Mirar a través del color, con Sofía Nercasseau

“Ocupar los ojos y las manos” para aproximarse a fenómenos naturales y perceptivos desde una mirada reflexiva, íntima, cotidiana, es lo que caracteriza la obra de la artista visual Sofía Nercasseau (Santiago de Chile, 1990). En su última instalación, Laboratorio del color (Centro de Extensión del Instituto Nacional CEINA, 2023), busca acercarse al color y con el color al mundo, utilizando el fenómeno como mediador o puente entre el ser y el entorno. Esta exposición lleva años madurando y encontrando su cauce, y es, de alguna manera, una conclusión –¿o recolección?– de varios proyectos previos, independientes, pero interconectados entre sí.


“Tengo siempre la fe de que una cosa lleva a la otra”, dice Nercasseau, mientras intenta rastrear el origen formal de su interés por el color como fenómeno. Estamos en la terraza de mi casa, una noche de otoño relativamente fría, luego de comer juntas. Con un gesto abierto, alternando la mirada entre el balcón, mi cara, y algo propio, impreciso, pero que busca afuera, medio en el aire, para poder ubicar un comienzo, me cuenta sobre Tercera imagen (2016, Galería Balmaceda Arte Joven). “Comencé a tener un interés en los colores a través del reino vegetal, por unos experimentos botánicos que había hecho donde se develaban cosas sobre el color. (…) Cómo extraer el pigmento verde de la clorofila que tienen las plantas; o cómo juntar muchos pétalos de colores, molerlos y ponerlos en papel secativo para separar los pigmentos por su tinte”. Como dice el texto que describe la exposición: “La recolección, experimentos y asociaciones son formas de aprender con los ojos y las manos”. 

Hoy me ha dicho en palabras lo mismo que escribió, entonces, hace siete años, y que ya desde ahí, junto a la experimentación, el carácter de laboratorio, tenía un rol importante en su quehacer artístico. Sabe claramente que esta es su forma de aproximarse no solo al arte, sino también a la vida, al mundo, y el articular en palabras y poner por escrito esta, su metodología, su práctica, su ser casi, fue, entonces, en 2016, plantar una semilla clave para el futuro.

Tras esta primera experiencia con el color en una exposición bipersonal –Tercera imagen se montó entre Nercasseau y la artista visual Fiorella Angelini–, se fue asentando la idea de lo que terminaría siendo el Archivador azul (2018, Hochchule für Blindende Kenste), una segunda obra vital que más tarde abriría caminos a múltiples proyectos. En 2018, la artista participó del cierre de un curso de fotografía del artista visual Sean Snyder en la Technische Universität Braunschweig, en Brunswick, Alemania. Snyder la invitó a formar parte de la exhibición luego de que Nercasseau lo contactara para sumarse a su clase en calidad de oyente, como parte de un proyecto de estudios en el extranjero que finalmente no siguió avanzando. Sin embargo, participar en la exposición de la Hochchule für Blindende Kenste le dio la posibilidad de exhibir fuera de Chile junto a otros artistas locales de Alemania, además de plantear el desafío de crear una obra que fuera transportable. En ese punto ya se venía gestando hace un tiempo la idea de generar archivadores para cada color, poniendo énfasis, nuevamente, en la recolección, creando casi una curaduría, y mostrando con este formato «un despliegue del color». Para el caso decidió partir con el color azul.

