Ya No Hablamos #5: Mi gata se va, mi gata regresa
Estaba escuchando As Tears Go By de los Stones mientras me obligaba a comer. Comer es un lujo que se dan los felices o los inconscientes, cuando una señora de unos 40 años me dijo; te puedo dejar a mi hijo un segundo y, antes de decir no, porque iba a decir que no, se fue. Quedo yo a cargo de un menor preguntándome ¿quién es? pero no hay respuesta. Del otro lado del ventanal por el cual se filtra el sol, veo a la mujer desesperada correr detrás de un hombre. Le pregunto al joven adulto que fue dejado a mi cargo si es su mamá, corriendo a su papá. Efectivamente, me dice. Nos quedamos en silencio, con la genuina incomodidad que ronda a los desconocidos.
Te molesta si sigo con mis cosas, le digo. No, me dice. Le ofrezco un auricular y sigo escribiendo. La paz no dura y me pregunta sobre qué escribo. Le digo que escribo sobre vos y le cuento en pocas pero profundas palabras nuestra historia. Qué barbaridad, me dice. Una persona que con tan sólo 6 años tiene más comprensión sobre la gravedad de tus hechos que vos. No lo perdones, me aconseja señalando a su madre que cruza el Parque Rivadavia como una gacela fracturada. Es que el corazón,le digo, traiciona mucho. Es una gran verdad, me dice alguien tan perfecto en sus juicios que debería ser mi hijo.
Finalmente, quedamos en silencio y juntos escuchamos a los As Tears Go By de los Stones aproximadamente doce veces hasta que su madre regresa. Acalorada y con las mejillas encendidas por las circunstancias, me agradece y se ofrece pagarme el café y todo lo que quiera. Le digo que está bien, que no me costó nada. Limpiándose la cara me pregunta si en algún momento pensé que ella no iba a volver por su hijo. Pensando en vos y uniéndome a sus ojos atravesados por el manantial de la tristeza, conocido como lágrimas le digo que sí, que yo siempre voy a esperar que lo que más quiero regrese.
¿Te acordás de mi gatita? Hace unas semanas se fue y pensé que nunca más pero nunca más iba a volver. Fue de repente, estábamos bien, habíamos cenado juntas, después de lavar los platos nos acostamos a ver una serie, nos fuimos a dormir y al otro día ya no estaba. Lo primero que se me ocurrió es que, alterada por la curiosidad de la llegada de las lagartijas rosadas (nunca llegaste a verlas son tan decorativas), se había ido tras ellas en un búsqueda tropical por los techos.
La imaginé entonces corriendo detrás de estos reptiles producto mágico del cambio climático, intentando darles alcance una y otra vez, fallando una y otra vez, pero no por eso dejando de intentarlo. La imaginé por las mañanas, en el alba, a las siete cuando yo me levanto por primera vez para llorar antes de volver a dormir, otra mañana si tu abrazo en mi cintura. Me levanté efectivamente a las siete de la mañana y no sólo no estaba tu abrazo trabando mi cadera, tampoco estaba mi gata entibiándome las piernas. Mi cama grande y generosa era un páramo y en las olas sin fuerza que ya no agitan mis sábanas, había quedado definitivamente sola.
No es la primera vez que Lupe se va, de hecho, no entiendo como no me dejó en el año 2006 cuando con 25 años de edad por cumplir, cometí el único asesinato que se le puede imputar a mi vida. Lupe llevaba un año viviendo conmigo y mis padres. Era una gata con estampado de tigre, mucho carácter y sobretodo curiosidad. No dejó techo del oeste sin visitar, creo que su sueño siempre fue llegar a la torre que juntas veíamos desde la terraza, la del parque de la ciudad, la que de lejos parecía la nave espacial que nos despegaría al futuro.
Siempre se fue, siempre volvió. Muchas noches salí al balcón escuchando los gritos de guerra de los gatos. Furibundos, violentos, a la fuerza es como los gatos cogen con las gatas. Horrible, les clavan las uñas para inmovilizarlas, antes siempre hay violencia entre machos, nada es con amor aparentemente, pero en el reino animal ¿cuales son las reglas del amor? Después de todo vos y yo hicimos cosas peores. Pero nada se iguala a lo que yo le hice a Lupe y por eso temo que en el fondo de la memoria ella recuerde y ahora sí, buscando lagartijas, no regrese jamás.
Preocupada por todas las marcas de riña que traía semanalmente decidí castrarla. A las dos semanas de mudarnos solas a nuestro primer departamento vino el veterinario, la metimos en una de esas cajitas-trampa y se fueron. Nerviosa hice de la biblioteca mi sala de espera y de la cocina, el kiosko donde recurrir para calmar la ansiedad. Miraba el teléfono impaciente esperando que mi gata regrese. Finalmente regresó y algo no estaba bien. Aún anestesiada no reconocía ni mi voz ni mi tacto. El veterinario me vio el miedo y me dijo que todo estaba bien, que era normal. Lo miré y le dije que de todas maneras me daba pena haber decidido unilateralmente que mi gata no tuviera nunca gatitos.
