En mi pieza: Lia Nadja

Lia Nadja, su nombre suena fuertemente para nosotras desde ya hace un tiempo. Podemos encontrar sonidos nuevos y experimentales en sus composiciones de electrónica, o algo “más estructurado” en sus canciones de guitarra, como las define ella. De igual manera, su música nos conecta a algo privado y sincero. Nos abre y envuelve, nos permite ver y entender cosas que no queremos: ceder ante ellas.

La artista nos acepta en su casa como cualquier amiga. Al llegar nos ofrece un vaso de bebida y de paso, entrar a su pieza para iniciar una entrevista/conversación que dura casi una hora.

Para que la escuchen mientras leen.

—De todas las partes en las que has vivido, ¿cuál es la casa que más te ha gustado?

La del campo, de Temuco. Era una casa modelo argentino, blanca y plana, como este departamento, pero más baja. Tenía ventanales que daban para el patio y cuatro árboles frutales. Era nueva pero muy vintage. Y una casa de mis casas en Valparaíso, en el cerro Larraín, tenía 5 piezas, ahí tuve un taller para pintar.

—La pieza que más te ha gustado.

Mis piezas de infancia. Mi mamá siempre me dejó hacer la hueá que quisiera en mi pieza, entonces tenía el techo negro, una pared negra, un sillón de camioneta abandonado puesto ahí. Tenía un equipo de música con cuatro parlantes, tenía habilitado para fumar pito y carretear, entonces tenía como un living en mi pieza.

—Lo que más te gusta de tu pieza actual.

Como que no tengo pieza porque la comparto con el Vado (su pareja) y el bebé (Tristán). Toda la casa es mi pieza, y lo que más me gusta son las plantas del comedor y mi colgador de ropa. La pieza del Isai (su hijo mayor) también, la arreglé y le pegué las cosas en la pared, tiene como un collage de fotos de su vida de más pequeño y un móvil, que es como infinito, que compré en el persa.

—¿El color de la pieza tiene algún significado?

Todo blanco. Siempre pinto mis casas de blanco. Bueno, esta venía pintada, pero por eso me gustó también. Me gusta lo blanco porque siento que contrasta con todos los muebles. Entonces, tienes que tener bien claro lo que vas a poner, porque si no lo vas a ver todo el rato y te va a molestar como “eso está ahí”.

—Es súper neutro.

Sí, aparte de que tengo ese mueble que me ha acompañado siempre y es un librero negro. Cambia de uso todo el tiempo ahora le puse la ropa de la guagua, pero la cuna no me gusta, yo quería un Moisés de madera, pero ya lo acepte no mas.

—Tu recuerdo más bonito.

Tengo varios recuerdos, uno del Isai corriendo en el campo. Iba delante de nosotros, a sus tres años, cuando se cayó en una poza. Fuimos corriendo a buscarlo porque estaba llorando. Yo le doy vuelta el brazo, así como muy bruta, y me doy cuenta que tiene sangre en el codo mientras digo “oh, tiene rojito”. Al decir eso, el Isai se rió y dijo, con voz de ternura, “rojito”, se calmó al tiro y fue muy lindo. A nosotros nos enterneció mucho que él nos mirara y dijera “rojito”. Entonces, suena, cuando lo extraño y no está. Escucho su voz, que ya no tiene, diciendo eso.

—¿Qué cosa guardarías siempre?

Yo tengo muchos tesoros. Tengo una caja, que se llama “Bebés”, que tiene todo: las cositas que le ponen a las guaguas cuando nacen, sus primeros guantes, los dientes del Isai guardados en un frasco, las ballerinas con las que lo saqué del hospital. Ahí, también, tengo unos bichitos, unas piedras. Antes era un tarro metálico. Yo le decía al Isai “en caso de emergencia, toma eso y corre”. Eran sólo cosas del Isai, po. Ahora lo hice caja y metí las del Tristán también. Eso es lo que guardaría siempre.

—¿Dónde te gusta componer?

