La primera línea frente a la pandemia: Mujeres y COVID-19
La feminización de algunas profesiones y oficios, junto a la labor de cuidados en el hogar son dos factores que dejan a las mujeres expuestas, en la primera línea de contagio.
Una semana atrás éramos miles en las calles. Pañuelos morados y verdes junto a coloridas capuchas llenaron todas nuestras ciudades. Siete días después el repetir esa imagen se torna imposible y hasta peligroso: una pandemia que recorrió el mundo llegó a nuestro territorio y el reunirnos se torna algo no sólo arriesgado, sino que prohibido.
Las mujeres que marchamos el pasado 8M éramos hijas, madres, hermanas, profesoras, profesionales de la salud, asesoras del hogar, dueñas de casa, trabajadoras de las artes, de la prensa, estudiantes y más. Una semana después de encontrarnos y abrazarnos en las calles nos vemos en el desafío de encarar una emergencia diferente a las que nos hemos visto enfrentadas en nuestra historia reciente: una pandemia.
La organización social y familiar en nuestra cultura pone históricamente a la cabeza de los cuidados de los miembros de la familia a las mujeres. El censo de 2017 reflejó que la jefatura de hogar femenina subió 10 puntos porcentuales entre 2002 y 2017, existiendo 2.351.218 hogares liderados por mujeres. Del resto de hogares y familias del país donde las mujeres somos miembros, somos nosotras quienes nos hacemos cargo de nuestros enfermos, de nuestros adultos mayores y del soporte diario de los niños que nos acompañan en el hogar.
En mi experiencia trabajando en un centro de salud público veo que quienes más consultan y se acercan por atención son mujeres, acudiendo también por inquietudes de sus familiares, niños, jóvenes, adultos y ancianos, hombres y mujeres, quedando nosotras a cargo de sus cuidados en la gran mayoría de los casos. Según un reporte de la Organización Mundial de la Salud del año 2007, si bien la exposición ante agentes infecciosos y el desarrollo de enfermedades no reconoce diferencias de género, las mujeres están más expuestas que los hombres a adquirir enfermedades infecciosas en aquellas sociedades donde los cuidados de los enfermos están a nuestro cargo.
Las diferencias de género construidas históricamente no solamente tocan lo privado, sino también lo público. La diferenciación de las labores también fuera del hogar impactan diferentes ámbitos del trabajo, uno de ellos es la educación. En la actualidad el 73% de la dotación docente en nuestro país son mujeres, subiendo esta cifra a un 100% en la educación parvularia. Se trata de espacios laborales con alta concentración de personas usuarias. Pensemos en la educación pública, donde el número de alumnos por aula no suele bajar de los cuarenta.
Situándonos en la emergencia sanitaria que esta pandemia representa, si bien los niños no han sido considerados como población de riesgo ante el COVID-19, en el caso en que existan contagios la expansión del virus con los niños como vectores, se visibiliza un alto impacto en la expansión de la enfermedad. Tras culminar sus labores en esas aulas esas mismas mujeres docentes, educadoras de párvulos y asistentes de la educación volverán a sus hogares, y en un alto porcentaje llegarán a hacerse cargo de sus familias igualmente impactadas por la pandemia, pero habiendo estado expuestas a un alto riesgo de infección. Ante la suspensión de las clases por dos semanas a nivel nacional decretadas el domingo 15 de marzo, esos riesgos disminuyen. Pero no disminuyen del todo.
Si bien la formación académica en salud inicialmente estuvo limitada hacia los hombres, desde los años en que Eloísa Díaz fue la primera mujer médico de Chile y América del Sur hasta la actualidad, la mayoría de los profesionales, técnicos y administrativos de la salud en formación en Chile son mujeres, llegando a los dos tercios de la totalidad. En este contexto, donde la primera línea de la detección y contención de la pandemia será mayoritariamente integrada por mujeres, nuevamente nos encontramos en un escenario donde el peligro de contagio nuevamente aumenta para nosotras. Si tienen dudas respecto a la composición por género en los centros de salud, es cosa que recuerden sus últimas visitas a clínicas, hospitales y CESFAM, y enumeren cuántas de las personas que les atendieron y recibieron fueron mujeres.
