Siento, luego existo

Por Daniela Tenhamm

Me escribo hoy desde una geografía diferente, un lugar no llamado Chile. Me escribo hoy para poder dejar constancia de que mi existencia tiene legítimos dolores. Escribo con borrones. Quisiera ilustrar una de las tantas intensidades de esta actualidad que nos atraviesa tanto, una actualidad tan vivamente viva. Le escribo a esos ojos lectores que traen sus propios dolores y formas de narrarlos y que viven un presente tan tajante como el de hoy.

Es escalofriante. La piel se pone de gallina.

Me escribo hoy y me ofrezco como una más de tantas otras identidades que se carcajean y se sollozan desde hace ya casi dos meses. Escribo como cibertestiga de acontecimientos que no acaban de aparecer, con muchas, muchas, muchas ganas de poder tomarme todas esas calles también y de poder oler cada uno de esos átomos de química represiva (se siente extraño querer sufrir lo mismo que está sufriendo la gente en Chile). 

Escribo como mujer que ha decidido caminos a las afueras del denominado territorio nacional. Se escribe mi cuerpo en ello, me hago historia en ello. Pues mi cuerpo se repliega en un otoño que no concuerda cien por ciento con las imágenes de esta primavera chilena. Estoy aquí y allá al mismo tiempo. 

Hoy escribo como posibilidad para suspirar mis múltiples yoes. Como grito escrito. Son tantas las realidades paralelas que me cruzan en este momento, que entre lo que debo y lo que puedo y lo que quiero, me pierdo a veces. Y tengo certeza de que esta condición la comparten tantas otras personas. No nos enseñan a aceptarnos en estados de desorientación.

Tengo tristeza. Miro y leo y engullo y reitero y no comprendo y respiro y me quejo. Tengo rabia. Mi cuerpo tiene rabia. Últimamente no aguanto mucho escuchar opiniones distintas a la mía. No aguanto tampoco que traten de desconcentrarme de lo que creo que es importante. Tengo particularmente las venas más abiertas. Estoy más categórica que de costumbre. 

El computador y el celular atestiguan esta distancia chilena. Pienso en chileno y, sobretodo, siento en humana. Pues veo cómo la Tierra duele desde bien adentro con territorios resquebrajados de poros tapados. Cánceres y tumores y cándidas y miasmas y lombrices solitarias por doquier. Agentes externos que invaden, que corroen, que pican, que violentan, que reprimen, que mutilan.

No hace mucho sentido. No tiene pies ni cabeza.

Aunque se me llenan también las esperanzas de palomas volando con cada acto reivindicativo. Con cada una de esos tantas miles de acciones de personas reales que luchan por reconocer que sí existe humanidad debajo de tanto vicio social. Hay heroínas y héroes al por mayor. Hay colectivo. Y mi cuerpo se fortalece pues reconoce que la tristeza puede ser llevada elegantemente. Puedo así defender mi tristeza con orgullo: ella tiene sentido, ella tiene razón.  Mi caminar lleva un peso diferente.

Siento, luego existo. 

Querer escribirme me ayuda a recordarme. Recordar mis ganas de sacar todo este todo que llevo dentro. Sobretodo ahora que lo que llevo dentro se ha vuelto tan revoltoso. El comentario de una mujer alabando a su vecina que canta Para que nunca más, mientras un vecino de otro departamento la acompaña con la guitarra me habló tanto-tanto, que habló por mí: «Cómo puede ser que estemos viviendo momentos tan terribles pero al mismo tiempo tan emocionante? ¿Cómo vivir con tanta contradicción de emociones?»

Y yo me pregunto cómo puede mi corazón soportar tanto sentir al mismo tiempo.

Me escribo hoy como gesto desnudo que reconoce la fortaleza de mi fragilidad. «Los pueblos se levantan», leo y ni la lluvia eterna ni la románticas hojas rojizas pueden convencerme que la resonancia de tanta lucha de geografía (dícese) chilena no toca también esta parte del planeta. Me esperanza corroborar que aquí también se denuncia lo que ocurre allá y lo que ocurre en tantos otros lugares del mundo en este preciso instante. Este momento presente tiene muchas huellas dactilares. Muchos puños elevados. Catarsis. No estamos solxs.

Me gustaría poder sentarme a tomar té y tener buenas conversaciones más a menudo. Me gustaría sólo hacer las cosas que ayuden a construir el mundo despierto que anhelamos. Tomarme el tiempo.  Quiero leer que la historia la estamos haciendo con nuestras manos. Pues la estamos haciendo con nuestras manos, a cada paso. Sea caceroleando, sea marchando, sea compartiendo, sea preguntando, sea creando, sea abriendo los brazos, sea …

Sentada y escribiendo, me pongo de pie por todas y cada una de esas acciones que contribuyen a levantar la mirada. Porque ser consecuente no tiene precio. Porque exigir dignidad no es rebatible. 

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