No me importa la reputación de los hombres
Dicen que tiraron a los leones a Ortega y Baradit para distraer la atención de Nicolás López. ¿Acaso no saben que las mujeres podemos enfocarnos en diferentes cosas a la vez?
Permanentemente, entre la esperanza y la decepción. Eso dice una de mis canciones favoritas. Y en mi cabeza le cambio la letra, porque no se trata de amor lo que veo, se trata de poder, se trata de violencia.
Porque pienso “porque pueden”. Porque cuando era más chica y pensaba que había un hombre con un interés genuino en ser mi amigo, que se mostraba interesado por las cosas que escribía y quería conversarlo, en realidad solo quería drogarme un poco en su casa -aunque no me gustara drogarme- y ver qué pasaba después. Porque contesto el teléfono o abro mi bandeja de entrada y escucho y leo a mujeres violadas, abusadas y quebradas. Todos los días. Durante meses.
El otro día conversaba con una nueva amiga. Así le digo en mi mente, nueva amiga, porque primero ella pensó que yo era lo peor y luego cambió de opinión y me lo dijo. Y creo que es una persona valiosa. Conversaba con una nueva amiga y coincidíamos en que los hombres con real poder jamás van a caer en Chile. Nicolás López, finalmente, es López, no es Matte, ni Correa. Espero equivocarnos.
¿Me da pena Paz Bascuñán? No. Porque regalona del patriarcado. Pero ¿tenemos que fijarnos en ella? Si ella hizo uso de su aprendizaje político y mandó a dos pésimos a controlar las comunicaciones con la agencia que defendía a Cheyre ¿hay que culparla de algo? ¿Hay que fijarse en ella? Yo creo que no. Regalona sí, culpable no.
Y en la tele y en las radios y en los diarios tenemos a regalonas, pero también a pobres pájaros con capital social y yo prefiero pensar en los pobres pájaros y desear con toda mi alma que todo lo que salga de sus bocas no se transforme en regla, no se transforme ni se amplifique como el discurso que la sociedad completa tome como propio. Soñar es gratis.
Recuerdo haber entrado a estudiar hace más de diez años y decir en público que me parecían asquerosas las columnas de Francisco Ortega, sin saber quién era Francisco Ortega. Ayer Baradit decía que en diez años el lenguaje cambiaba, pero yo creo que está equivocado. El lenguaje siempre ha sido el mismo y el poder que tienen las palabras también. Me daban asco las palabras de Ortega, sobre mujeres que no conocía y en mi mente, una y otra vez, daba vueltas la idea “¿qué pensarán ellas? ¿qué sentirán?”.
Las palabras de esas columnas no eran una ficción. Y cuando las releo, pienso en que ahí solo hay un deseo de poseer a alguien, aunque esa persona no quiera. Probablemente, por eso también las encontraba asquerosas, sin poder argumentar con tanta seguridad el porqué. Pero en el fondo lo sabía. Lo sentía. Y estoy segura que todas lo sentimos. Crecemos sabiendo todo esto, pero no sabemos ponerle nombre y lamentablemente, tampoco sabemos muchas veces detenerlo cuando sucede. Hablo de la posesión y de no consentir esa posesión.
Entiendo por qué para mucha gente sea jugoso que esas columnas esculpidas con semen refloten ahora (sí, es horrible usar jugoso y semen en la misma oración, no soy Ortega, lo prometo). El contexto es el caldo de cultivo. Pero me llama mucho la atención que se pase por alto que Francisco Ortega siga escribiendo una columna en una revista, sobre mujeres. Chilenas que amamos. “Otra cosa, no puedo creer que hayan huevetas que a estas alturas del tiempo me pidan a Eliza Dushku… O sea… la mina no sólo fue una de las primeras féminas en ser elevada al altar de las chicas más importantes para el universo Sobras, sino que es una de mis personales favoritas. La nombro cada vez que puedo, sueño con ella, la amo como sólo he amado a mi mano”, decía en su blog.
Ortega sigue amando mujeres como solo ha amado a su mano, pero solo ha cambiado las palabras, el subtexto es el mismo. Lo hacía en su blog, luego lo hizo en El Dínamo y sigue haciéndolo en Caras Hombre. ¿Por qué te pongo el ojo encima y escribo de ti, justificando mi machismo como romanticismo? Porque puedo. Así me lo imagino hablando, delante de su computador, mientras se toma un copete.
Hace tiempo había conversado de esto con algunas mujeres que aparecen reseñadas en sus textos de Caras Hombre y ninguna estaba contenta. Se sentían mal, de hecho. Ojalá Francisco supiera que esas palabras que ahora publica ahí y que están al borde de lo cerdo, pero que reviste de fino, a algunas de esas mujeres las hace sentir mal. Se sienten hasta sucias. Y es porque aunque justifique una y otra vez que hay algo más que lo físico en esa fascinación, por más que trate de blanquear una sección asquerosa usando a Violeta Parra, en realidad, tanto ellas, como otras, sabemos que lo suyo no va por ahí. Las ama como solo ha amado a su mano. Y en el 2014 seguía haciéndolo.