Foto: cortesía de la artista

El azul inmediatamente me lleva a pensar en Maggie Nelson, en Derek Jarman, en Rebecca Solnit. Sofía Nercasseau comparte con ellos la poesía, el detalle y la delicadeza en la observación. Sin embargo, su inspiración, o quizás más bien su disposición, no es literaria, sino filosófica, estética, científica, y por eso, a diferencia de ellos, su mirada es más desapasionada, “despersonalizada”, incluso, a veces, en sus propias palabras. Es Goethe con su teoría de los colores el gran referente o motor. El filósofo plantea que la experiencia del color depende en parte de nuestra percepción, de nuestro cerebro y nuestros sentidos, oponiéndose a la visión puramente física de Newton, que en su momento era la imperante. “No sé muy bien por qué partí con el azul. Me acuerdo que había visto el documental de Goethe [La luz, la oscuridad y los colores, Henrik Boëtius, 1993], en que él dice que el azul es oscuridad iluminada, y esa idea me pareció muy atractiva. Goethe plantea que el azul y el amarillo son los colores base para llegar a todos los otros colores, porque con un amarillo muy concentrado se podría eventualmente lograr un rojo. Y yo quizás no tengo tanta afinidad con el amarillo, así que partí con el azul”, dice.

“Empecé a coleccionarlo, porque la recolección es para mí una parte muy importante [del quehacer artístico], que me gusta mucho, porque tiene que ver con la mano, con lo táctil, con el sentir el material, no solo verlo”. Para que la selección de objetos a coleccionar no fuera tan arbitraria, una de las reglas del juego que estableció para sí misma fue buscar que el color azul fuese natural, que tuviese alguna función en el reino vegetal o en el reino mineral, “que se escapara un poco del lenguaje humano”. Una segunda regla que media su observación fue el pensar el color en blanco y negro. ¿Cómo? A través de la técnica. “Todo lo que iba recolectando, lo ocupaba para hacer fotogramas, que es esta técnica del papel fotosensible donde pones objetos y le das toques de luz. Quedaba, entonces, esta transcripción al gris oscuro, entre comillas, [desde el azul]”.

Con estas dos condiciones autoimpuestas, tenía una curaduría de azules específicos. Sin embargo, al avanzar en la búsqueda, fue dándose cuenta de lo difícil que era intentar aprehender este color en la naturaleza. Era “intentar capturar algo que no se puede capturar”, una aproximación, a todas luces y en todos los posibles sentidos de la palabra, porque el azul es, en la naturaleza, un color que se constituye en la distancia. “No puedo tener en mis manos el cielo, ni el agua / y cuando los tengo no son azules. / El azul es para los ojos”, escribió para acompañar la obra.

“Al terminar este proyecto, me di cuenta que no podía armar un archivador de cada color porque cada color tiene su propia forma. Me pareció contradictorio estandarizar una forma de recolectar siendo que quizás el amarillo tenía que tener otra forma, otro soporte… Así que comencé a preguntarme cómo seguía con los otros colores”. Esta apertura a la experiencia de base reflexiva es el ancla que estabiliza su obra, su mundo. Cuando le pregunto por sus motivos para convertirse en artista, pensando que las inclinaciones de su padre arquitecto, su madre pintora, su hermana música, podrían haber influido, destaca el rol de su imaginario, su espacio reflexivo, aclarándome que sus padres fueron importantes, pero no de la manera en que yo imagino. 

“Lo que hicieron ellos fue apoyarme mucho en que yo desarrollara mi mundo interior, y eso fue algo muy preciado y que nunca cuestioné, que simplemente existía. Y creo que entré [a estudiar arte] con esas ganas, con las ganas de querer imaginar, pero sin saber nada en realidad. Tampoco tenía expectativas, tampoco es que pintara increíble… Creo que fue por mantener ese espacio en que sentía que podía hacer algo útil, algo significativo”. Querer imaginar para ser útil, para hacer algo significativo. Una frase como esta es poco común. Con frecuencia oponemos el hacer al imaginar y Nercasseau nos muestra, con su ejemplo, que no tiene por qué ser así.

