Coronavirus: La angustia del encierro y la crisis del teletrabajo
Ya van dos semanas de encierro para los que pudieron hacerlo desde que comenzó el aislamiento social. Nadie está bien, pero los que están peor, tienen que salir a realizar sus labores sin saber si de vuelta a casa habrán contraído Coronavirus. Sus trayectos en la micro, el Metro, la calle o sus empleadores son sus peores enemigos. Los que pueden “teletrabajar”, a su vez, deben hacer sus vidas en un computador, como si no estuviera muriendo gente afuera, como si esta nueva normalidad no les afectase en nada, como si pudiéramos seguir nuestra vida por internet así sin más, solo porque hay que seguir produciendo.
Desde el 18 de octubre, muchos y muchas veníamos ya con el ánimo por los suelos y un desgaste generalizado producto de la alta participación en protestas. Nuestra normalidad, entonces, se había configurado de una mezcla de militares en las calles, toque de queda, gente violentada a diario por el Estado. También debimos lamentar que compañeros y compañeras perdieran sus ojos por luchar. Hoy ese proceso revolucionario se vio detenido por la amenaza mundial que supone el COVID-19 poniéndonos nuevamente en un escenario de profunda incertidumbre, sumado a un gobierno que improvisa en el manejo de la crisis, entrega medidas parche, oculta datos acerca del alcance del virus, arrienda espacios para convertirlos en hospitales a precios desorbitantes y promulga medidas que les quitan a los trabajadores sus derechos. En este contexto de desamparo estatal y crisis social, las iniciativas digitales para tele-trabajar o tele-estudiar resultan al menos peligrosas y poco dignas para muchos.
“Todas las propuestas digitales demuestran una vez más la tremenda desigualdad social en la que vivimos, que se viene mostrando sin tapujos desde el 18 de octubre. Es abismal la desigualdad que genera privilegios en algunos, entonces no se puede pensar en políticas homogéneas para quienes gozan de esos privilegios y quienes no”, comenta Svenska Arensburg, psicóloga y académica de la facultad de ciencias sociales de la Universidad de Chile; y agregó, “nuestro país tiene una parte de su sociedad que es del primer mundo, con tecnología, con salud, con recursos de primer mundo, y tenemos también muchísima sociedad que es del último mundo y eso es lo que tenemos que asumir. El problema es que hoy en día tenemos gobernantes que vienen de ese primer mundo, que nunca han estado en contacto con los otros, entonces sus ideas les suenan a ellos geniales, pero son muy violentas para la mayoría de la sociedad”.
¿Cómo enfrentamos los chilenos y chilenas un encierro domiciliario de tiempo indeterminado, sin bajar los hombros en el intento?
Parece imposible responder a esta pregunta en una sociedad que está más preocupada por su productividad, que de las personas y su salud física y mental. Si miramos el contexto actual desde este punto de vista, no es descabellado pensar en las consecuencias dañinas, en términos psicológicos, que este encierro puede traer, mucho más si estamos hablando de la población de un país que registra uno de los indicadores de depresión y suicidio adolescente más altos de la OCDE.
“Este aislamiento tiene el problema de que está en un escenario de crisis, y cuando hablo de crisis me refiero a que nuestro modo de entender y darle sentido a nuestra vida cotidiana está roto, pierde sentido. Todo lo que valorábamos y nos permitía organizarnos se rompe, entonces estamos en un contexto de crisis y de mucha anormalidad” asegura Svenka Arensburg.
Nuestra realidad está quebrada, sin embargo, la vida se trasladó en menos de 24 horas a un computador. Borrón y cuenta nueva. De pronto, te encuentras frente al PC con una jornada laboral igual de larga que antes de esta crisis sanitaria, una exigencia laboral de la misma carga o más, pero sola, en un departamento pequeño, o hacinada con toda tu familia. O con tu pareja en una casa sin patio y un ordenador compartido. La cantidad de realidades diferentes de este país son tantas que nunca terminaría de dar ejemplos (y probablemente la precariedad, redoblada en el caso de las mujeres, sería lo común a la mayoría de estos).
“El aislamiento social puede generar alteraciones emocionales y corporales, sobre todo si se nos exige tener teletrabajo o educación virtual, pero nuestra capacidad de concentración ha disminuido. Lo que hacemos en una situación de concentración y de apoyo social cambia al estar solos y siendo bombardeados por el coronavirus y su peligro, evidentemente el nivel baja, pero también la capacidad que yo pueda tener de manejar mis emociones” agregó la psicóloga.
Diferentes realidades materiales y emocionales en las que teletrabajamos
El encierro NO es igual para todos. Esta crisis ha puesto en evidencia una crisis anterior, que corresponde a la de los cuidados, ¿por qué a las mujeres nos afecta de manera diferente que a los hombres?, porque las lógicas machistas y patriarcales siguen aún muy presentes en el espacio doméstico, porque habitualmente somos las que cuidamos a todos los miembros del núcleo familiar, porque también nos llevamos la mayor parte de las tareas domésticas. Si somos madres tenemos otros deberes asociados a la crianza, sumado a que generalmente los otros miembros dependen emocionalmente de nuestra estabilidad. Todo esto sin incluir los factores de violencia intrafamiliar, que se agudizan en contextos de encierro y representan un riesgo enorme para nosotras. En un contexto de teletrabajo, gran parte de todo lo anterior ocurre al mismo tiempo y en el mismo lugar en el que además se debe rendir laboralmente.
