La Huelga Feminista va

A las tres de la madrugada del 8 de enero del 2019, en el centro de Santiago, se escuchaban gritos de mujeres. “¡Morir luchando, sumisa ni cagando!”. Entremedio, desde los edificios aparecían otros. “¡Déjame dormir conchadetumadre!”. Las mujeres no se callaban. Eran un buen número. Hacía frío y estaban en la calle presionando afuera de una comisaría. Dentro, en los calabozos, estaban otras. Las detuvieron durante una concentración de protesta por los cuatro femicidios que ya se registran en Chile, a menos de cumplir la primera semana del año.

Unas horas antes, mientras ellas protestaban en la calle, una joven migrante era asaltada a pocas manzanas. Gritando, corrió detrás de los ladrones. Después de unos minutos alcanzó a uno, que metros antes tiró su mochila al suelo. El otro se llevó el dinero. Lloraba, temblaba y unos machitos le pegaban patadas en el suelo al tipo. Solo fuimos mujeres las que exigimos que dejaran de golpearlo.

Al mismo tiempo de esa protesta y de ese asalto, en el sur habían comunidades mapuche siendo violentadas. Familias, mujeres, niños, niñas, hombres que han recibido durante generaciones una violencia constante de parte del Estado. Horas antes también se confirmaba lo que todos sabíamos, Chadwick miente una y otra vez, avalado por un aparataje gubernamental y debe denunciar.

A la hora de esa protesta, del dolor de un pueblo completo, también había sufrimiento en otros territorios. Suelos muertos y aire tóxico que contaminan a las familias. Mujeres, madres, hijas, hermanas de luto por sus familiares activistas muertos y muertas en la impunidad. Mujeres que a los treinta años están batallando contra un segundo cáncer, que organizan su día de forma imposible para cuidar a sus familiares enfermos, tal como ellas o sus vecinos.

Meses antes, en la principal plaza de Quintero, mujeres hicieron una toma. Mujeres enfermas, mujeres cuidadoras de enfermos, precarizadas. Soportando el frío de la noche tomaron medidas extremas, para un situación desesperada. Y aunque apareció en algún noticiario o alguna página impresa, es algo que no tiene fin. El territorio sigue siendo envenenado, las industrias no paran, aunque eso signifique otra generación de seres humanos muertos por la idea de progreso de los que se construyen casas que destruyen flora y fauna, pero donde pueden respirar aire puro y mirar las estrellas, con una fogata en su patio.

En paralelo a esa protesta, de ese asalto, de la violencia hacia un pueblo y de la sobrevivencia de muchas familias fuera de la capital, habían mujeres desesperadas intentando conseguir abortar de manera segura. Convencidas de que es un derecho del que han sido despojadas se apoyan en redes de clandestinidad, confían en otras mujeres. Un té de manzanilla, un termómetro, ibuprofeno y, en el mejor de los casos, una amiga que te ayude.

Mientras esas mujeres abortaban, hay otras y otros endeudados incluso antes de tener un trabajo. Porque les dijeron que la única manera de sobrevivir era estudiando una carrera que jamás van a poder pagar, cuando la terminen, si es que la terminan. De intentar conseguir una vivienda digna en la vida adulta, ni hablar. Quizás un arriendo lejos de los puntos en los que se encuentran las oficinas y lugares de trabajo. Con un traslado en un sistema de transporte que quita salud, que es hostil, que nos deprime a todes. A todes. Y probablemente, a muchos les moleste más que este texto diga “todes”, en vez de preocuparse por lo que se describe. Así estamos.

Cuando ellas abortan, mientras a otros los allanan, golpean e intimidan en el sur a partir de una política de Estado, mientras a ella la asaltaban pero intentaba romper con el círculo de la violencia, mientras mujeres y familias luchaban por sobrevivir mientras les envenenan, otras sufrían en silencio por ser abusadas sexualmente, por quebrar su identidad, separarlas de su cuerpo. En las casas, las universidades, los colegios y los lugares de trabajo. Porque aunque están denunciando en la justicia, tal como se exige en el folleto de la víctima ideal, Carabineros se burla y revictimiza al tomar declaraciones. Porque los violadores no se van presos y pueden seguir violando. Porque los abusadores siguen haciendo sus vidas, editando un diario, escribiendo de música, construyendo casas, haciendo clases, examinando niños en una sala de urgencias, dando misa, desviando el tránsito, vendiendo café, componiendo discos, escribiendo libros, teniendo programas en la radio, votando leyes en el Congreso o incluso siendo presidentes. Destruyendo vidas.

Mientras todo esto sucedía, hay hombres, mujeres y niños migrantes viviendo en casas sin baño. Viviendo en una ciudad con una hostilidad inexplicable, porque el racismo y la xenofobia no tienen sentido. Es irracional. Pero existe y se come las cabezas de los también precarizados que aún no toman conciencia de que lo son. O hasta quizás piensan que así es como es la vida y hay que salvarse a como dé lugar. Aunque sea destruyéndole la vida a un otro. Deshumanizándole.

Ayer, a eso de las ocho o nueve de la noche, también habían abuelos y abuelas trabajando, tal como lo hicieron toda su vida. Sin descanso, sin opción. Sin trabajo, no hay medicamentos para sus enfermedades. Sin trabajo, no hay comida. Limpiando calles, atendiendo en bares, con dificultades para caminar. Y el presidente de Chile, frente a este panorama, solo dice que está bien, que la gente se quiere sentir útil. Me pregunto si alguna vez en su puta vida lavó un plato o limpió la mesas en la que él mismo comió.

Hoy, a las ocho de la mañana leía en Twitter a un tipo preguntándose por qué habían algunas mujeres publicando tweets sobre aborto, AFP, trabajo, femicidios. “No entiendo la mezcla de peticiones, me suena más a rabia”. Está confundido mas no equivocado. Hay rabia. Mucha. A niveles que, dependiendo del día, no son sanos. Pero que nos habitan. Sí, hay rabia. Y la mezcla es evidente. Se llama precarización de la vida y nos atraviesa a todos. También a él. Por eso es tan ridículo leer respuestas como “las watona feminasi lloran x toD0!”. Hermano, este sistema te está haciendo mierda -de una forma diferente al horror que sufrimos las mujeres- pero te cruza. Y tú ahí, escribiendo con faltas de ortografía, defendiendo lo que te está matando. Sintiéndote ganador.

Esta guatona feminazi, junto a otras guatonas feminazis, queremos eliminar una estructura que nos quita la vida desde que nos levantamos hasta que apagamos la luz en las noches. Queremos derechos laborales, queremos educación pública que nos permita enfrentarnos a tomar decisiones, a pesar. Queremos salud digna. Queremos que los abuelos descansen y compartan su último tiempo con sus familias, con sus amigos, con sus intereses. Las guatonas feminazis queremos que nos dejen de matar, de violar, que nos paguen lo mismo por el mismo trabajo que a ti, queremos poder vivir en paz. Queremos que los niños tengan infancias seguras y llenas de estímulos positivos. Queremos que todos los seres humanos y también los animales vivan en paz y dignidad. ¿Te molesta? ¿Les molesta? No sé qué van a hacer al respecto, porque esto no va a parar. Ni un solo paso atrás.

La Huelga Feminista el 8 de marzo va. 

Hasta ahora, la foto de portada de esta columna es una mentira tan cruel que da rabia. Pero las mujeres nos vamos a encargar de que el 8 de marzo sí sea todos los días, sin La Moneda iluminando nuestros pasos. Veamos qué pasa.

Podemos ser peores. 

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