Apendicity: Hablando de pompas, pompis y culos
Por Kitsune
Siempre me he definido como una persona muy femenina en mis gustos. Incluso aunque odio maquillarme. Me gusta la moda, los trapitos, los zapatos y las carteras como a cualquiera (sí, incluso a los hombres, no lo neguemos). Sin embargo, una cosa es vestirse para mirarse al espejo y darse un muy merecido “me gusta” y otra muy diferente es aguantar los “me gusta” de desconocidos en la calle, como si una fuera un “caballo de feria”. La vida no se trata de que a una sólo la juzguen por el look o por su físico, porque una es más que eso: es un ser único e irrepetible, con pensamientos, ideas y ganas de ser mejor persona.
¿A qué viene todo esto? En un matinal, hace algunas semanas atrás, una “experta en modas” hablaba sobre los jeans colombianos y sus “virtudes” levantando culos. “Convierta su cuerpo en un arma de seducción”, decía. ¿Un arma? ¿Seducir a quién? ¿A un extraño en la calle? En otras palabras, convierta su cuerpo en un objeto sexual digno de ser violentado en la calle. Seamos sinceros y sinceras -y lo hemos repetido hasta el aburrimiento- nos violenta que nos miren, nos hagan ruidos, nos chiflen y nos griten. Nos incomoda, NOS MOLESTA. Sentimos vulnerado nuestro derecho a vivir en paz y nuestro derecho a transitar libres por los espacios públicos.
Para muchas de nosotras, salir a la calle no es sinónimo de salir a lucirse como si fuera una eterna pasarela y, mucho menos, esperamos ser un “arma” para el “deleite” de las miradas indiscretas de la masa masculina. No somos autómatas, ni maniquíes caminantes. No estamos para ser vistas o, peor aún, para ser acusadas de ser vistas (“mira cómo te vistes, es tu culpa”).
No reniego de los jeans. A varias de nosotras nos gustaría mirarnos al espejo y sentirnos fantásticas con nosotras mismas, esa autoafirmación es lo mejor del mundo. Pero la hacemos para nosotras, no necesitamos a alguien externo que nos diga lo bonitas que somos, menos de las maneras groseras y desagradables que ocurren en la calle. Reniego y renegaré toda la vida de la forma en que nos venden estos productos: “Conviértase en objeto” “Arréglese si no quiere que la cambien”, “Usted no sirve hasta que se ponga estos pantalones”. Qué sensación más horrible sentirse disminuida y discriminada, sólo porque la apariencia no es canónica como la de la TV.
¿Creen que porque soy mujer necesito la admiración de todos en la calle, más allá de mi otro significante? Tal vez de eso se trata, al final del día, de que simplemente nos creen una nada observable, que sólo consume productos para lucirse (que el pantalón sube pompas, que los sostenes escote perfecto, que la pastilla encoge tallas) y ese ego tan rico que poseemos como individuos se diluye en esa masa callejera que me convierte en una publicidad objetivizadora gratuita, al punto de sentir que aquello que te hacía feliz ante el espejo, te hace sentir vulnerable y expuesta.