Kesha: nuestra venganza es ser felices
Casi nunca les creo a las personas que dicen que han llorado con una canción, pero eso es porque estoy proyectando mi incapacidad para exteriorizar lo que la melodía y la letra me producen. Llevo unas veinte veces escuchando ‘Praying’, la canción que Kesha nos regaló justo en la semana en que más lo necesitamos. Tengo que decir que la piel de gallina persiste cada vez que llego a la estrofa previa al coro, a medida que se van colando matices de la voz de esta cantante tan violentada en su intento por construir una carrera en la industria del pop; tan criticada por “querer hacer feliz a la gente” con sus himnos para bailar y liberar las opresiones del día a día. ¿Tan terrible es vernos brillar?.
En una sociedad que nos mata, nos humilla, nos maltrata y luego no nos cree, lo que queda para quienes hemos sufrido de las distintas caras de la violencia machista es buscar una forma de sanación. Unas funan, otras denuncian; hay quienes desarrollan algún trastorno depresivo o postraumático, y otras viven todas las alternativas anteriores. Están, además, las que eligen perdonar y crear a partir del dolor. No digo que una opción sea mejor que las otras, sino que establezco los distintos mecanismos que cada mujer tiene a la mano para seguir viviendo, para no elegir nuestra autoeliminación. Y eso mismo es lo que explora la cantante al inicio del video.
¿Estoy muerta? O ¿es éste uno de esos sueños terribles, de esos que parecen interminables? Si estoy viva, ¿por qué? Si existe un dios o lo que sea; algo, en algún lugar: ¿por qué todo, por qué todos a quienes he conocido y amado me han dejado sola? ¿qué lección tengo que aprender, qué sentido tiene? Dios, dame una señal, o voy a tener que rendirme. Por favor, déjame morir. Seguir viva duele demasiado”.
No puedo sino pensar en Antonia Garros. Pienso en todas las que no encontraron la solución de este lado del mundo. En cómo las abandonamos, las hemos hecho callar y cómo no prestamos atención a sus historias. Cómo las reducimos a un número en un macabro recuento de femicidios en el Ministerio de la Mujer: 55, 48, 100, qué importa, ¿verdad? Hay otros asuntos de los que nos tenemos que ocupar. Nos obligan a ser mártires cuando sufrimos violencia; esperan que vayamos en busca de la luz al final del túnel, porque todo lo malo algo bueno te entrega, se supone. ¿Por qué está mal que hablemos una y otra vez de nuestra historia; que lloremos, que nos quebremos cuando vemos esa violencia en una amiga o conocida? No quiero que tengamos que ser fuertes; quiero que dejemos de tener miedo. Más bien: que dejen de infundirnos miedo.
Aterrorizada por ver que su sueño de ser cantante se caía a pedazos en manos de Lukasz Sebastian Gottwald (Dr. Luke), conocido misógino de la industria pop, Kesha logró ser feliz de nuevo gracias a la pelea: con cada fibra de su cabello, con cada peca, con cada lágrima. Pelear contra Sony, los medios, los prejuicios y los cuestionamientos que tendría que sufrir para que la verdad saliera a flote. Y coronó su batalla con creación: su disco nuevo, “Rainbow”, estará disponible desde el 11 de agosto. Su revancha fue seguir haciendo lo que más la llena como persona, y el primer obsequio de este nuevo trabajo discográfico es ‘Praying’, una muestra de cómo la violencia puede destruirte y de cómo el dolor te puede consumir. Esta canción es una forma de probar que hay color y vida fuera de la agresión; que no hay que olvidar lo que nos pasó, pero que una buena estrategia es desligarnos del poder cedido al hombre que nos maltrató. A los hombres que nos disminuyeron como personas. A los comentarios anónimos de hombres que nos odian. A todos ellos.
“Espero que estés en algún lugar, rezando
Espero que tu alma esté cambiando
Espero que encuentres la paz
y que caigas de rodillas, rezando”
Kesha eligió pensar que hay una oportunidad de redención para su agresor, sin dejar de lado lo que vivió y que tomó para construirse como una mejor persona. No se trata de relativizar la violencia ni de hacer que el agresor salga libre de polvo y paja: en paralelo a las demandas que la estadounidense interpuso en contra de Gottwald, la artista aprovechó para advertirnos que esto no es lo último que veremos de ella. Dentro de la mierda que hay que pasar para salir a la calle con la armadura del feminismo, esta mujer tomó la bandera del orgullo propio; ésa que tanto se nos olvida ondear cuando nos subestiman. La que no hacemos flamear por miedo a que nos cubran con una de mejor confección. Descuida, Kesha, entre todas podemos izar una bandera gigante que nos dé cobijo frente a un mundo que no nos quiere ver de pie. Después de todo, nuestra venganza es ser felices.