Y lloro si quiero
No sé si debería publicar esto aquí. De hecho, ni siquiera sé si debería estar escribiéndolo, pero tengo mucha pena. Estoy muy triste. Me puse a llorar en la mañana y luego, hablando con un amigo, explicándole lo que siento, me puse a llorar de nuevo. Constantemente, me cuestiono qué es lo que debe ser público y lo que no, porque con las redes sociales ese límite que en algún momento pensé tener claro, ya desapareció. Pero creo que al escribir esto, estoy decidiendo compartir mi pena, porque no creo que sea una tristeza ajena. Si fuera así, mejor me mato.
¿Qué chucha pasó ayer jueves? Vivimos en un país en el que constantemente se burlan de nosotros: negándonos la educación, la salud, la vida digna después de trabajar una vida entera. Nos niegan movernos por nuestra ciudad en condiciones básicas, aunque los traslados sean esencialmente para trabajar en sus propias empresas. Nos han negado todo sistemáticamente. Nos han negado incluso conocer nuestra historia, porque la han reescrito para que tengamos que quererlos y avalarlos. No hay mujeres en los libros, no hay pobres. Y los mapuche están reseñados casi como si se tratara de una comunidad que ya no existe, que es parte del incio de todo. Nos criaron memorizando conceptos como Pacificación de la Araucanía, cuando en realidad lo único que realmente significó eso es asesinato.
Ayer, esta gente que se ha encargado de robarnos todo, que ha trabajado sin descanso por tenernos alienados, desarticulados e ignorantes, además ¿pretenden que les creamos que son víctimas? ¿Pretenden que los defendamos? ¿Pretenden que empaticemos? Ayer no marcharon los camioneros. Marcharon empresarios.
He pensado toda la mañana en cómo ayer frente a La Moneda estaban dos bandos separados por la calle. En cada bando habían niños. Pensar en eso me hace sentir que no hay escapatoria. Fachos con sus hijos, gritando “mapuche asesino”, a un mapuche que también estaba con su hijo. Más gritos, más odio. Empujones, más gritos. ¿Qué pensará ese niño mapuche cuando escucha que a su familia la tratan así? Cuando en sus comunidades los pacos les disparan con balines y nadie los defiende ¿Cómo crecerá ese niño facho, pensando en que sus derechos están por encima del niño mapuche, porque hay un Estado completo que lo avala?
No soy mapuche. No soy facha. No soy protagonista de esto. Pero igual lloro, porque siento que no tenemos salida. En La Moneda recibieron con escoltas a los que se burlan de nosotros todos los días. A los que nos roban incluso las putas lágrimas, cuando sentimos que estamos acorralados y que no tenemos el control de nada. Ni siquiera de la comida con la que queremos alimentarnos. O de su acceso.
No sé qué pensarán las personas que son padres. Si yo siento este terror constamentemente, cuando camino por la calle o cuando estoy sola en mi casa ¿qué sentirán ellos cada vez que se separan de sus hijos? ¿Qué se puede hacer cuando sientes que quisieras proteger a los demás, aunque no los conoces y aunque tú no tienes ningún poder?
Y mientras escribo todo esto no puedo evitar seguir llorando. Porque no sé qué hacer. Nos tienen solos. Nos tienen subiendo fotos y compartiendo cosas en internet todo el día, pero no sabemos quiénes son nuestros vecinos. Nos dicen que hay gente muriendo de frío en el centro todos los inviernos, mientras estamos tomando té, viendo las noticias con una estufa en la casa. Se me acelera el corazón y trato de llorar sin hacer ruido, porque alguien me puede escuchar. También me siento estúpida, porque aunque intento hacer del entorno en el que vivo un lugar más amigable, más justo y más seguro, siempre veo que no es suficiente. Que nada sirve.
Y mientras veo eso, al mismo tiempo veo como los pacos apalean a la gente como yo. A la gente como todos nosotros. Y que los mismos monstruos que nos han quitado todo, lo van a seguir haciendo.
