Bendita tú eres

Por Moira Pérez

En los últimos tiempos, tomaron relevancia pública en la Argentina algunos casos que nos invitan a pensar en qué contenido le damos a esta idea de “mujer” . El Día de la Mujer -inicialmente Día de la Mujer Trabajadora, pero bueno, hagamos de cuenta que esa pequeña omisión no importa- nos retrata unidas, luchando en sororidad por la igualdad de género (un género -el femenino- en igualdad de condiciones con otro -el masculino-) y la vergonzosamente demorada justicia para “la mujer”. Y si de lo que se trata es de lograr justicia para “la mujer”, “nosotras podemos hacerlo”.
Sin embargo…
27 de octubre de 2014. Reina Maraz Bejarano fue encontrada culpable del homicidio doblemente calificado, premeditado y por alevosía de su marido, quien la violaba, la maltrataba y la entregaba a cambio de deudas de juego. Desde que fue detenida, Maraz, que es analfabeta y no habla español, nunca contó con una traducción ni recibió explicaciones desde la justicia o el Servicio Penitenciario de por qué estaba allí. El Tribunal que la condenó estaba integrado por las juezas Silvia Etchemendi, Marcela Vissio y Florencia Butierrez.
3 de marzo de 2015. Yanina González fue acusada de abandono de persona seguido de muerte, con un pedido de condena de seis años y siete meses de prisión por “desestimar la obligación de madre” y permitir (?) que su pareja, abusador y golpeador, matara a su pequeña hija. La acusación fue presentada por Carolina Carballido Calatayud, de la Fiscalía especializada en Violencia de Género de Pilar, provincia de Buenos Aires.
Tres juezas, una fiscal, un factor común: mujeres. ¿Qué nos dice este dato? Nada. O al menos, nada más que: el hecho de que sean mujeres no nos dice nada. Y eso es decir bastante. Porque mientras que tantos años -incluso siglos-de pensamiento y acción acerca de las “desigualdades de género” nos han enseñado que la biología no es destino que nos pueda privar de lograr objetivos, configurar proyectos, planear una vida, parece que no han sido tan efectivos en enseñarnos que tampoco es un destino que nos pueda privar de ser clasistas, racistas, corruptas, injustas (ni tampoco cisexistas, capacitistas, eurocentristas…). ¿Yo, señora? ¡No, señora!
El Día de la Mujer puede ser una oportunidad más de empecinarnos en pasar de largo este dato, olvidar la multiplicidad de pertenencias que todxs llevamos encima, y seguir apostando a luchar por “la igualdad de género” con argumentos sostenidos sobre, precisamente, la desigualdad de género – aquella que denuncia un binarismo “varones (todos) malos” / “mujeres (todas) buenas”. O puede ser la ocasión de repensar qué significa ese “no es destino”, ese “nosotras podemos hacerlo” – para bien y para mal. De revisar nuestros modos de establecer (o disolver) alianzas, sin miedo a las monstruas en el placard, apostando a tejer desde la interseccionalidad. Poniendo, a fin de cuentas, el foco en lo que importa: la equidad. Que no es igualdad de género. Ni tampoco es (solamente) equidad de género. Es equidad y justicia entre todas las personas. Y sobre eso, a veces el ser mujer no dice demasiado, porque eso mismo que estamos cuestionando, nosotras también podemos hacerlo.

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