Siete días
Llevo días esforzándome por armar una pauta feliz para Es Mi Fiesta. Quiero contarles algo bonito, que se puedan reír, o que se emocionen conociendo una historia linda. Y aquí estoy, fracasando en todos los ritmos posibles. No es que este sitio dependa completamente de nuestros estados de ánimo, pero sí es un lugar que fue creado con el espíritu de compartir, entre todas. Entonces, siento que sería hipócrita de mi parte forzar publicaciones cuando llevamos días y días viendo como la violencia nos pega por todos lados. Desde lo cotidiano, hasta lo mediático.
Así que, probablemente, esta entrada sea más personal en algunas partes.
La semana pasada supimos que Tea Time golpeaba y violentaba de muchas formas a Valentina, su pareja, y entre medio, también me enteré de casos de violencia a amigas. Diferentes tipos. Celos, golpes. Manipular para obtener sexo. La prohibición de faltar a trabajos cuando un hijo se enferma. Y de todo eso te enteras por teléfono, tomadas de las manos tomando té. Intentas ayudar. “Termina”, “denuncia, todas te acompañamos”, “te cuido a la guagua cuando tú no puedas”. Y después tu amiga se va y tienes que seguir funcionando. Y ella tiene que seguir funcionando, porque no tiene otra opción. Porque tiene que trabajar para pagar su arriendo. Porque tiene que trabajar para pagar el tratamiento de su hijo.
Todas seguimos funcionando.
“Lo que hiciste es periodísticamente inadecuado”, me avisaron la semana pasada, por esta columna. Y no me arrepiento de ni una sola coma. Volvería a escribirlo. Quizás mejor. Ojalá mejor. Siempre mejor. “A veces es mejor no decir nada”, fue algo que escuché de varias personas durante esos días, después que Valentina denunció. Y todas las veces no pude más que responder que en un país en el que mueren mujeres casi todos los días, no decir nada es ser cómplice. Si creer en el testimonio -más que elocuente- de una mujer que ha sufrido violencia es ser periodísticamente inadecuada, dale, como quieras. Pero muchas no vamos a dejar de hacerlo. Periodísticamente inadecuado es el tratamiento que se da en los medios a este tipo de casos. Tremendamente errónea fue la resolución del caso de Nabila Rifo.
Los reproches a Valentina por esa publicación en redes sociales me hicieron recordar cuando estuve en una relación con una persona sumamente insegura y violenta, que me llegó a hacer creer que yo era la de los problemas, que yo estaba loca. Una persona que sentía celos al ver que me iba mejor que a él. Que hacía y decía cosas que su entorno no sospechaba, que de forma casi invisible intentaba bajarme la autoestima y la seguridad. Calladito, suave de voz, buen amigo. Y bueno, los que supieron, lo pasaron por alto.
Que nadie te crea cuando estás metida en un infierno, sólo hace que esa espiral de violencia crezca. Que te hundas poco a poco en un hoyo de caca, en el que a cada minuto cuestionas las decisiones que tomas, lo que dices, lo que no dices y lo que no haces. ¿Estaré loca en realidad? Puede ser. Si él lo dice… si todos los quieren. Pero logras salir de ahí, te deja de importar que te traten como una loca y sigues funcionando.
Una niña de 14 años en Olmué, embarazada de 23 semanas, recibe un disparo en la cabeza por parte de su pololo. Y mientras ella está hospitalizada en riesgo vital, a la gente le importa sólo su embarazo. “La evolución del embarazo es bastante satisfactoria”, decía Carlos Wong, Jefe del Servicio de Ginecología y Obstetricia del Hospital Van Buren. Como si en primer lugar no fuera completamente descabellado que una niña de 14 años estuviera embarazada. Comentarios como este (con gente escuchándolos y dando las gracias por aquella buena nueva), confirma lo que ya sabemos. Para la sociedad el cuerpo de la mujer no es su cuerpo, somos incubadoras y mientras funcionemos a ese nivel, el resto de nuestras perspectivas y deseos no importan. Y esa adolescente, entonces, sigue funcionando.
Y mientras seguimos funcionando nosotras también, una organización de ultraderecha extranjera financia una propaganda de odio para que circule por Santiago y Valparaíso, amparándose en argumentos más pobres que las pautas de los matinales y en la <<libertad de expresión>>. Y los medios de comunicación no cuestionan ni por un solo segundo aquel discurso. No se averigua -de verdad- quiénes son los que están impulsando esta campaña que violenta a aquellos y aquellas ciudadanas que ni siquiera tienen los mismos derechos que los demás en Chile. Tampoco se averigua si esas cifras que tiran al aire son ciertas. Sin un razonamiento previo, vemos equipos de prensa que repiten como robots el comunicado de prensa que Marcela Aranda y su equipo les envió.
