La muerte, la enfermedad y el deseo en Acá todavía de Romina Paula

–¿Vos tenés novio?

–No.

–¿Y te gusto un poco, no?

–Eh… bueno, sí. ¿Tan obvia soy?

–No, pero me di cuenta. A mí no me gustan las mujeres pero si me gustaran te daría una chance.

Para hablar de lo que quiero hablar voy a tener que confesar que milito en el poliamor de la lectura. Hago eso de leer libros de forma paralela, no por dominio de la comprensión rápida, ni porque sea un talento, si no porque me cuesta poner foco en una sola tarea y mi mente distraída busca tomarse de algo para poner atención aunque sea un rato, y porque a veces no encuentro en un solo libro lo que busco para sentirme contenida. En ocasiones combino poesía y ensayo, otras alterno narrativa y no ficción. Uno de los libros que pasó hace poco por mi velador fue Acá todavía, la novela más reciente de la dramaturga, directora y escritora argentina Romina Paula. A Romina se le da con facilidad este tránsito entre la dramaturgia, el cine, la literatura, como si las distintas artes que domina fueran tan solo otro idioma y el salto hacia una u otra lleva ese, su sello. 

Hace unos meses una amiga viajó a Buenos Aires y le encargué este libro. Juntas leímos Agosto, la segunda novela de Romina. Esa vez hicimos el ejercicio de leer el mismo ejemplar y cada una marcó sus partes favoritas. Supe lo que le sorprendió de su experiencia de lectura, qué destacó y qué páginas dobló, sin tener que hablar y probablemente esto no es nada nuevo, pero una busca formas de acompañarse.

Desde ahí me gustó el estilo de Romina, el ritmo, las palabras que elige y cómo dialogan sus personajes. Quizás se deba a su trabajo en teatro, o a su obsesión con mostrar la intensidad o la calma cotidianas, el deseo, las relaciones, los recuerdos, aquello que pudo haber sido y lo que no fue. Antes de Agosto vino ¿Vos me querés a mí?, su primera novela, y sumaron cinco obras de teatro, y una película en que aparecen su hijo y su mamá. Algo tiene Romina Paula que me parece seductor, algo en la cadencia o algo en las ideas escapistas de sus personajes que impregnan su bibliografía.

Lo primero que hay que saber sobre Acá Todavía —para no gatillar nada a nadie— es que habla de la muerte y el amor. No sé en qué momento me pareció que un libro sobre la muerte y el amor podría ser algo que sirviera para abstraerme de la cotidianidad ajetreada, pero funcionó. ¿Funcionó? Más bien se trató de leer un libro emotivo para ver si las emociones de otras personas me calman, como apunta otra autora que leí a la par.

Lo segundo que hay que saber es que el relato se compone de dos partes. Acá es un lugar o un momento y todavía, es otro. Solo una vez terminada la lectura se podrá decidir cuál gusta más o cuál menos. Con todavía creo que me  encontré con la voz de la autora que conocí en Agosto y que me hizo querer saber qué estará cocinando, o preguntar en una librería qué nuevo hay bajo su firma. 

Pienso harto en el amor, en su deconstrucción, construcción y reconstrucción. En ser cola, en amar intensamente, en querer mucho y en que evitar sufrir no garantiza que no se sufra, porque se sufre igual. Pero, si sufrir es parte de la vida entonces, ¿si sufro vivo y si no sufro me muero? Últimamente le doy vueltas a la idea de que arriesgarse en la vida es vivir porque nos moriremos rápido, pienso en algo que escribe Anne Dufourmantelle: “‘Arriesgar la vida’ es una de las expresiones más bellas de nuestro idioma ¿significará necesariamente enfrentar la muerte y sobrevivir? ¿O bien habrá, inserto en la vida misma, un dispositivo secreto, una música capaz por sí sola de desplazar la existencia hacia esa línea de batalla que llaman deseo?”. 

Romina nos presenta a una personaje principal, Andrea, quien debe acompañar la muerte de su papá en un hospital y rememora situaciones de su pasado mientras imagina un posible romance con una enfermera. Andrea fue criada en los afectos de los noventa por una pareja divorciada, así es que es fácil empatizar con los escenarios que describe. Y, bueno, quién no ha estado en una sala de espera en una silla dura, o sin pegar un ojo, mientras al lado cambia la corporalidad de alguien muy querido.

En esta novela la protagonista ve a su padre (Mario) deteriorarse producto de un cáncer, mientras se cuestiona sus relaciones pasadas desde esa comodidad en que se encuentra. En ese todavía, Andrea se deja llevar por la inercia, pero también reflexiona en relación a la muerte, la enfermedad y su identidad.

“¿Hay una estación más adecuada para morir? (…) ¿Hay una estación más adecuada para atravesar la muerte de alguien, a saber, despedirlo, velarlo, cremarlo, enterrarlo, hacerse a la idea y continuar? ¿Hay un momento del año, una época, una estación más adecuada, más apropiada para sobreponerse, para emprender la sobreposición de la muerte de alguien, alguien que uno quería mucho y que estaba ahí y que era o fue durante bastante tiempo parte del paisaje? ¿Es mejor el verano porque el sol sobre la piel promueve la producción de endorfinas y entonces la sensación de desolación alterna con musculosas y gente en la calle bebiendo cerveza y más dispuesta al encuentro o, por el contrario, es más fácil en invierno que a hay más tiempo de contemplar y es entonces, a través de la introspección, ese recogimiento, a uno se le facilita la elaboración del duelo y esa ausencia?”, se cuestiona.

