El feminismo no puede olvidar a los niños

El 3 de octubre del 2016, a través de una conferencia de prensa, la directora del SENAME Solange Huerta, indicó que durante los últimos once años, 1.313 niños murieron bajo la tutela del servicio.

Luis Marileo Cayiqueo de 24 años fue asesinado el sábado 10 de junio del 2017, por el ex sargento de Carabineros Ignacio Gallegos Pereira, en Ercilla. Él, al igual que varias generaciones de niños mapuche, vivió su infancia y adolescencia conociendo de cerca la violencia del Estado.  Cinco días más tarde, el 15 de junio, las Fuerzas Especiales de Carabineros atacaron una escuela rural, en la comunidad de Temucuicui, localidad ubicada en la misma comuna de la Región de La Araucanía.

El mismo día, a casi la misma hora pero en Santiago, niñas del Liceo 7 de Providencia eran atacadas una vez más por Carabineros, como respuesta a sus demandas por una educación no sexista y libre de violencia de género, a la que están expuestas en su lugar de estudio. La violencia con la que son atacados los estudiantes en Chile no es nueva:

La ausencia de la protección a la infancia por parte del Estado debiera ser uno de los motores más fuertes en las demandas de los movimientos feministas actuales. Y, a excepción de esfuerzos puntuales y organizaciones,  no existe un discurso con la misma potencia que otros desde los feminismos.

Si miramos hacia atrás en la historia del movimiento feminista en Chile, vemos que al mismo tiempo que existían demandas relacionadas directamente con los derechos básicos de las mujeres en tanto trabajadoras, madres, estudiantes y seres sociales, todos estos estaban acompañados de demandas por medidas de protección a la infancia. ¿Por qué? Porque en movimientos como el MEMCH se abogaba por transformaciones estructurales y los niños (y la naturaleza) están dentro de este mundo mejor que todas imaginamos.

De hecho, en 1979, Elena Caffarena fue una de las fundadoras de la Fundación de Protección de la Infancia Dañada por los Estados de Emergencia. Esta organización se fundó en 1979 y entregaba asistencia médica, psicológica y educacional a niños y jóvenes víctimas de violaciones a los derechos humanos durante la dictadura de Pinochet. Ironía: Michelle Bachelet trabajó durante los ochenta en esta entidad, en programas de atención médica a niños víctimas de violencia.

En el 2017, los niños en Chile siguen siendo el eslabón más vulnerado de la cadena. Ellos también son parte de la explotación a la que las mujeres están sometidas. Son víctimas de violencia estatal, mala educación, un paupérrimo acceso a la salud y también las mayores víctimas de abusos sexuales.

“Llegan al Ministerio Público casi 24 mil denuncias de abuso sexual, y 18 mil son contra niños, niñas y adolescentes”, declaró en enero del 2016 Marcela Labraña, ex directora del SENAME. Un resultado que fue parte del primer informe del Observatorio de Abuso Sexual y Adolescente en Chile. En el mismo estudio se concluyó que “el ingreso a programas de salud mental del Ministerio de Salud por abuso sexual corresponde mayormente a niñas entre 10 y 14 años (26,9%) y que la mayor cantidad de pericias forenses se concentraron en niños y niñas de 0 y 3 años (593 al 2014)”.

Los discursos nacidos desde el feminismo que más han calado en la opinión pública actual -gracias al trabajo incansable de diversas organizaciones- son los del derecho al aborto, la lucha en contra de la violencia de género y el acoso callejero. Son los que escuchamos en medios de comunicación y los que se discuten en reuniones familiares y juntas con amigos. Pero por una infancia libre de violencia aún no desarrollamos una estructura en común. Y a los niños y niñas los están matando y violando también.

Si los feminismos desean acabar con la violencia y la desigualdad estructural, no pueden olvidar a los niños. Una maternidad sana, que es aquella elegida por nosotras, también implica que aquellos niños que decidimos tener vivan en ambientes seguros. Y las que no queremos ser madres, tampoco podemos olvidarnos de que ellos son aún más vulnerables que nosotras y hay que defenderlos. Si el sistema en el que vivimos no lo hace, el mismo que nos discrimina a nosotras a niveles violentos, tenemos que utilizar nuestra fuerza. Sé que hay muchas cosas por las que tenemos que pelear, todos los días, pero no podemos olvidarnos de ellos. También estoy segura que hay muchas queriendo hacer algo y no saber cómo. ¿Cómo lo hacemos? Por favor, a continuación, cuéntennos todo lo que saben, todo lo que piensan, todo lo que creen que podemos hacer.

Foto de portada: Agencia Uno

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