Kim Ji-young, nacida en 1982: las voces de una mujer común
El año 2016 una novela coreana fue best seller y al mismo tiempo blanco de duras críticas. Kim Ji-young, nacida en 1982 de Cho Nam-joo vendió más de un millón de copias, y levantó movimientos feministas y antifeministas que agitaron las aguas de Corea del Sur, para bien y para mal.
En octubre de 2019, el libro volvió a tomarse las vitrinas tras el estreno de su adaptación al cine, en un film dirigido por Kim Do-young y protagonizado por los conocidos actores Jung Yu-mi y Gong Yoo. Yu-mi fue recibió duros comentarios en su Instagram por aceptar el rol, se sumaron peticiones al presidente para no permitir el estreno de la película y miles de usuarios que, incluso antes de su lanzamiento, comenzaron a dejar reseñas negativas en distintos sitios web. Idols fueron agredidas en internet por haber declarado que leyeron el libro.
Advertencia: reseña con spoilers
Kim Ji-young, nacida en 1982 relata la historia de una mujer con el nombre más común que se puede tener en su país. Ji-young, en sus treinta y algo años de vida, dejó su trabajo en una empresa de marketing para dedicarse por completo a su hija, mientras su marido, Dae-hyun, trabaja para mantener a la familia. La primera escena de la película lo muestra a él en la consulta de una psiquiatra. Dae-hyun está preocupado por su esposa: dice que a veces ella presenta extraños comportamientos, donde él confiesa “no reconocerla”.
Pero la verdad es que ella parece una mujer normal. Una madre normal. Una hija normal. Una esposa normal. Relegada a su vida de ama de casa, Kim Ji-young hace malabares para dejar a su hija en la guardería, ordenar, limpiar y cocinar, ir a buscar a la niña, bañarla, acostarla. Su esposo llega a casa e intenta -frustradamente- ayudarla, luego de jornadas de trabajo donde sus compañeros hablan con liviandad de lo inútiles que son las charlas contra el acoso laboral, de lo cansador que es el matrimonio y de los grupos de hombres que comparten imágenes de sus compañeras o las cámaras ocultas en los baños femeninos.
Con la casa llena de globos y una torta en la mesa, un día la protagonista le anuncia a Dae-hyun que volverá a trabajar. Los malabares por encontrar la manera de compatibilizar su vida de madre y los frutos del esfuerzo de años de estudio y trabajo vienen de nuevo y marean a la protagonista, hasta finalmente rendirse y dejar de lado la oportunidad que tiene. Su suegra le cuestionó cómo podía hacerle esto a su hijo al enterarse de que Dae-hyun planea darse una licencia de paternidad. Su madre se ofreció a cuidar a su hija para permitirle trabajar. Ji-young no quiere repetir la historia de mujeres al servicio de los hijos.
“Qué rabia esta hueá” pensé escena tras escena. Qué rabia ver a una mujer no ser ascendida porque es fértil y el día que sea madre “no será útil”. Qué rabia sentirte amenazada por un hombre que te mira demasiado en la micro. Qué rabia que te hagan trabajar el doble en fiestas familiares y ver a los hombres de la casa haciendo nada. Qué rabia que tu papá no tenga idea siquiera de qué te gusta comer, pero que sepa todo sobre tu hermano. Qué incomodidad y qué liberador cuando, cansada y podrida, Ji-young habla en tercera persona de sí misma, como si fuera su madre, su hermana, su abuela o su amiga que falleció en el parto de su hijo, pidiendo mayor comprensión en una sociedad machista. Qué rabia que su marido, sin poder descifrar estos episodios, googlee: “Mi mujer está poseída”.
Las voces de Kim Ji-young son las voces de las mujeres que conoce, que han pasado por su vida o están en ella. A través de sus delirios, parece hablar en realidad por todas aquellas que están en silencio, con opiniones crudas, sin ningún filtro ni vergüenza. El atrevimiento, la voz en alto, se disfrazan de locura en un mundo donde no decir es mejor que decir.
El domingo una querida amiga iba camino a su trabajo. Mientras caminaba, un hombre la abordó y la manoseó. Cuando ella fue a encararlo, el tipo le respondió con un golpe en la cara. Me dio tanta pena y rabia todo que solo pude pensar ¿Somos realmente tan distintos de Asia? ¿Es un mundo tan desconocido y espantoso Corea del Sur, que vamos a negar que parlamentarias y figuras públicas son acosadas en redes sociales por declararse feministas? ¿Es tan ajeno otro continente que omitiremos que hombres como Martín Pradenas o Nicolás Zepeda existen?
¿El patriarcado distingue fronteras cuando se trata de nosotras?