Un año de pandemia en la voz de cinco mujeres
Ya estamos en abril del segundo año de la pandemia. Chile lleva más de un año entre cuarentenas dinámicas, confinamientos voluntarios y un toque de queda que se arrastra desde el estallido social de octubre de 2019. Oficialmente, hasta el cierre de esta publicación, se habla de más de 24 mil muertos por COVID 19 en nuestro país.
El agotamiento mental está siempre presente y poder concentrarse en el ahora parece algo lejano. ¿Dónde se sitúa ahí el cuidado colectivo? ¿Qué tanta energía tenemos para seguir protegiéndonos? ¿Aprendimos a vivir en medio de la pandemia? Son preguntas que nos quisimos hacer en este artículo, contando las historias de cinco mujeres que han vivido esta crisis sanitaria desde la pérdida, el arrojo, la ciencia y el cuidado en salud.
La ausencia de la despedida
Daniela Espinoza, ha vivido esta pandemia desde la pérdida de un ser querido. Durante un viaje obsequiado a sus padres y familiares a Perú, estos se contagiaron. “En febrero (del 2020) esto se veía muy lejano aún, pero yo estaba alerta porque ya teníamos los pasajes comprados, algo me decía que era extraño, llámalo intuición, pero algo sospechaba. Esa vez le di un abrazo a mi papá antes de subirse al avión y no lo volví a ver más, porque su cajón estaba sellado. No vi su cuerpo, no pude tener un cierre, algo tan normal como es tener un ritual de despedida”.
Carlos Espinoza estuvo 56 días intubado, producto del Coronavirus. “Como familia cuando mi papá ya estaba enfermo, tomar decisiones fue lo más duro. Enfrentar la lejanía, no poder ver a la persona que más quieres y esperar esa maldita llamada de la clínica todos los días, mientras sorteas crisis de pánico y aprendes a delegar las funciones”, cuenta la sanantonina.
“Mi mamá también tuvo COVID 19: sintió dolores de cabeza, malestar corporal y ya, pero mi papá se murió. Esto es una ruleta rusa, ninguno tenía enfermedades de base. Nunca sabes cómo lo vas a enfrentar. Y no solo por los que se mueren, que han sido tantos, mi tía, hermana de mi papá estuvo 17 días intubada, y ya lleva 3 operaciones intentando rescatar sus cuerdas vocales y enfrentando una fatiga constante” agrega Daniela.
“Siento que el sistema en que vivimos nos arroja a la indolencia. La gente cree que ponerse una mascarilla y un poco de alcohol gel en las manos te protege pese a que estés en un grupo en un espacio cerrado de dos metros cuadrados. A veces encuentro todo egoísta e inhumano. La necesidad de salir ni siquiera me da tristeza, solo ira”, dice.
“Vivir esto a nivel familiar es un terremoto, de hecho seguimos respetando las medidas de alejamiento entre nosotros, lo que no fue capaz de hacer el Presidente, cuando abrió la tumba de su tío, nosotros sí lo hicimos con el mayor dolor del mundo en el funeral de nuestro papá. Algo tan vital como un abrazo en un funeral, yo no lo pude tener. No tuve un cierre, es como si a mi papá lo hubiesen raptado, es un trauma junto al dolor. Que no tenga que ocurrirte a ti, para darte cuenta que tienes que cuidarte. Esto de verdad va a pasar, el distanciamiento, los confinamientos… pero nadie me va a devolver a mi papá, y esa ausencia está muy presente”, agrega.
Empatizar descalza
Javiera Toledo es matrona, y trabajó durante 6 años en el consultorio de especialidades San Martín de Quillota en atención secundaria en salud, dedicándose los últimos años al área de cáncer cérvico-uterino. Es candidata popular a la alcaldía de Villa Alemana, se define como matrona feminista, y es madre de tres hijes.
“Esta pandemia me tocó muy fuerte en la parte como mamá. Soy una persona inquieta, y esto es de alto impacto emocional. Al principio entraba al hospital que está al lado del policlínico, subía a maternidad y a la unidad de cáncer con temor, ya que no sabíamos cómo podíamos contagiarnos de manera certera. Buscábamos los protocolos necesarios para no enfermarnos y a la vez seguir dando atención. A pesar de que hubiese dado todo por estar con mis hijos, sabía que mi lugar en ese momento no era estar en la casa y tuve que alejarme de ellos durante dos meses. Recién en septiembre de 2020 pude hacerme una PCR y volver a estar juntos, a abrazarnos y besarnos. Somos papás que vemos la crianza como una revolución, nos gusta dedicarle tiempo a la infancia y con esto encima no se podía”.