Todo el país está expuesto a esta pandemia, sin embargo, las mujeres somos un grupo especialmente expuesto a sufrir contagio y las consecuencias del COVID-19 en nuestras vidas cotidianas. Pensemos, por ejemplo, en las asistentes de vuelo, labor también feminizada a lo largo de la historia, y expuestas especialmente a adquirir el virus en su trabajo por el alto tráfico de pasajeros que deben afrontar a diario en sus labores. Sí, se han otorgado alternativas de trabajo remoto, pero ¿cuántos de nuestros empleadores están preparados para entregarnos esa alternativa? Traigamos a este contexto también a quienes no tendrán esa opción. Pensemos en las vendedoras del retail, las cajeras de supermercado, a las trabajadoras que desempeñan funciones de aseo industrial, en las asesoras del hogar que tendrán que permanecer en sus trabajos a cargo de los niños que no teniendo que asistir a clases tendrán que permanecer en sus casas. ¿Cómo protegerlas? ¿Cómo protegernos de los riesgos de permanecer activas en contexto de pandemia?
Es inminente: todo el país está en riesgo ahora, y si bien las medidas de parte del gobierno de frenar la expansión del COVID-19 han sido lentas, la presión social de parte de la comunidad médica y científica han surtido efecto, y se han vuelto más efectivas. Voces femeninas preparadas y potentes como la de Izkia Siches, presidenta del Colegio Médico, y de investigadoras y académicas del área de la salud como Pina Bertoglia, han sido capaces de enfrentar a la lenta institucionalidad, y asimismo esas presiones han logrado que medidas más inteligentes de parte del gobierno sean tomadas.
Se viralizó la necesidad de las medidas de distanciamiento social. En nuestras casas y departamentos tendremos que estar pendientes de lo que ocurre, estar atentas a nuestros riesgos y a los de nuestro entorno directo. Tendremos que tomar distancia, pasar más en casa. Esos tiempos lejos de quienes queremos, de quienes están más vulnerables a sufrir peores consecuencias de esta pandemia, esta distancia autoimpuesta será nuestro acto de amor más grande. Muchas mujeres jóvenes vivimos solas, lejos de nuestros padres y abuelos, y esa distancia tal vez signifique no verlos y estar más solas. Pero la distancia no tiene por qué significar aislamiento.
El 18 de octubre y estos últimos 8M nos han mostrado el valor de estar juntas, de la organización. Hoy más que nunca es importante organizarnos, utilizar nuestras redes sociales para estar atentas, cuidarnos. Desde la vereda laboral que me ha tocado transitar, de la salud mental y la salud pública puedo decirles que es tiempo de informarnos con responsabilidad, de organizarnos a la distancia, de estar conectadas, de darnos tiempo para la creatividad y el autocuidado en nuestros encierros. Bordemos, pintemos, escribamos. Llamemos a nuestros abuelos, a nuestras mamás, a nuestras amigas madres jóvenes, dueñas de casa, trabajadoras de la salud y de la educación, asesoras del hogar.
Pongamos en la discusión de las redes nuestras necesidades emergentes como mujeres en esta pandemia. Presionemos a nuestras autoridades y gremios laborales por mayores medidas de cuidado no sólo a la población que por edad está más vulnerable, sino que también a quienes lideran las labores de cuidado. La autogestión virtual es necesaria.
Hace una semana éramos miles, millones en las calles. Ahora desde nuestras casas sigamos expandiendo esta ola y seamos miles de pañuelos verdes y morados haciendo frente a este nuevo desafío y estando juntas, a la distancia. Visibilicemos cómo la construcción social de nuestros roles de género nos deja vulnerables frente a emergencias como esta, trabajando también para de una vez por todas hacer cambios profundos.
Estoy segura que juntas en la distancia saldremos airosas.