Lo que no te mata: La Guerra No Tiene Rostro de Mujer, Svetlana Alexievich
La Javiera Tapia fue mi compañera en la Usach y es una de las periodistas chilenas que más admiro. Quiere hacer de Es Mi Fiesta, esta revista preciosa, una plataforma de contenido diverso y feminista. ¿Cómo no apañar en eso? Siempre quiero escribir más, pero el tiempo no me acompaña. Mi aporte modesto en este proyecto será comentar libros una vez al mes. Libros escritos por mujeres. Libros que cuestionen el patriarcado. Porque como dijo una académica afro en una viñeta de Alison Bechdel: “leer libros que no están escritos por hombres, blancos y heterosexuales no mata a nadie”.
No soy crítica literaria, sólo voy a compartir ideas de por qué me gustó un libro y a replicar mis frases favoritas. Traeré para acá lo mismo que hago en Goodreads: escribo para no olvidar qué sentí cuando leía y para volver rápido a mis citas favoritas cuando las necesite.
El primer libro que se me viene a la cabeza es La Guerra No Tiene Rostro de Mujer. Por la cresta, qué libro más hermoso. Leer a Svetlana Alexievich es mirar directo a la condición humana. Yo no sé qué representa el Nobel a estas alturas, en especial el de la Paz, pero creo que el de Literatura está muy bien puesto. Al menos éste, que permitió mostrar a nivel mundial el trabajo de esta mujer excepcional.
Acá replico qué me pasó leyéndola.
Tantas cosas. Primero, el enfoque, el tema del libro: mujeres en el frente, peleando como soldados en la segunda guerra mundial. Mujeres jóvenes, niñas de 14 o 16 años, que no aparecen en las películas de guerra y que mientras combatían, no era el honor lo que las conmovía, sino el color del cielo, el olor de las flores o un caballo vivo rodeado de cadáveres humanos. Sé que no existe una “esencia femenina”, pero sí una forma de ser mujer construida culturalmente. Bajo esas coordenadas, las mujeres aprenden a desarrollar una sensibilidad distinta a la rudeza de los hombres. Esa otra forma de sentir, presente en los testimonios de este libro, reconstruye una guerra distinta a la de la ciencia militar, es una guerra con flores, vanidad y romance.
Además, el libro muestra cómo la condena social por transgredir el espacio delimitado para ser mujer —la casa, la crianza, el matrimonio— es dolorosa e intransigente. Hay un montón de testimonios de mujeres en todos los flancos de la batalla, que cuentan cómo al volver a la vida civil fueron tildadas de fáciles, sucias, baratas. Como si pudiera haber mujeres o personas que valen menos que otras. Después de luchar en la guerra vino la otra guerra, la de demostrar que eran dignas de respeto por haber ocupado el lugar de un soldado, por haber transitado entre hombres en un espacio culturalmente reservado para ellos.
Otra cosa que me apretó todo fue leer sobre la guerra de las madres, de las viudas, de las mujeres soldado que dispararon en el frente con sus guaguas en brazos o que se embarazaron por amor o por ser violadas, las que recogieron a un niño ruso o alemán para salvarlo de las explosiones. Hay madres que se suicidaron porque no tenían qué darle de comer a sus crías y otras que lograron mantener con vida a sus familias, aun cuando no había dónde cultivar, porque la tierra estaba cubierta de sangre y cenizas. Es un libro hermoso, necesario. Muestra tanta belleza en el sufrimiento. Lloré litros leyéndolo. Bien merecido el Nobel para Svetlana.