En toda la casa. A veces peleo con el Vado y me escondo porque esta casa igual es chistosa, es como circular. Entonces, me puede buscar por acá, pero yo me voy por allá y, de repente, me encierro en el baño cuando él está por allá y así. Agarro la guitarra y me voy a cualquier lado. Es un poco como un laberinto. Me echo en el piso o me meto a la tina a tocar guitarra. A veces no compongo nada, sólo canto mis ideas y las hago música, pero no guardo. Sino estaría pensando “ay, qué popero esto” o “qué lindo suena”.

—¿El proceso creativo se mueve cuando estás triste?

No, es que esas canciones no las grabo. Yo compongo y hago música, pero de ahí a que sienta y quiera registrarla es como… no sé, cada 3 meses, ¿cachai? Y las canciones que no tengo grabadas me las sé de memoria en guitarra. Entonces, las puedo ir perfeccionando y todo. Como que para mí eso quita más tiempo. Componer lo hago todo el tiempo, y esas canciones van mutando. Cuando me siento en el computador, no estoy triste, ahí digo “ya, esa canción la voy a tomar, la voy a grabar y le voy a poner este bajo”. No podría hacer eso triste, pero la idea de la música sí viene de muchos momentos en los que quiero desahogarme. Como que la ocupo para desaparecer un poco, y los teclados lo mismo. Me pongo los audífonos en ese piano y empiezo a tocar , por ejemplo, tengo una frase que todavía no la ocupo que era como “que yo no sabía que iba a ser tan difícil… pero me aburro en esta soledad”, algo así. Es una canción que dice como  “yo quería separarme de ti, pero cuando ya estaba sola me empecé a aburrir” y esa es un poco la idea. Como que la tengo hace mucho tiempo. Siempre la toco, pero aún no lo hago canción.

—¿Y de qué depende el “ya, vamos a empezar a grabar”?

Es que es entretenido grabar. Siempre quisiera tener más tiempo para hacerlo, pero tengo la máquina de coser y también me gusta cocinar. Entonces cuando veo que voy a hacer en el día (cuando cumplo ya las responsabilidades) digo “ya, tengo un espacio de tiempo, ¿qué alcanzo a hacer?”. Puedo cocer las cortinas, me hago una polera o algo y después digo “no, me aburrí, voy al computador a grabar o voy a remezclar algo”. Son actividades para ocupar mi tiempo libre.

—Más ahora que el Tristán está pequeñito.

Claro, no podría. Pero tengo que hacerlo, tengo muchas cosas que terminar. Pero claro, el Vladimir tendría que cuidar al bebé todo el rato. Igual está bien, ahora hemos estado así, po. Llevamos como una hora y media en que el Vado está viendo Dragon Ball y yo estoy grabando, se cruza, me mira y dice “¿vas a seguir en eso? ” y yo “sí”… “bueno, seguiré viendo Dragon Ball”, responde. Porque nosotros pasamos caleta de rato pegados po, haciendo cosas juntos los dos, entonces ahora estamos cada uno en lo suyo.

—Y ahora, ¿cuál es la actividad que más disfrutan haciendo?

Ver documentales y películas. Como que eso nos ha mantenido entretenidos. Es que el calor está cuático, entonces igual la otra vez hicimos día de feria y fue bacán pero estábamos cagados de calor. Yo estaba feliz de estar ahí comprando verduras. Entonces es difícil tener muchas actividades al aire libre tan placenteras con este calor. Pero eso, ver películas, hacer cosas en conjunto con el Vado. Por ejemplo, reordenamos, cambiamos de posición las cosas.

—¿De dónde nace el proyecto Popol Vuh?

Yo hace rato quería tener una banda, porque igual tengo hartas canciones de guitarra. Le puse Nainten al proyecto, canciones más indie de guitarra, no se parece en nada a mi música electrónica, tampoco espero mezclarlo porque son estructuras muy distintas. La otra hueá, me encanta que sea abstracto y la otra música es una guitarra que tiene un inicio, un coro, entonces no podía ser todo junto.

