Apuntes sobre la muerte de Maradona: La pelota no se mancha
Me gusta el deporte desde que tengo memoria. La Argentina desde un poco más grande. He estado participando en ambas cosas durante un buen tiempo. De manera activa, desde ponerse los zapatos y chutear la pelota en el barro una mañana de sábado, hasta una más bien pasiva, conversando sobre el tema en grupos organizados, viendo las transmisiones televisadas como ruido de fondo para hacer el aseo. Y si bien no conocí al Diez en su época dorada, nunca hubo duda de que era el mejor futbolista de todos.
En algún momento, incluso visité su iglesia. Es algo tangible El Diego.
Esta última semana cuando nos han pedido que no seamos yuta de la pena ajena, es como cuando vas al funeral de tu papá -–que fue como el hoyo–, pero está lleno de personas con las que fue bueno, todes llorando a mares, celebrando las cosas públicas que hizo.
Por si te quedaba alguna duda, en la vida es más importante jugar bien a la pelota.
No tuve que esperar a que mi padre biológico muriera para estar en esta situación. Pero cuando fui a verlo, todos lo amaban. Cuando pedí ayuda, nadie me creía que podía ser así de malo.
Habrá gente que lo llore en su momento. Seguro que sí. Me quedó claro.
Lo mismo aquí. Murió un hombre, con cosas buenas y cosas malas. Es una persona al final, aunque le hayan hecho una iglesia.
Además, ahora está muerta. No es como si quisiera exigirle algo a alguien que no conocí, que menos me conoció. No podría tener esas ganas ególatras. El tema es la gente que le sobrevive, la gente que me rodea que habla de él y trata de separar al hombre del jugador de fútbol.
No quieren que toquemos esa última figura, que al parecer es la única que existe ahora. Quieren mirar para otro lado cuando recordamos la foto de él semidesnudo con las chicas menores de edad. Quieren borrar de la memoria que lo grabaron boxeando a la polola. Porque esa versión del hombre que admiran no es tan importante parece. Se repite en todas partes la del niño que le quebró la mano al destino. La del joven contestándole a la Fifa. Dándole cara y alegrías al pueblo. Dando la mano de Fidel Castro. Apoyando la Revolución Bolivariana.
Para mí, es considerar la clase sobre la pederastia. Y personalmente, no me parece un dilema complicado. Para una liberación total de la humanidad, no se pueden considerar sujetos que estén disponibles para la explotación de otres. No podría llorar a un conocido consumidor violento de mujeres. ¿Esas últimas tres palabras podrían ir acompañando el nombre de uno de los ídolos más grandes de la sociedad moderna? Que además, no es como si no hubiera estado aprovechando sus propios privilegios de clase al relacionarse con estas niñas.
Reviso la prensa argentina. Reviso la prensa argentina de periodistas feministas. De cadenas informativas de mujeres. Mujeres y mujeres escribiendo con hombres al parecer aliados (¿?). Todas dicen lo mismo, que “está el Diego del pueblo/peronista/anticorrupción/patriota y está el otro Diego”. Me hago la pregunta que yo misma quiero responder: ¿Puedo realmente mirar a Maradona fuera de la intersección de las categorías clase y género? ¿Del Diego racializado?
La respuesta es un rotundo no (porque soy particularmente drástica).
Es que creo que no hay forma de separar nuestras acciones de quien las hizo, así de simple. No hay nada que salga de nosotres que no esté contextualizado en alguna estructura en la que nos desenvolvemos. Y así fue él, supongo. No puedo pedirle a nadie que si tiene oportunidad de desviar el camino que parece trazado, lo haga. Pero pareciera ser que la invisibilización y opresión de las mujeres es socialmente menos importante que la económica. Aun cuando me parece que ambas tienen la misma raíz: deshumanizar y utilizar un grupo específico de seres humanos para el bien propio. Entonces, ¿por qué las luchas están separadas como si fueran harina de otro costal? En el mismo espacio de las canchas donde hizo historia, aprendió a tratar a las personas que le rodeaban. Como una persona cualquiera, que más que creada, fue creciendo mediante experiencias que muchas veces fueron contradictorias. Más fácil es cuando los que te rodean no lo problematizan.
No es la primera vez que nos pasa este año. Hace unos meses también importuné el funeral de Kobe Bryant con mis comentarios, donde ocurrió algo bastante parecido. Un ídolo que se va, un mundo que lo llora. Víctimas revictimizadas porque todos van a echar de menos a un violador. Pero que jugó de forma maravillosa al basket.
Puedo comprender que haya una especie de orfandad entre tanta calamidad que significa vivir en un orden mundial como este. Y entonces, siento que no es el fútbol el opio del pueblo, sino las ganas de tener un ídolo. Aunque cometa errores y haga daño. Pero por alguna razón que parece más lógica, lo vas a perdonar. Ayudado por la sociedad que te rodea también, que considera que hay daños que no valen tanto como otros. Entonces sí estoy cuestionando el duelo a un sujeto que, para bien y para mal, era otro producto de este orden cultural.
Queda claro al final de esta semana, nuevamente, que la pelota no se mancha.