Algunas personas dicen que quizás, la generación que viene después de la nuestra va a vivir mejor. Que van a poder superar cosas que nosotros no podemos. ¿Cómo puedo tener esa esperanza si todos vimos lo que vimos ayer? Nada va a cambiar, porque esos que les han quitado las casas a nuestros padres, se las van a quitar también a nuestros hijos. Los que nos dejaron endeudados por 25 años por tener un título, se lo van a hacer a los que vienen. Porque nuestros hijos van a crecer sin esperanza, viendo como nosotros -los padres- vamos a jubilar y no vamos a tener nada para comer. Las mujeres que han muerto o que han tenido guaguas a partir de una violación lo van a seguir haciendo, porque los dueños de todo “no están de acuerdo” con legalizar el aborto.
Porque finalmente, nosotros vivimos la vida que ellos quieren que vivamos. No están de acuerdo con que vivamos felices, sino enojados, asustados, ignorantes y deprimidos. Y esto probablemente lo viste escrito en un panfleto y ya te da lo mismo. Te da lo mismo y ya lo sientes tan ajeno como cuando en las noticias ves cómo mueren africanos y sirios en las costas de Europa, o cómo los palestinos son aplastados por las murallas de Israel. Porque nos han dicho tantas veces que somos libres. Tenemos un millón de tiendas para elegir qué compramos. Si quieres un helado, la decisión se tarda porque hay tantos sabores que no sabes cuál elegir. Y porque también cuando te repiten algo, muchas veces, las palabras pierden sentido. Piensa en la palabra árbol. Repítela como un mantra mucho rato. Después de un minuto, deja de significar algo.
Eso es lo que nos pasa. La pobreza, la ignorancia, la soledad y la violencia la tenemos encima de nuestros hombros desde que nacemos en un país como este. Todos esos conceptos pasan a ser parte de nuestra identidad, de nuestras propias conductas. Son la palabra árbol que pierde sentido cuando la dices muchas veces en voz alta.
Somos un experimento de los monstruos que nos han quitado todo. ¿No sienten eso cuando ven los archivos de prensa sobre las colas que se hacían cuando abrieron las AFP? Yo sí. Somos un experimento, exitoso para ellos y fallido para nosotros. Y no tenemos dónde escondernos. Hay distracciones y hay refugios, pero donde estemos, siempre nos van a encontrar.
Esto está lejos de ser una reflexión intelectual sobre el estado de las cosas. De hecho, es un texto bastante limitado que sólo apareció porque haber vivido el día jueves 27 de agosto en Chile, me hace llorar.
Hace tiempo pensaba igual que tu y probablemente hubiera llorado contigo. Pero hoy, creo firmemente que está en las manos de cada persona hacer de su vida algo diferente, de despertar, de no dejarse violentar y no responsabilizar al gobierno de turno o a los empresarios malos por lo que nos pasa.
Veo que el mundo no es blanco y negro (algo que me costó aprender porque tengo síndrome de personalidad limítrofe), hay empresarios buenos, que dan buenos empleos, hay camioneros buenos, que no le han robado la casa a nadie (mi tío es camionero y es una de las personas más buenas que conozco) y hay gente dormida, que aunque tu la quieras despertar no hace ningún caso.
Creo que es mí responsabilidad tener una vida distinta. ODIO el transporte público y no quiero tener vehículo… sabes lo que hago? me levanto mas temprano y me voy caminando :), me demoro una hora y media pero llego feliz al trabajo (para andar segura llevo conmigo un gas pimienta). Me hago cargo de lo que no me gusta sin culpar al pinche metro o al transantiago. Hacerse cargo soluciona el problema y nos hace más felices.
No puedo decir que no siento rencor por personas específicas, porque sí es una pena lo que sucede con los Mapuches, pero por el tema de fondo, que es la gente, creo que es responsabilidad de la misma gente hoy en día, la globalización nos da acceso a un millón de información, si nos hacemos cargo y nos informamos no caeremos en créditos malos, no iremos corriendo a la AFP y no nos harán tontos.
Yo me hago cargo de mi misma y de los que quiero, los informo y quiero su crecimiento, por eso mismo inicié mi blog de educación financiera, para que cuando a alguien le hablen de interés para su hipoteca, sepa de lo que le están hablando y tome las riendas del asunto.
Ese es mi comentario. Un abrazo!