Macho muerto no viola

El jueves 26 de abril en la noche pedí un viaje en Uber. Me he acostumbrado a hacer eso en vez de pillar un taxi cuando es tarde y estoy sola. Aunque eso no asegura nada, al menos, tengo nombre, modelo de auto y patente (qué triste ¿no?). Llegó Pamela, una mujer de mi edad. Ella me llevó en el trayecto de 4 kilómetros que tenía que hacer hasta mi destino. En un momento, íbamos conversando y me dijo “yo prefiero que me maten a que me violen, no sabría cómo volver a vivir mi vida”.

El jueves 26 de abril en el día, mujeres de todo el mundo nos sentimos devastadas. Abandonadas. Rodeadas. Sentimos que no hay escapatoria ni alternativa. No hubo ni una sola que se enterara de la sentencia del juicio de La Manada, los cinco hombres -entre ellos un militar y un guardia civil, que seguían recibiendo sus sueldos a pesar de estar en prisión preventiva- que violaron en grupo a una mujer de 18 años en el 2016, cuando sucedían las fiestas de San Fermín, en Pamplona, España. Ayer se leyó la sentencia (que podría ser apelada en dos tribunales más, el Supremo de Navarra y el Supremo), los condenó a nueve años por abuso sexual reiterado y no por violación. De haber sido así, la pena alcanzaba los 22.

Lejos de ese país, a miles de kilómetros, millones de mujeres con diferentes biografías sintieron que la historia de esta mujer era la suya. Porque quizás no todas hemos sufrido una violación en grupo. Quizás ni siquiera de uno. Pero sí hemos sufrido la violencia de género en cualquiera de sus múltiples formas y sabemos que, cualquier día, algo así también nos puede suceder. Su historia nos cruza a todas, es como un hilo rojo lleno de mierda del cual no podemos desatarnos.

“Yo prefiero que me maten a que me violen”. Esta mujer española, borracha, asustada, en shock, prefirió no oponer resistencia y salir viva. Durante los 18 minutos de penetraciones anales, vaginales y orales, decidió aguantar para sobrevivir. Nagore Laffage hace diez años, también durante San Fermín, sí opuso resistencia y terminó muerta. Diego Yllanes, su asesino, salió en libertad en julio del año pasado y se encontraba, de hecho, trabajando nuevamente en su especialidad: psiquiatría.

“Yo prefiero que me maten a que me violen”, es una frase que reviste muchas otras cosas, además de declarar qué es lo que cree una mujer que puede o no aguantar. Decirlo, pensarlo, encontrar una lógica en ello, también explica cuáles son las opciones de una mujer en el mundo. Todas crecemos pensando que la violación se puede convertir en un capítulo real de nuestra historia personal. Algo que no escapa de lo que le pasa a las mujeres en sus vidas. Algo que puede pasarte dentro de la casa o fuera de ella. Entonces, al ser una opción -una de dos- ¿qué prefieres? ¿ser violada o morir? No hay más dónde elegir.

No sabemos si esta joven de 18 años hasta ese momento, creció preguntándose qué prefería. Quizás sí, no sería raro, finalmente, es una más de nosotras. Y cuando llegó el momento, decidió que quería vivir. Y eso se tradujo en una respuesta vergonzosa del sistema judicial, que con todo lo asquerosa que pueda llegar a ser, es completamente coherente con el mundo en el que nos toca desarrollarnos.

En el fallo de estas condenas hubo un hubo particular. El juez Ricardo González pidió la absolución de los cinco violadores a todos los delitos que se les imputaban. Para él, la grabación de la violación (sí, estos cinco hombres grabaron el momento y lo compartieron con sus amigos en un grupo de WhatsApp) no vio “atisbo alguno de oposición, rechazo, disgusto, asco, repugnancia, negativa, incomodidad, sufrimiento, dolor, miedo, descontento, desconcierto o cualquier otro sentimiento similar. La expresión de su rostro (de la víctima) es en todo momento relajada y distendida y, precisamente por eso, incompatible a mi juicio con cualquier sentimiento de miedo, temor, rechazo o negativa”. Lo que para los policías de Navarra eran ruidos de dolor, para González eran gemidos de placer. Un ejemplo claro de que la pornografía hecha por y para hombres se cuela hasta en los juzgados.