Foto: Rocío Abarzúa

En 2019 se le presentó la oportunidad de cursar el Magíster en Prácticas Artísticas Contemporáneas de la Universidad Finis Terrae con una beca y la tomó para seguir desarrollando el proyecto del color, ya no limitado a un solo formato, el del archivador, sino que abierto a la exploración de distintos medios, ahora sí tomando el nombre de Laboratorio. “Me gustó mucho la idea de traducir los colores al blanco y negro [iniciada con Archivador azul]. Empecé a hacer representaciones de fenómenos naturales, en abstracto, con figuras geométricas, donde el color tuviera una especie de incidencia”. La materialidad también fue desarrollándose en este proceso, y pasó del uso del cartón a la cerámica. Surgió el tema de la palabra. “Para poder yo acordarme de qué era cada cosa, como eran figuras muy geométricas, que podían ser muchas cosas a la vez, empecé a ponerles con letra de golpes ‘sol’, ‘ojo’, y eso me gustó mucho. Qué interesante que podemos ver un círculo y podemos asociarlo a cualquiera de las dos cosas, solo porque dice eso y acompaña a esta representación abstracta. Aquí aparece el positivo de los negativos, la palabra”.

La figuración de la palabra en la obra de Nercasseau es más sincrónica que casual. Su rico mundo interior encuentra caminos, salidas al mundo que son como vibrantes arroyos, y que no se expresan solo en imágenes. Gran observadora y gran lectora, su destreza no se limita al lenguaje visual. En Archivador azul acudió a la palabra escrita, a la poesía, para poder transmitir lo que le ocurría en el curso de su investigación. Más adelante, en el video-ensayo contenido en el Laboratorio, haría lo mismo: “era una forma de explicar las cosas que a mí me habían interesado en palabras”, dice.

“Siempre me ha gustado ocupar muchas técnicas. Creo que también está esa idea en Para pensar en piedras y vegetales (2016, Centro Cultural Las Condes): ocupar muchas técnicas apuntando al mismo tema. En esa exposición, vegetales y piedras, que aparentemente pueden ser opuestos, al ser asociados a lo vivo y a lo muerto, en la forma en que se registran sobre un grabado, por ejemplo, pueden ser muy similares. Entonces, ¿son realmente opuestos?”. Utilizar múltiples enfoques permite buscar conexiones entre fenómenos distintos, incluso en apariencia opuestos, además de permitir la indagación en profundidad sobre un fenómeno en particular. “La forma también es lenguaje, no es solo algo formal”. También te dice algo, agrego, entusiasmada, porque en este arroyo yo ya estoy instalada navegando. “Hay concepto, hay lenguaje. Entonces me gusta mucho insistir una misma idea, que quizás [en el Laboratorio] puede estar repetida en forma de texto en el video, puede estar repetida en la cerámica, puede estar repetida en los fotogramas, pero de cierta manera igual cada técnica va otorgando una capa distinta a esa misma idea”.

Foto: cortesía de la artista

Después del trabajo con cerámica, se lanzó a explorar el color en movimiento en Giracroma (2019, Galería Franca). “A partir del disco de Newton, de los siete colores en un disco en movimiento, se genera un blanco óptico”. Investigando esta idea, que dio origen a uno de los discos de la exhibición, experimentó también con otras combinaciones. “Había uno que era la paleta de colores de una hoja de damasco en distintas épocas del año. Y un cielo con la trayectoria del sol. (…) Todos resultaban en distintos fenómenos visuales”. En paralelo, recolectó imágenes ilustrativas de fenómenos físicos y ópticos. “Me pareció muy atractiva la idea de entender algo solamente con una imagen, con un diagrama, no con palabras, o con una teoría, sino que simplemente ilustrándolo. Ahí hice esta serie de cianotipos –una técnica que funciona con el sol, entonces también había una relación conceptual entre contenido y forma–, que fue como una apropiación de esos dibujos, pero que también me parecía muy llamativa por esta cosa de situar al humano respecto al entorno”. 