“Bus de la libertad”. Les dieron las neuronas sólo para poner comillas. Porque cuando te da paja investigar, mejor citas y así no te haces cargo. Y mientras día tras día, repiten sin cesar la palabra “libertad” asociada a un mensaje de odio, lo que hacen es que discursivamente vincular el significado de aquella palabra con ideas homofóbicas, machistas y transfóbicas. Y les da lo mismo. Lo repiten una y otra vez, sin vergüenza en sus caras, en vivo, para todo el país, a través de sus cámaras.
Todos los fines de semana ruego por que mis amigos y familiares salgan de las discos colas y lleguen vivos y sin golpes a la casa. Pienso en todo lo que luchan mis amigos, para ser quienes ellos y ellas son. Por ser libres. Y ¿ustedes vienen a asociar la palabra libertad con el odio, la violencia y la ignorancia?. No puedo más que sentir vergüenza e indignación. Indignación por ver cómo se les olvida a los periodistas y editores la responsabilidad que tienen. Que con pensar cinco minutos más, se puede hacer la diferencia. Y dentro de todo ese circo pobre, aparece Daniel Matamala desde el Olimpo del periodismo a decir que “al fanatismo se le derrota con argumentos, con un debate público e informado”. ¿Perdón? ¿Vamos a relativizar discursos de odio dirigidos a niños y adultos que no tienen derechos en este país?. Devuélvete por donde entraste.
La libertad de expresión.
¿Se acuerdan de ese pésimo artículo que defendía lo políticamente incorrecto?. Bueno, esa conversación pobre fue exactamente la misma que muchas y muchos hemos tenido que aguantar estos días. “Es que ya no se puede decir nada, todo es ofensivo”. Yo les digo: subnormal, a la gente que quiero la están matando y no tienen derechos. Por supuesto que ese discurso es ofensivo y somos muchos y muchas las que vamos a seguir hueviándote y hueviándolos a todos, una y otra vez, sin descanso, aunque se nos vaya la vida entera en eso. Lo que ustedes llaman opiniones son violencia y los privilegios que tienen -a los que no están dispuestos a renunciar, lo sabemos- son los que no les dejan ver más allá de sus narices y de lo que les causa gracia. Y no queremos sus privilegios, no queremos ser como ustedes. Porque gente como ustedes son los culpables del mundo en el que estamos viviendo.
Durante estos días, también, un panel de hombres de la Corte Suprema -instancia máxima de justicia en Chile- decidió que Mauricio Ortega no tenía ganas de matar a Nabila Rifo cuando la golpeó en la cabeza, le sacó los ojos y la dejó tirada con poca ropa a grados bajo cero, en la madrugada de Coyhaique. Carlos Künsemüller, Haroldo Brito, Lamberto Cisternas y Jorge Dahm acordaron que no existían pruebas fehacientes de que Ortega quisiera asesinar a Nabila. Milton Juica fue el único capaz de votar en contra. Un año de investigación, de numerosas revictimizaciones a una mujer, que dio testimonio y peleó por justicia, una y otra vez, no sirvieron para que se le pusiera el nombre que corresponde a una condena que, además, disminuyó en cantidad de años.
He leído a varias personas decir “pero por qué reclaman, no quedó impune, va a la cárcel”. El reclamo y la indignación vienen de ver que cuando una ex pareja que maltrató sistemáticamente a una mujer es capaz de sacarle los ojos, la justicia chilena no sea capaz de ver que sí existe una intención de matarte por ser mujer. ¿Cómo se podría haber probado ese propósito? Si Nabila hubiese muerto.
Las instituciones, los medios de comunicación, las oficinas, las universidades, los colegios y todo lo que nos rodea ejercen violencia sobre los niños, los animales, las mujeres, los homosexuales, las lesbianas, las y los trans. O sea, sobre todo lo que no sea un hombre.
Estoy harta de poner un informativo en la radio o la televisión mientras ceno o almuerzo y echarme a llorar de rabia. Así han sido los últimos siete días. Sin parar. Estoy harta de sentirme completamente indefensa cuando salgo más tarde a la calle. Estoy harta de sentir terror cuando mis amigos no me avisan que volvieron a la casa. Estoy harta de que nos hagan sentir todos los días que nunca vamos a vivir tranquilas porque no somos hombres. Porque al final, eso es lo que nos recuerdan todos los días cuando nos maltratan y nos violan. No somos hombres. Y seguimos funcionando.
La impotencia es un sentimiento constante pero es cierto que durante las últimas semanas ha sido más intenso que nunca. Lo único que nos queda es seguir, al final del día, como mujeres, nunca nada ha sido fácil.