“Soy una persona muy de piel, para mí los tratamientos son más que solo medicamentos o pastillas. Siento que en la atención hay que transmitir cariño, y el que la gente no pudiera ver mi sonrisa, abrazarnos o tocarnos, me frustraba. En mi área quedé sola, debido a que el resto tuvo que ir supliendo otros cargos de urgencias, debido a los trabajadores de la salud que también enfermaron. Durante mucho tiempo no hubo elementos de protección adecuados, ni pecheras. En el periodo más crítico un 96% de los pacientes eran COVID o con sospecha del mismo, recuerdo cuando llegué un día lunes y me dijeron “vamos a tener que cerrar el policlínico porque el COVID también está acá”.
“En un principio lloré muchísimo porque estaba el miedo constante a si me iba a contagiar y cómo iba a reaccionar mi cuerpo. Mi sistema inmunológico estaba muy débil. Hay gente que no le ha tomado el peso al virus, porque ha tenido la fortuna de no vivirlo de cerca. A mí me gusta mucho empatizar descalza, no necesito ponerme en los zapatos de nadie para no ser indiferente. Pero hay personas que no creen en el COVID, no vieron el desgaste que genera, el miedo en los colegas o como estos caían enfermos. No vieron la fatiga, el cansancio y estrés que provoca, entonces traté de tomar un rol de contención y educativo, sabiendo que cada cosa que hacía podía impactar en un otro”, profundiza Toledo.
“Yo siento que esta pandemia nos vino a decir varias cosas: primero a ratificar que en Chile esta crisis social y económica se podía profundizar con cualquier cosa que afectara a quienes no contamos con privilegios. Hay personas que murieron por la negligencia de un sistema precarizado. No contábamos con los privilegios que tuvieron otros países para salir de esto, no es justo pelearse un ventilador o una atención de calidad. También nos vino a decir que había algo más profundo que lo material, el contacto con un otro, que podíamos usar la tecnología de otras maneras. Si hubiésemos sido realmente importantes para quienes nos gobiernan, esta historia de Covid se habría vivido con precaución, pero no miedo. Se habría vivido sin hambre y sin cesantía. Y sí, se puede contar una historia con COVID, pero para eso queda mucho por luchar aún”.
Volver por los pacientes críticos
Pilar es enfermera en Cuidados Intensivos UCI COVID, del Hospital Regional de Concepción. Trabajó en el área UCI por más de 12 años, hasta que en 2018 decidió renunciar a su cargo por un bienestar mayor: tener más tiempo para estar en su casa, dormir cómoda y tener una vida tranquila junto a su hija. Pese a que los cuidados intensivos le seguían gustando, había un desgaste profesional, que en ese momento le pasó la cuenta. Sin embargo, cuando partieron los primeros casos del virus, a finales del año 2019, señala que con algunos ex colegas ya estaban conversando sobre cómo podría desarrollarse la pandemia y qué pasaría si esta llegaba a Chile.
La especialidad de Pilar es precisamente el cuidado de enfermedades respiratorias. “Sabíamos que tarde o temprano llegaría acá. Ya en marzo de 2020 me presenté de nuevo con mi jefa para ofrecerle volver a la unidad, había una parte de mí quería colaborar con lo que iba a pasar. Volví por el paciente crítico respiratorio, no por el dinero o la estabilidad. Pensaba que en septiembre de 2020 volvería a mi casa, pero tuve que seguir. En la región del Biobío tuvimos un alza de casos más lenta al principio de la pandemia, y eso nos permitió prepararnos un poco más, a diferencia de lo que ocurrió en Santiago. Más que el estrés es el tiempo que llevamos con esta carga laboral muy alta, sin parar, sabiendo además que somos personal escaso”, complementa.
“El manejo actual que se tiene de la salud frente a las personas es bastante paternalista, machista y hegemónico. Se sigue tratando a las personas como niños, sin educarlos para que tomen sus propias decisiones, ni políticas que vayan a la prevención. Responsabilizar a las personas por los contagios es complejo, porque es un problema de política pública. A veces me da rabia ver a niños compartiendo, gente comprando regalos o haciendo actividades masivas, pero eso responde también a una falta de inversión en el sistema primario de salud y a la prevención. Si pudiera aconsejarle algo a la gente es que no tenga miedo a vacunarse cuando sea el momento, ya que será la medida más rápida que tendremos para enfrentar todo esto, junto con seguir con las labores de autocuidado y confinamiento voluntario, en la medida que sea posible”.
Ensayo y error
La bioquímica Isidora Molina pensó que cuando partía la COVID-19 se trataría de una gripe más, al igual que lo que ocurrió hace algunos años con la influenza AH1N1. “ Creí que iba a ser como la gripe porcina, que si bien era preocupante, en ningún momento nos confinamos. No tenía idea de que esto iba a ser tan complejo”. Ella participó como voluntaria en los ensayos de la vacuna de AstraZeneca, supervisada por la Universidad de Chile. “Pensé: ya que hago comunicación de la ciencia, tengo que partir con el ejemplo. Quería probar que las vacunas son seguras, que nos han ayudado a disminuir la mortalidad de un montón de enfermedades y a erradicar algunas otras. A la larga, creo que es una de las formas de ayudar que tengo”, señala.