Foto: Rocío Abarzúa

Situar al humano respecto del entorno es algo que también se traduce en su siguiente proyecto, que fue un video-ensayo, hecho en el marco del Magíster y que había expuesto, durante la pandemia, online, montado en un sitio web. Nuevamente, “siempre una cosa va tirando a la otra”: el origen fue un texto poético pensado como su statement, que luego fragmentó y reensambló, generando estas imágenes o ideas de imágenes que pudieran filmarse en video. “Tenía mucho también que ver con el color, y esta idea de ocupar las manos y los ojos”. En el Laboratorio este video-ensayo funciona como una parte explícitamente dialogante, hacia adentro –porque muestra las cerámicas y otras piezas de la exposición o su investigación dispuestas en el entorno, “activadas”–, y hacia afuera, porque de cierta forma ilustra o explica los fenómenos que atraviesan las piezas que se muestran en la exposición, como si fuera un diagrama en movimiento. En vez de poner una placa explicativa al lado de cada obra, el video toma todo y lo expone de manera simple. Plantea una reflexión abierta y se sitúa desde lo íntimo, lo cotidiano, “muy en esta idea de laboratorio casero, de encontrar escenas que son interesantes y que uno las ve solamente encerrada en su casa y que a nadie más le importan”. O sí. Porque todos las vivimos, las encontramos, o nos encuentran. 

“Yo creo que lo que sustenta todo es ese espacio medio atemporal y muy individual o personal, y de estar en sintonía con el entorno, pero desde un lugar imaginativo, también como incluso despersonalizado, como olvidándose de yo quién soy, sino que simplemente estoy [en diálogo con], a merced, del exterior”.

Foto: Rocío Abarzúa

Con todas estas piezas, ya tenía un proyecto armado, y postuló a un Fondo de Cultura para poder exhibirlo. En ese momento, en 2021, ya había cubierto con su investigación y su obra el fenómeno del color desde distintos lugares. Le digo, mientras conversamos, que eso me parece muy lindo: lo que dice y hace de ir de una cosa a la otra, y no partir con una idea fija, con la elección de un formato específico: hago un archivador para el azul, entonces ahora que todo sea un archivador. Y no es que eso no haya sido un proyecto interesante. Sin embargo, hay en esta apertura, esta exploración de ir descubriendo formatos diferentes, este despojarse de las ideas rígidas asociadas a cada color o a lo que cada color parece ser, tiene que ser, que es bello. El color es un espectro, y que la forma y el soporte de la obra también lo sean le hacen eco de la manera más honorable. Es como si el lenguaje hiciera homenaje al contenido. “Sí, sí. Es verdad. Sí, como, intentar respetar la naturaleza propia de las cosas, o lo que va apareciendo. Como una forma de tratar de empatizar con ellos y ser los colores”.

Sumado a este interés por la naturaleza del color hay también una mirada cultural. “Es interesante pensar que los colores son algo muy intangible, movible, ambiguo, subjetivo, que son una zona gris. Nosotros los vemos de una manera, los animales los ven de otra, incluso entre los mismos humanos a veces tampoco podemos definir si realmente estamos viendo el mismo color. Eso me parece muy interesante y también tiene un aspecto muy importante asociado a la cultura. Los esquimales, por ejemplo, que se dice que ven muchos blancos, porque de cierta manera el paisaje se los pide para que ellos puedan habitarlo. Entonces, [en la exhibición], se abarca por un lado la experiencia interna, la percepción visual, y por otro lado la cosa material, el entorno, cómo funciona si está nublado, si estás en un país nórdico, si estás en un país tropical, y que está asociado también a una cosa cultural, del lenguaje; el tema de los nombres de los colores según la necesidad que hay también para hablar de ellos. Eso me pareció muy fértil, un lugar donde se puede explorar mucho”.