Las cosas que escribe Ortega me recuerdan a los posteos en Nido.org ¿a ustedes no? Esos posteos en donde se trafican fotos y videos de mujeres mayores y menores de edad, sin su consentimiento. Posteos de hombres que lo hacen porque pueden. Hombres que poseen a mujeres en contra de su voluntad. Que comparten sus datos personales, direcciones, lugares de estudio. Comparten sus rostros y también sus cuerpos. Se recomiendan imágenes de jovencitas que no tienen idea, algunas, que parte de su intimidad circula por internet y que sirven para que hombres describan, delante de otros hombres, las miles de formas en las que se masturban mirándolas. Las cosas que escribe Ortega me recuerdan a los posteos de Nido.org.
La reputación. ¿Qué va a pasar con estos hombres? ¿Por qué se les juzga con tanta dureza por cosas que escribieron hace tantos años? ¿La gente no tiene derecho a cambiar? Son preguntas que he leído y escuchado en las últimas horas. Y son las preguntas que tiendo a escuchar cada vez que salen a la luz las postales más crudas de la masculinidad en crisis. Una crisis que no tiene fecha en la edad del tiempo, en la edad de la historia.
La reputación. Pensamos en su reputación. Pobres pájaros. Pensamos en cómo lo deben estar pasando. Pero poco pensamos en lo que sentirá Lucy Cominetti leyendo -en el año que sea- a un hombre que no conoce ni es de su confianza decir “amarrada y ensangrentada me produce… cosas” (amarradas y ensangrentadas mueren las mujeres).
No me importa la reputación de los hombres, porque no hay prescripción en los sentimientos de las mujeres. El sentimiento de indefensión tampoco se acaba. Todas lo sabemos, queramos reconocerlo o no, porque nos hemos sentido indefensas desde que tenemos memoria y conciencia de que nuestros cuerpos -muchas veces para nosotras- son un problema (qué triste escribirlo).
La reputación. ¿La reputación? No me importa la reputación de los hombres. Desde que el tiempo no sabe que es tiempo, ha importado la reputación de las mujeres. No me importa la reputación de los hombres. Prefiero pedir disculpas antes que no creerle a una mujer. No me importa la reputación de los hombres. Me importa más que una mujer tenga la seguridad para darse cuenta que hay alguien aprovechando su capital social, económico o político para poseerla, de la forma que sea. Que no dude en pensar que está mal sentirse sucia después de leer algo así. Porque tiene razón. Porque hubo un hombre que no pidió permiso y utilizó el lenguaje para hacer lo que tal vez -espero- no se atreve aún a hacer con la fuerza. Y esas palabras no se olvidan. Y hieren. Y asquean. Pero ellos lo siguen haciendo, sin arrepentirse de verdad. Porque sienten que es un derecho. Porque pueden.
Gracias por la esquizofrenia.
Gran columna! Te leo y me interpela. Yo también fui un nerd 80-90 y se lo machista-misóginos que fuimos construidos desde ese lugar. Además entiendo el lugar de “víctimas” en el cual es fácil ponernos al decir que “también fuimos unos excluidos sociales”.
Pero no es tan así. Menos si en la actualidad se tiene un poder público o social adquirido más allá de la condición masculina.
¿podemos cambiar nuestra construcción machista? si, espero, he visto a pocos que lo han podido lograr y la mayoría tiene una conexión desde la opresión. ¿Podemos decir que hemos cambiado sin necesariamente demostrar que lo hemos hecho? si! y esto es lo que más se repite entre los varones cis, porque públicamente seguimos teniendo el poder de validación sociocultural. ¿Cual es la estrategia? (comunicacional, al menos) es la de hacernos víctima de nuestra propia ventaja. Entonces, cuando sale alguien a hablar desde su lugar público de poder, de ventaja, de ganancia económica, de posicionamiento social e intelectual; y sale a decir que ha cambiado pero “no se dan cuenta como me ha costado”. Entonces, para darle el beneficio de la duda, vamos al historial deconstructivo que ha militado. ¿No hay? ¿En la mayoría de los hombres públicos que declaran su “transición deconstructiva” no hay? Mmm… ¿raro? Claro que no!
Desde el punto de vista masculino te das cuenta que la deconstrucción es una mierda y una pérdida de lugares de identidad y poder que has construido por años. Y esa forma de compartir en contextos que puedan sostenerte, se da solo al amparo de estar en lugares que te interpelan directamente, no en círculos donde te van a exigir muy poco para demostrar que efectivamente estás cuestionándote tus privilegios.
Porque asumamos. Renunciar a nuestros privilegios como hombres es un “privilegio” en si mismo cuando se da en un contexto en el que podemos “ganar” más que “perder”.
Gracias y saludos!