Bernardita Olmedo, la Bruta: “me empujo a disfrutar, sin saber cómo se hace, claro”
Esta semana se realizó el lanzamiento de Señorita Buena Presencia, el primer libro de viñetas de Bruta, también conocida como Bernardita Olmedo. A través de sus dibujos, se ve a una mujer en constante cambio, en contradicción, con sus relaciones y también con ella misma. Con el mundo. Quizás es ese arrojo a no flaquear y ver en esos caminos que se contraponen una fortaleza, que sus dibujos llevan un buen tiempo moviéndose sin parar en internet.
El MAVI estaba lleno y fuimos a escucharla. Todo lo que dijo tiene mucho sentido. Me hace pensar mucho en las mujeres talentosas que tengo alrededor y que constantemente, en medio de una conversación, cuando sucede algo bueno, llegan al mismo punto: “no sé disfrutar”.
A continuación, compartimos sus palabras.
No sé disfrutar.
Eso me ha dado vueltas el último tiempo.
Eso pensaba, al intentar dar forma a qué decir hoy; a concentrar esto que siento en un texto bonito, lleno de resúmenes bonitos, de agradecimientos y reflexiones en torno a lo que ha pasado hasta ahora, que por supuesto es bonito, pero no sé disfrutar…
No sé disfrutar porque toda la mañana estuve pensando en dónde estaría si no hubiese tenido el arrojo de creer que podía hacer lo que yo quisiera hacer. Y mientras mi cabeza trataba de hacerme ver que el empuje, que el esfuerzo, que la porfía, que el talento quizá… el corazón seguía apretado con la imagen de aquellos que con igual o más capacidades que yo, se quedaron en el camino, entregando su potencial a un trabajo que no merece ni su tiempo ni su energía ni sus vidas.
Y ahí voy de nuevo… “disfruta”, me dicen. Y yo te juro que lo intento. Es que no me enseñaron el relajo. Desconfío de todo y le pongo obstáculos a todo. Porque, ¿para qué hacerlo fácil, si te puedes complicar?
Es “mi día”, me dicen. Y me levanto temprano, con la sensación de haber logrado algo que merezco, porque el empuje, porque el esfuerzo…
Y me pienso llenando cuadernos de dibujos y rayas. Escondiéndolos de hermanas que todo registran. Acumulando material que luego será estratégicamente destruido, pues a los 13, en un pueblo al sur de Chile, nada de esto parece posible.
Y me veo siendo “chora”, “chúcara” y “pesá”. Forzándome a cargar escudos que me protejan del ideal femenino que me niego a ser. Y me recuerdo arrancando de toda muestra de afecto; porque yo no amo, yo sólo te puedo querer. Y entre corazas y prejuicios, voy creciendo rodeada de limitaciones que me auto impongo. Yo no soy sensible, ni femenina, ni tierna; yo no sufro ni demuestro flaqueza; yo me llevo mejor con los hombres; yo no me maquillo; yo no soy “tu mina”.
Y me voy construyendo como una mujer en apariencia seria. A cuyo mundo interno sólo algunos pueden acceder. Seria. Porque no quiero que mi simpatía te confunda. Porque los límites; porque “¿qué te hay creí’o que te voy a sonreír a voh?”.
Pero una inquietud se hace presente.
Una lucecita que a veces aparece rodeada de una particular forma de humor.
Los cuadernos me vuelven a recibir.
Y yo bajo la guardia.
Entonces me veo a los 13. Dibujando sobre la cama. Y pienso, qué lindo poder decirme que en unos años estaré haciendo lo mismo, esta vez sin esconderlo, esta vez permitiéndome apartar las corazas (o intentar hacerlo). Esta vez compartiendo lo que sentía tan mío; sorprendiéndome con lo lejos que mi trabajo puede llegar; recibiendo el cariño de gente que desinteresadamente te hace ver cómo algo para ti tan simple, puede afectar positivamente la vida de los demás.
Y me empujo a disfrutar. Sin saber cómo se hace, claro. Disfruto de tener algo que decir y ser escuchada. Disfruto de estar rodeada de las formas más variadas de amor; de un lugar de origen que desde la lejanía me hace barra; de unos padres que sin terminar de entender lo que hago, se enorgullecen de esta hija chora, chúcara y pesá. Disfruto de tener amigos y amigas que me sostienen y levantan cuando me ataca el “yo no puedo”, pero que también estarán ahí si alguna vez pierdo el norte, recordándome que la finalidad de todo esto era disfrutar.
Entonces me veo ahora. Más plena que nunca. Tranquila con cada uno de mis aspectos. Perdiendo el miedo a plantarme con lo que realmente quiero. Amando profundamente. Equivocándome infinitamente. Aprendiendo de cada una de las personas que me rodean. De las mujeres que día a día me salvan.
“Este es mi día”, me dicen, por eso me atrevo a hablar un poco más de mí. Pero no se acostumbren. Lo relevante aquí es otra cosa, ni siquiera relacionada al libro. Es caer en cuenta de todo lo que somos capaces de hacer. De cuán importante es seguir diciendo lo que nos mueve y lo que nos paraliza. Es seguir incomodando al salirnos de la regla. Es creernos el cuento y no ocultar lo bacanes que somos, aunque eso, para muchos, sea una molestia.