Foto: Lu

Antes de terminar la conversación, entramos a la casa: hace frío. Instaladas en el comedor, hablamos un poco más sobre las piezas que nos quedan pendientes de revisar: las pinturas, los dibujos sobre telas. Me cuenta cómo al pintar primero ensucia la tela, y luego va sacando de esa oscuridad la luz del color, practicando sin querer, o queriendo, los preceptos de Goethe sobre la oscuridad iluminada. Me habla de las escalas de colores RGB y CMYK, que también tienen que ver con la luz y la oscuridad. Me habla del traslado de los colores a sus longitudes de onda y a las sensaciones que nos generan en el cuerpo y cómo poder traducirlas, imaginarlas, situarlas, que es lo que intenta mostrar en los dibujos sobre telas. “Siento que esas piezas de las telas abren algo que quizás ni siquiera yo lo tengo tan claro, pero también tenía muchas ganas de agregar algo que desmarcara un poco el laboratorio, que lo abriera un poquito más hacia otro lugar que no sé todavía cuál va a ser”. Sabe que el final no es el final, que una cosa sigue llevando a la otra, y ya está con ojo atento al entorno, a qué le va a llevar a su siguiente obra, como los delfines al dormir, o como los iluminados, que son capaces de vivir el presente con una pestaña puesta en el porvenir. 

Sofía Nercasseau da voz a algo: nos muestra, pero sin intervenir mucho, como una canalizadora. Nos hace ver el color de una forma que, para nosotros, humanos, sea palpable, visible, que lo podamos relacionar con la naturaleza y el cotidiano que nos rodea. En el arte en general, el color está presente siempre o casi siempre, pero de una manera en la cual no necesariamente es el foco. Ella nos invita a detenernos en preguntas vitales: de dónde vienen estos elementos que percibimos en todo, por qué los observamos de una u otra manera, cómo nos referimos a ellos, cómo dan forma a nuestra experiencia. Estas preguntas son personales y características de su imaginario, de su mundo interior y su quehacer artístico, pero también son universales, y por eso nos apelan, nos invitan, nos seducen.

La capacidad de observación y reflexión de Nercasseau es excepcional. Recorrer sus montajes es volver al origen de las cosas. Observar sus experimentos de color, leer o escuchar sus reflexiones y comentarios, percibir los juegos de luz y color que nos tiende, nos hace abrir la boca levemente en una expresión de amena sorpresa: ¡Oh! Claro. Sí. Todo es afirmación, todo nos hace sentido, porque con sus materiales y formas ella nos ayuda a desprendernos un poco de nosotros mismos, como bien dice, a despersonalizarnos, a olvidarnos un momento de nuestras historias propias y a recordar sensaciones colectivas de un pasado que no hemos habitado, pero que llevamos codificado, de un mundo distinto al que vivimos día a día. “No hay que irse al bosque para poder sentir el bosque”, dice, refiriéndose a cultivar la sensación de calma, de hogar, de altar, de templo que ella practica tanto en su casa, un departamento lleno de vida y verde, con plantas felices y fragmentos del territorio en cada rincón, como en su obra. Es cierto. Pero nos olvidamos. 

Esta pausa a la que nos invita nos ayuda a observar el mundo de forma distinta, a ejercitar la percepción, la observación, la reflexión, todos los pasos de una cadena que a diario pasamos por alto solo por el ritmo imperante en la vida actual, siendo que estamos rodeados de maravillas. Una hoja que nace, un rayito de sol que se filtra por un cristal o por una gota de agua, un tono gris que nos habla de un misterio sin resolver. Salimos de esta exposición cambiados, abiertos, con una renovada capacidad de sorprendernos, maravillarnos, decir ¡oh! Emergemos con nuevos ojos, tomados prestados de la artista, que podría ser una profesora, una guía, una chamana. Alguien que nos enseña y atiende con cuidado en el arte de volver a mirar. 

Laboratorio del color, curada por Francisca García, está exhibiéndose en la Sala de Exposición 1 del CEINA (Piso -1, Arturo Prat 33, Santiago – Metro U. de Chile) hasta el viernes 30 de junio de 2023. Los horarios de visita son de martes a domingo, entre 14:00 y 20:00 hrs.

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