De repente cuando estaba embarazada le decía al Vladimir “quiero hacer una banda, voy a invitar a la Yaney”, pero nunca lo hacía porque estaba embarazada, entonces en un momento el Vado dijo que iba a separarse de MonoAzul, iba a ser solo y quedó el batero y el guitarrista que era el Franco, ahí dije yo “le voy a decir al Caballero que toque conmigo porque es muy seco’”.

Franco siento que funciona a otra velocidad. Yo le digo, no sé, éstas son las notas y el compone tres guitarras al mismo tiempo que van a ir paralelas y las memoriza. Tiene mucha cabeza, entonces es bacán trabajar con alguien así. Como que me arma la canción, entonces muy bacán. Es muy oriental, o muy japo de cierta manera. Nos llevamos súper bien, yo lo respeto harto, porque yo no invitaría a cualquiera a pasar horas en mi casa. No soporto tan fácil a la gente, sería raro.

—A pesar de eso, haces muchas actividades en tu casa, como Taller Cielo.

Sí, po, pero ahí eres como el anfitrión. Entonces, tienes como una neutralidad, o sea, cuando vienen amigos o amigas es como “¡buena!”, y converso un ratito, pero igual, en general, estás como con ninguno, nada con nadie. Estás manejando que todo funcione y, con el temple, no te puedes curar ni marear mucho. Estás ahí, te dicen “oye, quedó la cagá., ¡no, tranqui! Limpiemos” o cualquier cosa. No te puedes ni enojar mucho, no te puedes conectar mucho con las personas porque, aparte de que siempre llega gente más triste, más feliz, más eufórica, como que igual es bacán ser anfitrión. Igual regular un poco, como que tú les das la forma de cómo se van a comportar un poco porque, sino, es puro caos.

– ¿Y de dónde nace el interés de prestar tu espacio para hacer actividades, ser anfitriona?

No sé, desde muy pequeña que hago esa hueá, muy pequeña. Mi mamá me hacía las fiestas, ella tiene un colegio y un preuniversitario. Entonces, siempre arrendó casonas antiguas en Concepción, y cuando yo tenía, no sé, diez u once, empecé a hacer carretes con mi curso ahí. Después no era con mi curso, era con todos los grados. En la imprenta del colegio de mi mamá, hacíamos la fotocopia de los afiches. Yo los repartía. Éramos niños, y eran carretes de las 6 de la tarde hasta las 12 de la noche.

Después, yo crecí y empecé a hacer carretes en mi casa, en todo el garage. Desocupaba todo, barría y no sé qué onda, por qué me motivaba tanto. Me metía a Messenger y le decía a un chico “oye, tú, tienes esa luz que se mueve con espejitos” No cobraba ni entrada, ponía una mesa, un equipo de música, le pedía CD’s a mis amigos. Ponía música y así llegaba la gente.

Como a las 8 de la mañana, yo despierta, copeteada como los que quedaron. “Ya, subámonos al techo a fumarnos un pito”, yo era la mina que hacía carretes y conocí mucha gente por eso, y siempre, de alguna manera, me moderaba igual. A veces me curaba raja, pero, normalmente, me moderaba y me gustaba eso de invitar gente a la casa.

—¿Siempre has hecho eso? ¿En todos los lados en los que has vivido?

No, como que lo hice, pero eso igual fue progresivamente tirándome a un lugar que la gente muy conservadora, muy tradicional no aceptaba. Entonces, los papás de mis amigos les prohibían juntarse conmigo. Empecé a funarme mucho de droga, de alcohol, y era cierto. Entonces, quedé embarazada y ahí fue un quiebre. Me quedé con pocos amigos, de la nada. Una vez iba a tomar una micro, y una señora que yo conocía me empezó a decir “asquerosa, asquerosa”. Me gritaba de lejos. Yo caminé, me cambié de un paradero a otro y me siguió. Era una señora evangélica que vivía por ahí. Me empecé a aislar y, cuando el Isai nació, le dije a mi mamá que me quería ir al centro de Concepción, que para mí era cambiar de planeta.

