Estoy mal y está bien

Agosto empieza un sábado, que es el momento en que me siento a escribir esto. Del miércoles vengo acumulando loza sucia. Llevo nueve meses viviendo sola, cumpliendo el famoso sueño de independizarse. Ya no recuerdo cuándo fue la última vez que pasé la aspiradora. Estoy encerrada desde la última semana de marzo. Tengo que limpiar el refri. Miro la fruta pudrirse en una frutera que improvisé. No alcancé a ponerle cortinas al departamento. Le hablo a mi gata varias veces en el día. Me responde, dentro de sus posibilidades.

Todo esto pasa por mi cabeza mientras estoy en pijama escribiendo en vez de ponerme a hacer aseo. Le compré almuerzo a una vecina (bendito sea el grupo de ventas de mi edificio) porque no me daba el ánimo para cocinar. Hablo muy poco con mi familia, porque cada vez que les digo que estoy tranquila les estoy mintiendo. Desaparecí de los carretes de zoom de mis amigos. Hoy uno de ellos está de cumpleaños. Nos pidió que por favor nos bañáramos y nos vistiéramos para su día. Creo que es el único regalo que le puedo hacer. Aparecer y poner mi mejor cara, llena de granos como nunca, pero limpia.

Pasé todo junio intentándolo. Intentándolo en serio. Hacía ejercicio casi todos los días, me alimenté según lo que mi nutricionista me indicaba. Postulé a todos los trabajos que encontraba (spoiler: no me llamaron de ninguno). Ponía K-Pop a todo volumen para animarme. La cantidad de expectativas que tenía golpearon fuerte cuando a fines de ese mes sentí que no había logrado nada. De octubre a la fecha he subido 10 kilos. Siento hasta culpa de tener abandonado mi pueblo de Animal Crossing. Finalmente me rendí todo julio. Me cansé de intentarlo.

Ayer llamé por teléfono a una amiga y me dijo: “Estás jugando a adulto en modo difícil”. Dos amigas me mandaron cosas dulces para pasar la pena. Tengo diez mensajes de ánimo sin leer en mi Instagram. Dejé de usar mi twitter después de escribir una estupidez por la que me mandaron cordialmente a dejar de ser una mierda de persona. Dejé de vestirme bonito porque mi ropa ya no me cabe. A veces pienso que Dios existe y me está castigando. 

Tengo 29 años y estoy mirando todo en negro: siento que no he logrado nada en la vida, y me pregunto por qué me dijeron que era inteligente y que iba a llegar lejos. Me siento constantemente condenada a lidiar con mis expectativas profesionales. Hablo con mi psicóloga de que vivo más en mi cabeza que en este departamento de unos míseros metros cuadrados (lo que ella traduce como un mecanismo de defensa ante la frustración). Me imagino en un país desarrollado tomándome un café delicioso en un lugar más lindo aún, mientras entrevisto a alguien que admiro para mi libro sobre alguna cosa relacionada con Asia. No estoy aquí, me niego a estar aquí.

Estoy mal, en resumen. 

Pero ¿Se puede estar bien? ¿Realmente alguien está bien en este momento? Probablemente la respuesta sea no. Probablemente a pesar de todo, tengo que agradecer.

Pero hoy no quiero dar las gracias. No quiero ser fuerte. Quiero simplemente no sentirme mal por despertar tarde todos los días y lidiar mediocremente con el poco trabajo mal pagado que por suerte tengo. Decidí olvidar cómo era la vida antes. Quiero estar metida en la cama con el pijama que llevo puesto hace días con el escaldasono prendido, viendo por tercera vez la misma teleserie coreana simplemente porque me gusta el actor que sale. Quiero comerme un chocolate y esconder la pesa en el rincón más inalcanzable del baño. Quiero dejar de decir que “estoy bien a pesar de todo”. Estoy bien las pelotas. Estoy mal. Decir que estoy bien es una burla a mí misma. Es hacer un chiste con mi fragilidad.

No quiero transmitir que esta compilación de pensamientos es un grito de auxilio o una urgencia por dar lástima, es más bien una declaración, un manifiesto si es que quiero ser ambiciosa. Estamos en una pandemia que vino inmediatamente después de un estallido social. Y estoy mal, claro que estoy mal. Soy una persona sensible (o simplemente soy una persona) en medio de un momento traumático para todos los que estamos vivos ¿Cómo cresta vamos a estar bien?

La verdad es que no tengo muchas soluciones. Soy periodista y no me da para aconsejar a nadie. Efectivamente estudié para esto: para escribir y crear cosas. Para pretender, con mis mejores intenciones, que alguien se sienta identificado con este texto. Cuando pienso en lo que tengo, llego a conclusiones que me consuelan un poco: tengo amigues, familia, a alguien que amo, un techo, una gata, mecanismos de defensa y buenas intenciones ¿No se trata de eso ser humano? ¿No estamos demasiado enfocados en alcanzar la felicidad en vez de abrazar los momentos de amargura? ¿No es muy frustrante intentar ser feliz en medio de un mundo que se cae a pedazos, en algo imposible de controlar? Estar mal es parte de la vida. Hasta mis plantas están deprimidas. La naturaleza da espasmos en medio de una crisis ambiental. La tierra tiembla, los edificios se caen. Nos enfermamos, del cuerpo o la cabeza. Y un día ya no vamos a estar.

Anoche me quedé dormida en el sillón. Estaba volá escuchando Thank you de Alanis Morissette, la cantante que más amé en mi adolescencia. Desperté a las 4 de la mañana a meterme a la cama, como el zombie que estoy siendo. Vivo en la misma comuna en la que canté mil veces Thank you antes, cuando estuve mejor, cuando estuve peor. Solo espero que esto pase, para seguir cantándola, y finalmente agradecer. Finalmente estar bien. Estar mejor que antes. Porque si hay algo que he aprendido, después de victorias y derrotas, es que nada es para siempre. Voy a sumar a mi lista de cosas que tengo este pensamiento: nada es para siempre. Piñera va a dejar de ser presidente. Algún milagro va a controlar la pandemia. Voy a salir de este departamento y caminaré por algún lugar bonito.

Quizás para esto me sirve este momento, para obtener algo más: la fortaleza que viene después de sobrevivir a algo tan terrible. No sé si ahora se puede vivir en vez de sobrevivir. Supongo que solo tengo que preocuparme de no hundirme más. De sobrevivir y aguantar un poco más. De escribir y crear para nadar y salir a la superficie. De soñar que voy a estar bien, eventualmente. Mientras tanto, voy a estar mal, voy a llorar. Porque efectivamente es un hecho, y los hechos hay que enfrentarlos: estoy mal. Ya tendré tiempo y ganas de hacer algo al respecto. Pero me quedo con esta realidad (y también la evado), porque es lo que está pasando, lo que necesito aprender, lo que puedo entender finalmente. Estoy mal y tengo que sobrevivir. Estoy mal pero voy a estar mejor.

Estoy mal y está bien.

esmifiestamag.com 2013 - 2023