Diario del Bafici 1: Sirenas, lectura y las primeras joyas.

Hace ya varias ediciones del BAFICI que siento que el festival está cada vez más breve o a mi se me hace cortito, como si durara poco y nada.  A los largo de las ediciones el BAFICI perdió dos días y 48 horas es mucho tiempo o más bien son muchas posibilidades de ver muchas películas. Lo más divertido de todo sigue siendo la lógistica, así le digo yo, parar armar el festival. La presición que desarrollé para encajar una película se parece mucho al uso de los legos y debe ser el único rasgo que me vincule a la matemática que tengo. Pocas cosas me gustan más que sentarme en un bar con la grilla y con las hojitas gratuitas para marcar películas en casilleros perfectametne delimitados. Esa prolijidad me da cierto sosiego, durante dos semanas se exactamente que  voy a hacer en horarios perfectamente calibrados y delimitados y me gustaría que eso fuera así siempre.

Son solo 12 películas este año, aunque siempre se suma alguna más, que saqué como anticipadas. Los horarios cada vez se me hacen mas breves y casi todo lo vuelvo a los fines de semana en donde intento meter tres películas que siempre terminan siendo dos. Primero me aseguré lo que en el marco del BAFICI se entiende por clásicos (To, Sono Sion, Bellocchio, Sokurov) y después recién fuí por algunas novedades que cada vez me interesan menos ya que lo que llega es mas Sundance que Berlinae o Cannes. Pero aún así nada me llamaba poderosamente la atención y algunas secciones directamente me aburrína con solo leerlas (Arquitectura, Derechos Humanos) como si hubiera en el BAFICI una patina de corrección que no encaja con lo que el festival pide y es por naturaleza.

De todas maneras aposte a algunas cosas que terminaron siendo un timido 6 o quizás un menos tímido 7. Y ese es el promedio que viene pisando fuerte en el festival, donde las cosas no son tan buenas pero tampoco son tan malas. Esa temperatura tibia esta bien para el agua de algunas piletas, pero no creo que funcione en el arte.

El primer meh que vi en el BAFICI se llama “The Lure” y es una de estas típicas ideas que están bien, de hecho: muy bien, pero no están dirigidas, actuadas y escritas, con firmeza. Dirigida por Agineszcka Smoczynska (es su opera prima) la historia de “The Lure” es la de dos sirenas que encantan a una banda de pop de los 80s y logran salir a la superficie. Pero la cinta de esta debutante demuestra problemas desde los primeros minutos en los cuales ya pone sobre la mesa al menos tres géneros: musical, terror y fantástico a lo que se le sumara luego un coming of age, cruzado a su vez por diatribas de género que van desde la construcción de la mujer y el coqueteo con lo transexual.  Todo eso es demasiado para un director experimentado y se le va de las manos a la debutante Smoczynska que maneja climas, tomas y buenas escenas, pero no logra hacer una película que resista 90 minutos de metraje con coherencia interna. Este tipo de problemas se ven hace mucho en el cine y obedecen quizás a un enamoramiento con climas, como si se tratara de pegarle al filtro adecuadao en instagram y el subtexto ideal en snapchat.  Si hubiera que cortar radicalmente algunos de los géneros que aborda no dudaría en borrar los innecesarios musicales y subir el tono del terror ya que es en esos pequeños pasajes cuando las sirenas toman vuelo en lugar de hacer agua.

Salí de “The Lure” con una sensación muy cercana al hastío que funciona tanto en el nivel intelectual como en lo emocional. Por un lado basta de filmar estas cosas y por otro lado el yo quién soy para decirle a la gente que filmar pero al final basta de filmar estás cosas es lo que (me) gana.  Pero debo decir que mi carácter ya venía un poco irascible luego de haber pasado casi una hora y media en el café “La Biela” que solía ser, eso dice la leyenda, un lugar de la oligarquía porteña y el viejo grupo de Florida. Esa no fue mi impresión al entrar, es como si debajo de toda esa capa quedara algo, algo, de aquello que supo ser Buenos Aires pero que hoy ya no es. La solución frente a la realidad es sin dudas leer, un plan de evasión práctico y accesible, así que eso hice y comencé a saldar una deuda que tengo con la novela de María Cristoff  “Inclúyaneme afuera” que tenía relegada por falta de tiempo, no de volutad. El título debe ser de mis favoritos en la literatura argentina actual porque se lo envidio. Me hubiese gustado para mi.

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La primera joya del festival llego con “11 Minutes” de  Jerry Skolimowski, director que ya me había impactado con “La Cacería” algunos años atrás. De manufactura un poco menor, pero con HBO como respaldo, el director polaco de 95 años filma con un puslo tan joven que lograr que dudemos del concepto de juventud.  La película se desarrolla efectivamente en 11 minutos y no recurre a ningún truco para condensar  diversas historias que cuentan solo con esa brevedad de tiempo. Al principio pensamos que estamos ante un tipo de película, pero a medida que avanza y comienza a presentar cada personaje nos damos cuenta que la tensión creada internamente en las líneas narrativas se hace cada vez más insportable. Hacía mucho tiempo que algo no me asombraba en el cine, no lo veía venir digamos, pero Jerry lo consigue entregando un final que es impactante por como desata todo lo contenido, soluciona y redondea cada punta narrativa que comenzó y logra la sensacion de que la vida depende de una sola jugada en donde la muerte también juega sus cartas.

La vitalidad de este director Polaco es para destacar. Parece aferrarse con uñas y dientes a la vida del siglo XX en donde la obra de arte tenía otra relevancia que hoy se ve puesta en duda cuando todos producimos arte y una cuesta de instagram es catalogada como tal o e la televisión le pelea mano a mano al cine para ganarle la eterna pulseada.  Pero el cine, con sus pausas y sus tiempos sigue siendo otra cosa. Eso lo entiende perfectamente Marco Bellocchio el italiano que vive a la sombra de Moretti pero viene construyendo una obra igual o más interesante que el ganador del Oscar.

Bellocchio se mete esta vez con dos cuentos que nacen y se desarrrollan en diferentes momentos de la historia italiana.  Con un edificio-cárcel que se levanta en el centro de Bobbio, las historias dialogan apenas pero logran constuir un hilo de continuidad que se hace más fuerte sobre el final de la trama. Hay una postura exagerada en Bellocchio que muchas veces se acerca a al neorrealismo italiano y otras se aleja para dialogar con pares franceses como Ozon o incluso (en dos o tres momentos de mucho humor) Truffaut.  Bellocchio puede ser solemne, sobretodo cuando aborda la trama reiligosa, pero no por eso arruina la película que se salva por atrevida e incluso por impertinente.  Algunas cuestiones religosas van a ser más fáciles de entender y asimilar para los que nos criamos en la religión católica,  pero eso no impide seguir los pasos de este italiano que logra constuir una carrera a contramano de lo que se supone se debe hacer. Hay pasajes hermosamente filmados y las caras de las italianas en primer plano, con esa expresividad, esa potencia en los rasgos, sigue siendo algo hermoso de ver en pantalla grande.

Después y por sobre todo esta la felicidad que se impone y sobrepone a un festival que no parece tomar vuelo, como si nunca terminara de arrancar y buscara un momento de explosión que no llega. Este debe ser el festival con menos personalidad de todos y puede ser debido a que parece tener todas las características de una bisagra, la pregunta es ¿a que se va a amalgamar el BAFICI en el 2017?

Veremos.

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