—¿Ahí empezó tu aventura de irte y viajar?

Sí, todo lo que yo hacía era para socializar y relacionarme. Conocí mucha gente punky, reguetoneros, cumbieros, minas lais. Era una hueona demasiado tolerante, tenía amigas de todo tipo, me sentí súper rara cuando la gente empezó a tratarme mal.

—Claro, porque era más por la imagen que representabas.

Era porque yo me cagaba y hacía las cosas a la vista de todos, en cambio mis amigos se cagaban entre ellos, pero todo por debajo, y las minas también se cagaban por debajo. Tenía amigos que eran los hueones más zorrones y eran terrible gay por debajo. Como que tenía el lado oscuro expuesto y cuando me pusieron a mí la x yo dije ‘toda la gente es súper idiota’ .Me decepcioné de la humanidad y me fui, me aislé.

—¿Cuándo empezaste a estudiar de nuevo?

A los 19 entré a estudiar arte en Temuco. Después me fui a Valpo, a estudiar artes ahí también. Pasé como 5 años en eso viajando con mi ex pololo, como bien guardaditos. Es que él también era muy callado, muy tímido, y como que no nos gustó la gente. Él me dijo ‘no vuelvas más a Concepción’, porque a mí me daba miedo. Caminaba por la calle, me pillaba con gente que me decía “¡hola!, ¿cómo estás? tanto tiempo”, pero por debajo yo sabía lo que habían dicho de mí, entonces todas las situaciones eran súper cínicas.

—Era una situación cínica recíproca al final.

Claro, yo era como “hola…”, pero en verdad no podía yo hacerlo, me dolía mucho. Con mi propia familia, con mis tíos, no estaba resuelto. Concepción me ponía muy nerviosa, no entendía bien las situaciones.

—Eso generó un “trauma”, un vacío en ti.

Sí, porque yo no sentía que había hecho nada malo con maldad, de hecho, yo pensé que tener al Isai era algo súper bueno. Yo pensaba que no podría haber abortado, no porque el aborto estaba mal sino porque dada la ignorancia de la situación sonaba terrible hacer un aborto en ese momento. Mis amigas me decían “hueón, tenemos que ir a la pobla tanto, y tienes que vender hueás de tu casa, hacerte las monedas y te vai a desangrar”. Ahora es más accesible, ahora te dicen que son unas pastillas y suena todo bien pero antes a mí me lo dijeron y fue como “me puedo morir y ¿por qué?”. De repente pensé que no, que quería tener a mi bebé y todo va a estar bien. Yo creo que me hubieran hueveado si hubiera abortado, si hubiera tenido al bebé, daba lo mismo lo que yo hubiera hecho, el sentido era hablar de algo. Yo era la única niña que no estudiaba en primero medio.

—Y volviste a estudiar después.

Sí, cuando quedé embarazada di exámenes libres de segundo y tercero y después di primero y cuarto, lo hice todo en un año. Salí el mismo año que mis compañeros, pero con mucha menos información en la cabeza y con mucho menos estrés con respecto al futuro. Yo igual era más inmadura también, no podría haberme puesto tan ansiosa por la universidad ni nada, si yo recién estaba entendiendo los sistemas humanos. Era muy pollito, por eso confiaba tanto

—Quizás eso igual influyó en que esa situación te afectara tanto.

Yo entendí los carretes son lugares donde se hacen amigos entonces pensé en hacer fiestas; bacán tomar porque la gente te mira y te invita a carretear porque tomai copete. Como que siempre tiraba todo a la cancha, con la mejor disposición y nunca le fallaba a nadie. Cuando amigos me necesitaban yo corría, eran lo más importante y lloraba por ellos, estaba demasiado abierta a los amigos. Entonces, cuando quedé embarazada, creo que fue el destino que me dijo ‘no tienes que ser así con los demás. Tienes que preocuparte de hacer algo para ti’. Todos se preocupaban de sí mismos, todos se preocupaban de sus notas, de lo que iban a estudiar y a mí nunca me preocupó eso, me preocupaba estar para los demás, compartir, verlos.

