeada por todes.



Alrededor había ganas de bailar, ganas de cantar, de bailar y cantar llorando, mientras la música de la Banda Exuberante y otras artistas ofrecían sus homenajes, Mariel Mariel, e incluso la corista de la propia Cecilia, subieron al escenario para interpretar decenas de veces ‘Aleluya’, ‘Baño de mar a medianoche’, Un compromiso, aplausos, gritos, personas tomadas de las manos, personas abrazadas, señoras gritando Ce ci lia, Ce ci lia, como si en algún minuto La Incomparable fuera a aparecer detrás de las cortinas empuñando el micrófono. Eran casi las ocho de la tarde y la familia agradecía por alto parlante y pedía que rotara el público, pero nadie quería irse, nadie quería dejar de estar.

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