Renée

The Atlantic publicó uno de los artículos más acertados, y sensibles, sobre Renée Zellweger. Basándose en preguntas, sin dar respuestas a las mismas, no afirmó nada. Esto está bien porque en una era de viralización, se abren juicios apresurados que, la mayoría de las veces, suelen ir más rápido que la inteligencia.

Para pensar hay que tener tiempo y para tener tiempo hay que tener seguridad económica. Para pensar con claridad hay que tener tiempo, seguridad económica y también ganas. Para aportar desde el pensamiento hay que poner aquello que sabemos, o creemos saber, en crisis. Y para aceptar esa crisis de nuestro pensamiento, hay que evaluar haber estado, alguna vez, equivocados. Si bien el artículo de The Atlantic fue sensible y de un tono respetuoso y delicado, lo que faltaba era la palabra de la involucrada. ¿Qué tiene para decir sobre su propia persona Renée Zellweger?

Renée dijo que esta bien. De hecho, dijo que su cara era el resultado de un momento de paz y de bienestar, de balance en su carrera entre tiempo libre y trabajo, entre set de filmación y pareja. Renée dijo eso y deberíamos evaluar entonces, como adultos, cerrar cualquier tipo de discusión o debate alrededor de ella. Zellweger es ante todo de sí misma y con su cuerpo hace lo que quiere, pero al mismo tiempo, los resultados de la intervenciones plásticas están a la vista. Como estuvieron a la vista en casos como los de Lara Flynn Boyle o Meg Ryan. Como están a la vista los casos de la televisión local, hermanas Xipolitakis, o las que vemos en el gimnasio, en la calle, en el día a día.

El mundo es cruel para las mujeres y eso, para mal, es más importante que la misma Zellweger. Lo único que se puede hacer es creerle, aceptar la verdad de su palabra sin emitir más juicios y procurar no colaborar con ningún tipo de burla o crueldad contra ella. No porque ella tenga privilegios especiales. Sino porque cuando una mujer es cruel con otra mujer, lo acepte o no, se está traicionando a sí misma. Habla de ella antes que nada y habla con debilidad y miedo.

El gusto por complacer a los hombres es algo muy complejo y renunciar a eso implicar hacer de un mundo hostil, un mundo aún más hostil. A veces parece que envejecer de por si es una rebelión en un mundo netamente masculino. Hace cinco años que Renée Zellweger no brilla en la pantalla y ya pasaron más de diez desde que Jennifer Garner se despidió de ALIAS para pasar a ser, como ella misma declaró recientemente, tan solo una madre para la pantalla grande. Cameron Díaz, reina de la comedia, parece estar condenada, si por sus últimas actuaciones nos guiamos, al ridículo. Aparentemente no hay espacio para Meg Ryan y hace mucho que no vemos a Toni Colette.

Si es difícil para ellas ¿Qué nos queda a nosotras? Las que viajamos en colectivo, esperamos una liquidación para comprar un vestido, nos esforzamos para pagar el gimnasio, nos sacrificamos para acceder a un envase rosadito de La Roche, nos planteamos conflictos por las harinas, renunciamos a la lucha contra la celulitis. Todos pequeños dramas burgueses que duelen lo mismo, porque la sensación eterna es que nada alcanza. Hacemos todo eso y aún no alcanza. Damos un poco más y sigue sin alcanzar. Pasan los años y una aún es una niña. Pasan los años, una crece,  se hace entre dudas y dolores feminista y sufre lo mismo. A veces más. Y se aferra a eso con la fuerza reivindicativa de su verdad. Porque al final se trata de eso: la palabra de la mujer no tiene valor en la sociedad.

Hay que creerle a Renée Zellweger que se siente amada y está bien porque hay que darle crédito a su palabra. Si le damos crédito, nos damos crédito a nosotras. Lo que una mujer hace por otra, lo hace también por sí misma. Si ella dice que está bien, hay que creerle y correr el debate de su persona para poder discutir ideas. Discutamos de qué manera queremos vivir y cómo queremos vivir nuestra vida. Discutamos aquello que para algunos es un privilegio que nos fue quitado. Seamos fuertes y no pidamos permiso para absolutamente nada. Las mujeres tenemos, antes que todo, conquistar el derecho innegable a tener una vida en paz. Y si creemos, porque podemos hacerlo, que Renée Zellweger se arruinó la cara, demos esa discusión con la piedad que se merece. Piedad no es lástima.  Piedad es preguntar si estás bien. Hola ¿está todo bien?

Y si se quiere ir más lejos, entonces contemplemos esto: uno con su cuerpo tiene derecho a hacer lo que quiere y ese derecho incluye destruirlo. Y el crimen parece reducirse a la pérdida de la belleza. Algo intolerable, algo absolutamente insoportable. Si Zellweger perdió su belleza, y admito que creo que la perdió, quedan entonces otras cosas. El mundo esta plagado de hombres sin belleza que no han aportado ni la inteligencia que representa la belleza, no han aportado nada. Hemos sido educadas para aceptar a los hombres más allá de su belleza física, porque de ellos es el patrimonio del más allá. Eso que parece tan superficial también va a ser nuestro. No será: si queremos es a partir de ahora. Si Zellweger ya no es hermosa, será otras cosas y veremos cuales. Si se esta mintiendo tiene derecho a hacerlo hasta que este lista para otra verdad. Pero es su verdad, no la de la tribuna pública. En el medio tiene derecho a estar en paz.

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