A los 10 años yo amaba a los perros y a las personas. En eso se me iba la mente. Tenía cuadernos llenos de dibujos de mis perros. Siempre fui hacía afuera. O los perros o los amigos. Lloraba porque mis amigos estaban tristes debido a que los papás se separaron, porque a uno le habían pegado. Yo canalizaba y lloraba. Ponía música. Los psicólogos decían que era muy imaginativa nomas y muy sensible. Ahora me he encontrado un montón de amigas y amigos así.

—Especialmente aquí, en este círculo en el que te mueves.

Chicos sensibles, claro. Como que en el fondo todos pasaron por lo mismo. El Isai también es así, me dice “el hombre es muy terrible, los animales estarían mucho mejor sin él, sin la humanidad”. Se cuestiona cosas. Yo estaba ahí, muy expuesta. No sé si fue traumático, yo igual soy súper positiva, pero vivía siempre con ese miedo, de que alguien me conociera. Por ejemplo, pasó hasta muy grande que escuché a la gente decir como “no, si la Lia, ella estaba re loca” no sé, puras hueás, “vivía en la calle, se trató de matar, tomaba muchas drogas”. Sin saber nada, inventaron caleta de cosas.

—¿Cómo fue para ti ahora que te empiecen a conocer por tu trabajo?, ¿te recordó eso?

Por eso mismo tampoco me llena tanto el ego. Si me van a conocer va a ser por el trato más humano. Pueden respetarme porque les gusta mi música o porque yo trabajo en eso y está bien, pero aun así no confío en toda la gente.

La mayoría de la gente que me agrega a Facebook me habla un rato y muchas veces las borro, no me gusta lo que me dicen. Gente que se atribuye cosas “ven a conocer mi estudio y hueá, tengo caleta de máquinas”… ¿a qué voy a ir a tu casa si no te conozco? Soy muy muy precavida con eso, tengo que saber dónde dejo mi energía, siempre hay que desconfiar, creo. Ya no puedo recobrar esas ganas de comunicarme con cualquiera.

—Especialmente ahora que la gente te conoce y tú no conoces a tanta gente.

Claro. De las personas que conocí en Concepción la mayoría llevó un camino súper convencional: estudiar kinesiología y manejar un auto gigante. Las veo pasar en un auto. La otra vez estaba en la laguna tocando guitarra sola, sin haber dormido, eran como las siete de la mañana y me fui a tocar porque tenía insomnio. De repente, pasaron como tres minas que eran compañeras mías de colegio trotando, todas rubias fitness. Sabía que me iban a ver y yo pensé “¿me van a saludar?” y fue como “¡hola!, hola, hola!”…“¡hola!, ¿cómo están?” … “¡bien!… ¡chao!”.

Yo pienso que mejor tener lejos a la gente que no tiene nada que ver conmigo No carreteo con cualquier persona, porque empezai a ver los tratos de la gente, esperan a veces que uno esté más vulnerable para, no sé, sacar el lado medio lobo. Mejor estar atenta. Alguien que es bueno, va a ser bueno siempre, curado o volado, eso pienso. A mí me han invitado a tocar, por ejemplo, y todos buena onda, pero después de tocar pregunto “¿hueón, dónde dejo mis cosas? ” y nadie me responde. Tengo que andar detrás de la gente, ¿por qué?, porque el hueón que me invitó ya se curó.

—¿No existe una responsabilidad en ese sentido?

No po, Hay gente que me dice “ay que cambiaste, ya no eres como antes” y es como… hueón, qué hueá, si al final todos se curan y se comportan como unos estúpidos. Conozco harta gente ya para tocar, no necesito tanto a ese desconocido que me invite. Tenís que ser aguja. Yo antes no era así y me veía en muchas situaciones que no quería.

Si aún no conoces el trabajo de Lia Nadja, puedes hacerlo acá. 

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