Paula lleva 10 días en cuarentena, un número que casi olvida porque asegura que está perdiendo la noción del tiempo. Trabaja en dos lugares y uno es presencial. Es madre de un niño de dos años y medio que está en proceso de dejar los pañales y aprendiendo a hablar a la vez. Lo cría junto a su padre, ambos trabajan y el pequeño asiste a un jardín JUNJI donde habitualmente recibe todas las comidas del día. Actualmente están todos en casa, los padres haciendo teletrabajo y el niño sin jardín.
“He dormido muy mal, me acuesto muy tarde porque tengo muchas tareas, trabajo en el día, y en la noche dejo lista la comida, para provechar de limpiar y tratar de jugar con mi hijo. Entonces me acuesto tarde y me levanto temprano para partir con las reuniones on-line. A mí me tiene muy desgastada todo esto, no sé cuánto voy a soportar porque no tengo fuerzas para enfrentar todo, es como trabajar con depresión, estás con pena y no se puede vivir esta etapa porque hay que responder al día a día. Como país estamos tratando de hacer como si nada pasara, pero está todo pasando” comenta.
Trasladar nuestros trabajos al hogar supone nuevos desafíos, nuevas rutinas, nuevos gastos y usos distintos del tiempo, pero en estas condiciones de anormalidad parece que ni los empleadores, ni el gobierno han advertido la necesidad de adecuar la jornada laboral durante la crisis.
Mientras se escucha al bebé de fondo y un ambiente de mucho movimiento en su casa, Paula comentó que en su caso han aumentado considerablemente los gastos básicos trabajando desde el hogar. Además, advirtió su preocupación por la salud mental de la gente: “Se encarece todo y no hay ningún reajuste, eso también es una responsabilidad de las autoridades que lo han hecho pésimo, sobre todo con la salud mental. No entiendo que haya un teléfono solo para atender los síntomas y cosas médicas, pero no hay un fono abierto con psicólogos que te puedan orientar en estos momentos porque estás sobrepasada. El gobierno por su parte más que llamar a la calma llaman a la preocupación siendo imprecisos con los datos y con los mandatos de cuarentena, entonces estás todo el tiempo sin saber qué hacer”.
Lo cierto es que este encierro supone una violencia tan compleja que no solo afecta a las personas que tienen hijos, sino que a todos los que deben habitar este nuevo espacio laboral, resignificando un lugar que tenemos más asociado al descanso y a la distensión, como es el hogar. Es imposible quedar indiferente.
Rocío tiene 34 años, vive sola en Santiago Centro en un departamento de 35 metros cuadrados, con solo una habitación. Debido a su orientación sur no cuenta con los rayos del sol, tampoco tiene balcón, ni áreas comunes donde pueda bajar a distraerse. Lleva dos semanas trabajando desde el living/cocina. Su jornada laboral no se ha modificado y dice que el trabajo, en lugar de adecuarse a sus nuevas condiciones, se intensificó aún más, demandando tiempo extra no remunerado, incluso fines de semana.
“Yo soy una persona que vive sola y estoy acostumbrada, pero ahora es diferente porque hay mucha incertidumbre. No sé cuándo voy a poder volver a ver a mi familia y amigos, eso es muy angustiante. Me siento triste y estresada, pero también por mi situación laboral, en mi trabajo ya se habla de reducir jornadas o echar gente”, comentó Rocío.
“Es imposible seguir con los mismos niveles de creatividad o productividad porque estamos mal, sometidos a estrés y a una cantidad de preocupaciones que lo hacen imposible. No se atiende al estado emocional y material de los trabajadores, no se entiende el contexto en el que estamos produciendo o creando. En mi caso mis jefes no tienen idea en las condiciones en las que vivo, entonces creo que desde ahí parte su poca empatía” continuó.
Repensar la lógica del trabajo y ponerle límites al sistema
En Chile, de acuerdo con la encuesta CASEN 2017, un 6,5% de las viviendas presentan algún grado de hacinamiento (CIPER profundizó en esto). La Red Chilena Contra la Violencia Hacia las Mujeres asegura que el 87% de las agresiones sexuales se producen al interior de la familia. Según datos de la SUBTEL en su encuesta 2017 de Accesos y usos de Internet, el 12,6% de los hogares no tiene acceso a internet. Existen 110 comunas con menos del 5% de Internet fijo en el hogar. Además, aún existen 55 comunas con menos del 1% de conexión.
Todos estos son datos son fundamentales para entender por qué los diferentes escenarios del teletrabajo, en los que muchos tenemos que seguir produciendo a través de Internet, deben ser regulados durante el tiempo que se extienda la crisis sanitaria. No sabemos si esto es durará uno, dos, o tres meses, no lo sabemos, pero lo que sí sabemos es que nadie va a costear nuestros tratamientos derivados del colapso mental que podemos tener en relación con esta realidad paralela, en la que tenemos que seguir haciendo una vida normal. Tampoco costearán el aumento en las cuentas derivado de uso 24/7 del hogar, ni mucho menos los costos personales que tenga esta situación de aislamiento social.
Una de las tantas preguntas que nos trae esta crisis sanitaria es, ¿cómo repensar esa lógica del trabajo y asumir como sociedad que el nivel de rendimiento será menor?, ¿cuáles son los límites humanos a los que estábamos llegando antes de la pandemia? Svenka aseguró que “vivimos en una sociedad en crisis respecto al manejo de sus emociones sobre la base de una cultura exitista que ha llegado a su límite”.
Después de estos seis últimos meses en Chile, donde ha quedado en evidencia que el sistema colapsará económica y socialmente, es hora de poner ese límite. Cuando todo esto acabe y la crisis haya terminado de demostrar lo precario, débil y peligroso que es el neoliberalismo en el que vivimos, vamos a volver a las calles y a la Plaza de la Dignidad más despiertas que nunca, más organizadas que nunca, más revueltas que nunca, porque, sin duda, vamos a ser ¡muchxs más!