Cara, Mia

Una pena opacar la lectura de “La amiga estupenda” con detectivescos juegos para saber quién es. No interesa, nunca debería interesar. Se mira la producción artística, no al artista. Lo único que delata la obsesión para saber quién es Elena Ferrante es la necesidad, ¿global?, de saber cómo pararse frente al autor. Las críticas, comentarios o diarios de lecturas, están orientados a poner en crisis una obra o invitar a leer desde la convicción, traída desde la infancia, de que este libro puede cambiarte la vida. Nada más, nada menos.

Ahora, la pregunta clave: ¿es bueno el libro? Sí, en el marco bestseller es bueno. Y si logra funcionar en el cerrado mercado norteamericano es porque, tal cual Bolaño en “Los detectives salvajes” salvando las distancias, la prosa de Ferrante tiene ese equilibrio que logran los americanos de manera magistral: lo que se cuenta es terrible pero la manera de contarlo es absolutamente liviana. Entiéndase liviano como halago y también a eso se le debe sumar agilidad, fuerza en el remate de los párrafos y concentración en lo que hacen los personajes, no tanto en lo que piensan. La fórmula: a cada párrafo una idea y a cada idea le corresponde una acción.

Así es como Ferrante logró poner a los críticos de su lado y a los lectores también, con una trilogía que se pone como best seller imbatible en la listas de ventas. Hay que decir que tiene con qué.

“La amiga estupenda” se centra en la amistad entre  Lila y Lenu en la ciudad de Génova, Italia. Pero lejos de ser una historia apabullante en donde dos mujeres logran hacerle frente a todo con su amistad como fuerte. Lo que hace Ferrante es descorrer el telón para narrar nacimiento y desarrollo de las amistades femeninas que combinan, no siempre delicadamente, mucho amor y un poco de odio. Para eso no se sirve ni de feminismo, ni de traiciones masculinas, tampoco hay planteos profundos sobre la desigualdad de género o el machismo inherente en la cultura italiana. El foco, como el corazón, está en la vida privada de dos mujeres que crecen y se enamoran. Cuando decimos mi mejor amiga decimos mi mejor amor, la una de la otra. Y como dijo alguien, los que aman, odian.

Lo más interesante de Ferrante es, repetimos, que no se sirve del feminismo. Pero logra abrir al menos una pregunta ¿puede el feminismo servirse de la prosa de Ferrante? Sí, puede. No sería la primera vez que para comprender las relaciones femeninas recurrimos a la ficción. Desde Louisa May Alcott en nuestra preadolescencia a Jane Austen en las puertas de la vida adulta. Ferrante no parece ser discípula de ninguna de estas dos escritoras, pero comparte linaje y habita, en su propia manera, mismo universo.

Las tensiones femeninas que se viven entre Lila y Lenu repercuten en la memoria de cualquier mujer. Esa manera de hacer amistad y también de hacerse enemigas. Los ejemplos categóricos son también los más comunes. Abandonar a la mejor amiga y refregarle por la cara una nueva amistad y luego volver dejando a la otra sola.

Podríamos pensar, un segundo, si eso que nos hacemos entre nosotras no es aquello que nos hacen los varones de alguna u otra manera.  Dejarnos porque sí, maltratarnos porque sí, irse porque sí, volver porque sí. Esa dinámica existe en las relaciones femeninas y puede ser que sea exacerbada por los hombres, pero eso no quita que las mujeres decidan seguir practicándola. Ferrante retrata esos momentos con compasión, ternura y respeto para con sus personajes. No los tortura, no los juzga. Pero no duda en exponer los pequeños detalles que son los cimientos del  boicot entre mujeres. Y ante esa exposición no queda otra que hacerse cargo.

Este primer tomo, quedan otros por venir, aborda la salida de la infancia y la entrada a la vida adulta, la transición mediante la menstruación a otro cuerpo y otras percepciones. Esos cambio, bruscos, se suelen dar en las mujeres entre los 12 y 14 años. Empezar a sangrar tiene una carga también simbólica. El cuerpo cambia y el carácter también. La construcción de la mujer puede abordarse de múltiples maneras pero también se puede simplificar con la mirada de los hombres sobre la figura femenina cuando toma formas de mujer. Ferrante también invita a preguntarse si realmente, pero realmente, hay que ponerle tanta neurosis a la construcción de la mujer.

Más que agregar no hay. El truco de Ferrante es ese, su libro no es complejo, las ideas que aborda sí lo son. La complejidad se la suma el lector, la crítica, los fanáticos en Goodreads, etc. No está bien, no está mal.

El lector puede abordar narradoras como Lorrie Moore o rescatar a Paula Fox, en caso de que quiera subir hacia otro nivel. Porque eso también se puede decir, Ferrante brilla en la competencia entre bestsellers. En las grandes ligas de la literatura podría llegar a complicarse un poco más su destreza y los hilos de su prosa quedar un poco más al descubierto.

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