Mientras me firmaba una receta con calmante por si Lupe se sentía mal, me dijo que al abrirla, se encontraron con que ella ya estaba llena de gatitos. Pero que era tarde y tuvieron que sacarle todo. La gata durmió conmigo en mis brazos esa noche y muchas noches más. Y ahora temo que ustedes dos se fueran juntos, para no regresar jamás y dejarme sola recordando que yo también hice cosas espantosas.
Ahora sólo espero y reviso el contrato de nuestras vidas. Lupe siempre se va y siempre regresa cuando quiere. Sólo que me había acostumbrado a su presencia cotidiana y había olvidado por completo lo que significa vivir en su ausencia. Pido permiso y rastreo en los departamentos ajenos si veo a lo lejos su rabo, que como una antena del equilibrio le permite saltar para alejarse cada vez más y más de mí.
La confundo en otros gatos cuando camino por la calle y corro hacia donde la trampa de la desesperación me miente una ilusión. Y no, no es ella, no es. No contesta mis llamados por la noche, los llamados que hago en silencio, la manera de rezar que tenemos los que necesitamos, por favor, que el misterio se resuelva de una vez ¿Va a volver o no va a volver? Ya por favor que alguien me lo diga. No puedo más vivir en la incertidumbre de no saber dónde está, de no tener idea alguna de lo que están viendo sus ojos, de desconocer por completo con quién comparte sus noches, de no tener idea de si está nombrando a las estrellas para unirlas, formar una constelación con otro nombre, enamorarse de la idea de ese nombre, buscar a alguien con ese nombre y empezar otra vez, olvidando el mío, dejándome ir y nunca volver.
Tengo esperanza de que va a volver. Lo sé porque lo siento y sé que estas cosas pueden dejarme cerca del plano de la locura. Pero yo sé que va a volver, porque nadie conoce su comida favorita como la conozco yo, porque se dejó las ratas de juguete en casa, porque el abrigo que le tejió mi mama la está esperando para cuando llegue el invierno. No hay lagartija, plato de leche o comida balanceada ajena que pueda separarnos. Lo nuestro es otra cosa y a esto también nos vamos a reponer. Yo lo sé porque pasamos por mucho y aún así el amor no se rompió. Mi gata se va pero mi gata regresa. Los días pasan, las noches también. Todo es eterno.
Me despierto en el medio de la noche agitada por ruidos extraños. Finalmente sucedió: o es la invasión zombie o al fin voy a ser de esas personas que salen en la noticias porque fue secuestrada en su casa. Si es lo primero, en la contingencia de tanta muerte, dudo que esto sea publicado. Si es lo segundo y, aún así no sé de vos, la próxima gran noticia voy a ser yo entrando en tu casa.
Espero mientras, invadida por el terror y la imaginación busco un palo. ¿Quién tiene un palo en su casa? Escucho el ruido nuevamente, es como si alguien se rascara contra la puerta. Prendo las luces y por la mirilla de la puerta no veo absolutamente nada. Sólo las bicicletas de mis vecinos y el aire correr. Sigue el ruido pero no aparece su emisor. Con valor y en soledad abro la puerta. Y ahí está sentada, lamiéndose las patas, mirándome con aire ausente, colándose entre mis tobillos para acariciarme, pidiendome que le dé de comer, corriendo a tomar el agua, su agua que nunca dejó de ser renovada cada día.
Quiero abrazarla y al principio ella no se deja, pero no me importa nada, la obligo y la ahorco con mi amor, le doy mil besos, todos los que guardé y no eran para nadie más, no la dejo ir, no la suelto, me dan ganas de llorar pero no lloro, la dejo en el piso, vamos a la cocina y me sigue con el ritmo de movimiento de caderas tan simpático que tuvo siempre, le preparo la cena, le doy un caramelo que tenía guardado por el día del gato, la miro comer, la miro limpiarse las patas, rascarse, hacer yoga, buscar su almohadón, irse a dormir, soñar.
Apago las luces de mi casa, me voy a acostar. Hoy hace frío, el verano se fue hace mucho tiempo. Se fundió en una chispa temprana como lo que pasaba entre vos y yo. Cierro los ojos y escucho el ronroneo de mi gata. Todo el mundo me dice que no vas a volver, que ya no espere, que lo de por terminado. ¿Qué sabe la gente? ¿Quién puede saber algo de tu regreso? Nadie sabe, yo no sé.
Me reservo mi derecho a esperar, no le pido a nadie que espere conmigo. No le pido a nadie que me sostenga mientras me empiezo a dar cuenta que ya son demasiados los días sin vos, que la lógica y la razón dicen otra cosa. No me importa, la verdad no tengo nada mejor que hacer.
Espero tejiendo el hilo invisible que tejió Ariadna, el que va a iluminar las noches fosforescentes del invierno, cuando ya no soportes tanto frío, cuando se acerque mi cumpleaños, cuando sepas que finalmente ya entendí que se puede vivir sin vos, pero es mucho más lindo, la vida se iluimina, los pájaros cantan, las cigarras formar una orquesta, las lagartijas decoran las paredes en nombre de tu regreso, Lupe ya volvió, estamos todos, no falta nada, no falta mucho, me permito soñar, me permito esperar, me permito creer. Necesito saber que esto se va a terminar.