¿Qué es lo que le dice la justicia a las mujeres con este tipo de sentencias? Muchas cosas. En primer lugar, que en el momento en que te vayan a violar, cuando te vaya a suceder uno de los peores horrores que existen en esta tierra, tienes que ser más explícita. Que dentro del horror que estás viviendo, eres tú la que debe utilizar la racionalidad y dejar en claro, aunque te cueste la vida, que no estás accediendo por voluntad propia a tener una relación sexual.

También nos dice que las víctimas deben ser intachables. Que mientras tu vida se parezca más a la de la virgen María, más a favor tuyo estará el sistema. Esa noche, esta mujer se encontró con uno de estos violadores en la banca de una plaza. Él le dijo que la acompañaría a su auto, con sus amigos. Entraron al lobby de un edificio y ella los siguió, pensando que iban a fumar un pito, pero no. La encerraron y la violaron todos juntos. En esa secuencia de hechos se basan los argumentos para cuestionarla. ¿Por qué le hablaste? ¿Por qué fuiste con ellos? Puta.

Hasta un detective privado fue contratado en estos dos años para seguirla y ver qué tan desgraciada era su vida después de esa noche. Ella intentó seguir con su vida, ver a sus amigas y eso fue una prueba para intentar desacreditarla, porque si te violan entre cinco, tu vida tiene que continuar siendo una real mierda hasta el fin de tus días. Ojalá, encerrada, sin sueños, ni aspiraciones, ni metas, ni cariño. Jodida. Hasta que te mueras.

Pero hay otro mensaje, muy terrible, que también entrega la justicia. Este no fue un caso común y corriente de violación. No por los detalles escabrosos que se pueden leer en la sentencia (¿cuántas leyeron el documento llorando ayer? yo sí), sino por todo lo que existía alrededor. Esta manga de violadores tenía un grupo de WhatsApp con otros violadores, en donde conversaban sobre agredir a mujeres incluso usando Burundanga para poder concretarlo. Se reían. Enviaron este video de la violación grupal al grupo y se jactaban de ello. Como campeones. No existía el testimonio de la víctima o su peritaje médico como únicas pruebas, sino que había material explícito que muy pocos casos de violación tienen a la hora de probarse en un tribunal.

¿Qué pasa con todas las mujeres que no tienen más que su dolor y su palabra para llevar a cabo un juicio por violación? ¿Qué se les dice a ellas si, habiendo un video, mensajes, comportamientos registrados e incluso otro caso en Pozoblanco que irá a juicio pronto, la justicia no usa la palabra ni sentencia el delito por lo que es? Es violación, no abuso.

No usar el término violación en una sentencia como esta, es determinante en lo legal (la pena baja de 22 años a 9), pero también lo es a nivel simbólico, social y político. El día jueves 26 de abril del 2018 se nos dijo que pase lo que pase, te comportes como te comportes y existan las pruebas que existan, seguiremos amarradas al hilo de mierda que significa el deseo y poder del hombre. Lo único claro siempre será que un hombre diga sí. Ese es el único sí que importa. Al menos para ellos.

Por nuestra parte: autodefensa feminista. No sé ustedes, pero yo estoy cada vez más convencida que debo prepararme para matar a un hombre si necesito hacerlo. Y ahí es donde “yo prefiero que me maten a que me violen”, lo que me dijo la conductora de Uber, no es una opción. Yo preferiría matar a que me maten o me violen, siempre pensando en que esas son las alternativas que nos ofrece el sistema a las mujeres. ¿Por qué tenemos que pensar en esto? ¿Lo haría? ¿Mataría? No lo sé. Pero el sistema me lo muestra en la cara como una opción. Algunas han matado, otras no pudieron defenderse de ninguna forma, otras se paralizaron, esperando que todo pasara. Todas hacemos lo que podemos. Y solo veo dignidad en la opción que cada mujer toma cuando algo así sucede.

Con un violador muerto en mi mochila, podría vivir. Con el dolor inacabable de las mujeres, no.

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