“El tema de la mascarilla fue un ejemplo curioso de cómo avanza la ciencia. En un inicio no se recomendó su uso porque no había evidencia de que el virus se transmitiera por aire y era más importante que existiera stock para el personal de salud. Cuando se probó su transmisión por esta vía, se tuvieron que cambiar los protocolos a su uso obligatorio. El cambio de esta medida generó confusión, pero es parte de lo que ocurre con los descubrimientos y los avances científicos, un constante ensayo y error”. Parte de estos temas los aborda junto a 3 amigos, también científicos en el podcast “El cuarto elemento”, disponible en Spotify.
Respecto a las vacunas, Isidora es enfática en recordar la “inmunidad de rebaño” o por qué es tan importante que todos y todas nos vacunemos cuando llegue el momento para hacerlo. “Supongamos que tenemos una habitación con 10 personas, de las cuales 1 no se puede vacunar. Las otras 9 son inmunes contra un virus cualquiera. Ahora, algo ocurre y existe un brote de este virus en la habitación ¿Qué va a pasar? Ya que la mayoría de la población está protegida, es poco probable que el virus encuentre un lugar donde replicarse y finalmente desaparezca. De esta forma, la persona que no puede vacunarse está protegida por el resto. Las personas que no se pueden vacunar generalmente tienen problemas de inmunodepresión, o presentan algún tipo de reacción alérgica severa. Por lo tanto, todos nosotros que sí podemos vacunarnos, nos estamos cuidando a nosotros mismos y a la comunidad entera”.
Primera línea en salud
Jodian Fuenzalida o Jo, como la llaman sus amigos, es técnico en enfermería. La pandemia cambió sus planes de improviso. Lo que iba a ser un cambio gradual a un servicio de mayor intensidad (UCI) se vio precipitado por la llegada del virus. “Me lanzaron ‘a los leones’ altiro. Tuve que aprender muchos procedimientos de forma rápida, ya que la carga de pacientes con ventilador mecánico fue altísima sobre todo los primeros meses, se transformó en una labor super pesada”, indica la joven.
“Muchas personas han tomado el tema a la ligera, creyendo que es “como un resfrío común”. Las personas a veces pueden ser muy egoístas, hay quienes salen con la mascarilla a media cara, con la nariz afuera, otros se la sacan para fumar y luego se la vuelven a poner. Nos hace falta mucha cultura para cuidar al resto y a nosotros. A veces me gustaría que se tomara más conciencia sobre lo que estamos viviendo. Hay que pensarlo por quienes nos estamos arriesgando para cuidar al resto. Las y los técnicos en enfermería somos trabajadores de un área muy mal remunerada, pero aún así nos dedicamos al 100% a cuidar a nuestros pacientes y rehabilitarlos, y quisiera que la gente tomara más conciencia de ello”, agrega Jodian, para finalizar.
Todos estos testimonios hablan de una realidad conjunta: una pandemia a la que hay que enfrentarse desde lo comunitario, con medidas económicas, sociales y culturales que beneficien pero también informen a la ciudadanía entera. Cuando pensamos en el dilema de la “última cama”, ignoramos lo que muchos trabajadores y trabajadoras de la salud han señalado en incontables ocasiones: muchas personas ya ni siquiera alcanzan a entrar a los hospitales o centros asistenciales. Las ambulancias se agolpan, la desigualdad pega fuerte y ni los ventiladores reconvertidos ni las vacunas nos entregarán sensación de seguridad si los contagios siguen incrementándose en sectores donde la gente debe salir a subsistir del día a día, en espacios hacinados que no alcanzan ni siquiera para hacer un aislamiento preventivo, mucho menos enfrentar una cuarentena total.
Este texto fue escrito a finales de diciembre. Al pasar los meses tenía la pequeña esperanza de que me tocara mencionar cifras más alentadoras, pero la incompetencia gubernamental en el manejo de la pandemia, la ciudadanía incrédula y el egoísmo de quienes ostentan el poder, han vuelto esta crisis sanitaria en un problema de clase que como siempre, deja en la indefensión a buena parte del país.
Frases como las que dijeron José Manuel Silva, director de inversiones de LarraínVial: “No podemos seguir parando la economía, debemos tomar riesgos, y eso significa que va a morir gente”, y Carlos Soublette, gerente general de la Cámara de Comercio de Santiago “No podemos matar toda la actividad económica por salvar las vidas”, no deben ser olvidadas. Reconstruir el país después del dolor de tantas pérdidas humanas solo puede ser a través de un cambio concreto que abandone esta depredación de los recursos naturales y las vidas, y avance hacia una real ética del cuidado colectivo impulsada a través de un estado de bienestar, del cual Chile sigue lamentablemente muy distante.