Enfrentarse a la muerte, en el caso de Andrea, no existe sin sangre, sin vómitos, sin transfusiones y la chiripiorca que le cuenta su papá que vive. “¿Cómo pudo ser que se enfermara? ¿De dónde sale eso? ¿Y dónde está ahora? Porque lo que se ve en él, los cambios que se van percibiendo en él, más allá de la bata y todo el hospital, tienen que ver con los efectos de medicación y no con la enfermedad. ¿O sí? Miro a mi papá y no entiendo. Observo a mi papá y no entiendo. Hago un seguimiento, un rastreo de mi papá, de la enfermedad en él y sigo sin entender. Cómo se origina, de donde surge, cuándo, por qué. Ahora mismo, mirándolo, ¿dónde está?. Sigo viendo a mi padre grande, esbelto, fornido, en definitiva el mismo hombre de siempre. ¿Por qué dicen que está enfermo?”.

Entre la realidad pasiva y el tiempo inexorable, los pensamientos de Andrea se cruzan con recuerdos de su ex, el anhelo de un encuentro con Rosa (la enfermera que se encarga de su papá), y también experimenta y rememora el deseo por varones. Andrea se siente ambigua, extraña, dan ganas de decirle: amiga, está todo bien, nada es tan binario cómo nos han hecho creer. De la misma manera le agradezco que le ponga palabras a esa sensación de no hallarse en una u otra etiqueta.

“En algún momento de todo ese recorrido pensé que era necesario definirme. Me preguntaba ¿seré esto o aquello? ¿seré lesbiana o bisexual? ¿seré una heterosexual repremidida, una lesbiana reprimida? ¿una heterosexual curiosa que se hace la lesbiana? ¿una lesbiana negadora que tiene miedo de definirse o aceptarse como lesbiana y entonces sigue saliendo con hombres y hace como que le gustan? ¿Pero y si le gustan de verdad esos hombres eso significaría que las mujeres ya no? ¿se anulan?”. 

Andrea está en un todavía muy estático, es un presente que persiste y que no cambiará hasta que algo cambie y por eso puede revisar su separación con una pareja que fue muy importante, y que al lado de su padre moribundo parece alguien muerta de verdad. Digamos que tiene minutos para pensar, entonces se debate entre la añoranza de un vínculo que ya fue y garcharse o no a la enfermera que delimita sus planes. Se le pasa el día y la noche la pilla en la casa de alguien que no conoce. Es economista del tiempo Andrea. 

“Que Lourdes no sepa o que no le corresponda saber que Mario -de golpe- está enfermo es algo que me hace un agujero punzante en el corazón, uno finito y preciso ¿Cómo puede ser que antes, en algún momento, todo y ahora ni siquiera eso, ni siquiera lo esencial? No, ahora nada porque ya no corresponde. Tal vez esa era otra buena razón para resistirse a la sexualización: ¿qué es ese patrón estúpido de las separaciones, de ese súbito nunca más? ¿Qué es eso, quién lo inventó? ¿por qué hay que dejar de verse de repente y definitivamente? ¿por qué esa relación se concibe como excluyente de otras, de dónde sale esa idea -consensuada- de que a partir de un momento verse duele y hace mal, quién sostuvo eso por primera vez?”.

Una se pregunta qué tanto tiene de verdad y qué tanto tiene de ficción, qué tanto tiene Romina de Andrea y viceversa. Soy del team que defiende que siempre, aunque sea ficción, las obras contienen inevitablemente algo de nosotras y ahí adivinar o no qué porcentaje está presente en las páginas es parte del juego. En una entrevista con El Clarín, cuenta que usa primeras personas que encarnan voces de mujeres que tiene a su alrededor. “Quizás en el momento no me doy cuenta de que me están contando algo que me impacta. El ‘robo’ se da mientras escribo. A veces prefiero no indagar, al texto llega lo que recuerdo y agrego lo que me sirve. Como tardo en publicar, cuando se editan las novelas esas mujeres son más jóvenes que yo. Voy armando monstruos, es un proceso un poco enloquecedor. Siempre digo que cuando sea vieja se me va a mezclar todo y voy a recordar al revés: probablemente me lea pensando que esa fue mi vida, que todo eso realmente sucedió”.

En Acá, la protagonista cuenta un poco más de lo que pasó después de que su padre se agravara, describe qué fue lo peor, nos enteramos de lo más espantoso que vivió (y usa esa palabra), qué fue el peor momento, el más espantoso, la peor hora, los asientos de la espera, la radio y la habitación que ocupaba su papá, cómo reaccionan sus hermanos y la forma en que deben enfrentarse a los trámites, porque siempre la muerte acarrea trámites. También abarca nuevos escenarios, un par de sueños, ramitos de ruda y vemos a Andrea yendo a Uruguay para encontrar a alguien, o quizás a ella misma. Sentí más predilección por la parte del principio, pero creo que solo una, como protagonista de su propia novela en primera persona, puede saber cuándo está acá y cuándo hay un todavía.

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