Reinas de la pampa

2001, Alto Hospicio, región de Tarapacá, las manos y los ojos exaltados de Julio Pérez Silva, lo imagino vagamente y duele. Fueron catorce mujeres asesinadas por esas manos agresivas, toscas, malas. Las violó, las golpeó hasta asegurarse que no quedaran con vida, arrojó sus cuerpos a fosas mineras en medio del desierto para que jamás fueran encontradas, dejando así que la chusca cubriera sus cabellos negros.

Las familias fueron ignoradas por el sistema judicial y la prensa se encargó de culpar a las mujeres de lo ocurrido. Se asoció la condición socioeconómica de las familias como consecuencia de la desaparición. Estos acontecimientos reflejaron la discriminación social que existe en Chile, desde las instituciones hasta el comentario popular. A toda esta discriminación latente, se suma que Alto Hospicio en aquella época era un campamento en el extremo norte de Chile, arriba de los cerros que bordean Iquique, la “Tierra de campeones”.

Alto Hospicio resultaba ser la oscuridad y la marginalidad que queda del glorioso puerto. Las respuestas de la policía y autoridades fueron que lo más probable es que hayan escapado de sus casas para prostituirse o que hayan caído en las drogas, todo esto para intentar mejorar su vida. Incluso el ex ministro de Interior de Michelle Bachelet, Jorge Burgos, (en ese entonces Subsecretario de Interior de Ricardo Lagos), dijo que las desapariciones se debían a “situaciones de violencia intrafamiliar, promiscuidad y extrema pobreza”.

La prensa se encargó de dejar en la memoria colectiva que el lugar estaba lleno de pobreza y desamparo, dejando atrás la idea que había motivado a gran parte de los habitantes que llegaban a la zona viendo que era un lugar donde podían comenzar a construir una nueva vida. Geográficamente, este abandono se consolidó aún más por lo lejano de la zona y el desierto desolador que la rodea, kilómetros y kilómetros de nada, cerros que impiden imaginar lo que podría haber más allá, basurales ilegales en donde llegaba a parar todo lo que el puerto glorioso no necesitaba y que además rodeaban los perímetros del sector El Boro, escuelas que carecían de la infraestructura y material necesario para poder ser colegios prósperos que aportaran en la formación de futuros profesionales para la región, además de calles sin pavimentar, cuadras y cuadras que se veían rodeada de basura porque el camión que disponía la municipalidad de Iquique no daba abasto dentro de los turnos para mantener la comuna limpia. La mayoría de los recursos que se generaban gracias al aporte de la Zona Franca quedaban para la inversión en Iquique y la eterna idea del Alcalde que ha estado casi toda su vida al poder de la ciudad, Jorge Soria, en transformar Iquique como el “Miami chileno”. Con todo esto, era difícil pensar en un Alto Hospicio que saliera del olvido. En ese panorama diario, se desenvolvían las 14 mujeres asesinadas.

Las jóvenes fueron constantemente marginadas por ser pobres. Sus vidas fueron menos consideradas porque no tenían apellidos “importantes”, porque sus rasgos no eran los de la mujer blanca convencional, porque provenían de este lugar que no era La Dehesa, Vitacura o Las Condes, porque dentro de los eslabones del sistema iban a ser las eternas olvidadas. Jamás nadie creyó que podrían haber tenido mayores aspiraciones, otras ideas de vida. También hubo una negativa de las autoridades de investigar el caso con la rigurosidad que correspondía. A pesar de que se habían encontrado las ropas, mochilas y diversas pertenencias de las mujeres en medio del desierto, no se quería disponer de los recursos para saber dónde estaban las reinas de la pampa. Para las autoridades (servidores del machismo) y a las instituciones (herramientas del patriarcado), las niñas se habían vuelto prostitutas.

A Viviana Garay, Katherin Arce, Patricia Palma, Macarena Montecinos, Macarena Sánchez, Laura Sola, Gisela Melgarejo, Angélica Palape, Deisy Castro, Sara Gómez, Graciela Saravia, Ornella Linares, Ángelica Lay, Ivone Carrillo y la sobreviviente Bárbara N. no sólo las violó y mató Julio Pérez Silva, las mató toda la construcción patriarcal de la sociedad, las mató el olvido infundido por los medios de comunicación, las mataron los prejuicios por su lugar de procedencia, las mató la institución y sus ideales construidos con base en el eterno machismo que ha permitido que los hombres sigan al poder y se sientan capaces de determinar cómo la mujer debe vivir su sexualidad, su libertad y cómo ejecutar sus habilidades. Las mató el sistema pensado por hombres –desde lo político hasta lo económico- el cual intentan proteger a toda costa, manteniendo a la mujer marginada de los lugares críticos, desvalorando su capacidad artística e intelectual, posicionándolas como eternas ciudadanas de segunda clase.

Las matamos todos nosotros con nuestro olvido constante, por haberlas agendado dentro de los episodios de violencia que han ocurrido en Chile. Las matamos todos nosotros por situarlas en el olvido colectivo. Las matamos todos nosotros al seguir nuestra vida como si nada tras lo ocurrido, las arrancamos del recuerdo al nunca más querer hablar de lo sucedido. Matamos a otras Vivianas, a otras Macarenas a otras Lauras, al mantener en nuestro lenguaje los estereotipos por los lugares de procedencia o estratos socioeconómicos. Las matamos con el sexismo que irradian las grandes publicidades que brillan en las avenidas principales. Las matamos con las noticias que criminalizan a la mujer por andar sola de noche y no al asesino.

Llevo meses pensando en las Reinas de la Pampa, constantemente, en cualquier momento del día. Crecí entre esos cerros, viendo el atardecer en ese hostil paisaje, en ese Alto Hospicio que nunca pudo ser otro tras lo ocurrido. Crecí con la constante preocupación de mi mamá si es que me demoraba un poco más de lo acordado en llegar a la casa porque así como hubo un Julio Pérez Silva, ¿qué posibilidad había de que no existiera otro? Es injusta la violencia cotidiana que se vive, que pasamos por ser mujeres, es injusto andar con constante miedo, ¿se imaginan como sería vivir sin miedo? Sin preocuparte por si te devuelves sola del carrete, sin preocuparte por andar de noche sola caminando por Alto Hospicio.

Es necesario realizar ejercicios de memoria constantemente, el desierto está marcado por la sangre de nuestros ancestros pampinos, por la sangre de las niñas, ¿cómo podemos seguir haciendo que nada pasó? No basta con claveles rojos, no basta con velas en las animitas.

Imagen* Francisca Palma

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