Tazas de té chino

No se desesperen loco si algo sale mal

no se detengan hay que ir a más

Hace ya muchos años que no voy a la marcha del 24 y no hubo un momento en donde dije voy a dejar de ir. Una epifanía o un satori. Sencillamente deje de ir, y no me definió ni la negativa ni la positiva. No fuí más. Y a otra cosa.

Fuí mucho y muchas veces el 24. Seguramente si hoy fuera, me encontraría con gente que conozco y que me conoce. Pero la realidad es que ya no nos conocemos, es algo que debo conjugar en el pasado. Nos conocíamos, me conocían. Hoy de mi no saben nada, y yo de ellos tampoco. De ir, estaría presente el gesto de la nostalgia teñida de amor en el cual te das un abrazo, te preguntas qué haces tanto tiempo y te contas en pocos minutos, con los camiones de izquierda de fondo, que hiciste este año o estos años. Aparecen promesas de verse, de te llamo o llamame y arreglamos. Jamás sucede, todo queda concentrado ahí. Después de eso le contas a los vínculos recientes, con ánimo y lucidez, quién es y qué representa esa parte de tu vida y eso también queda ahí. Nada de eso esta mal, pero a mi hoy la vida me pide otra cosa.

Ayer mientras volvía en el 127 dos chicas se sentaron cerca mío. Más jóvenes que yo, calculé 10 años menos, tenían al principio una charla intrascendente que no lograba desconectarme del libro que estaba leyendo, Stoner de John Williams, pero me irritaba lo suficiente como para hacer las dos cosas al mismo tiempo: leer y escuchar. Una frase de ellas cortó como un tajo esa disyuntiva y pase sólo a escuchar. Una comenta que se compró una remera rosa muy linda con todas las fotos de los desaparecidos en miniatura estampados en el pecho, que quedaba solo un talle y tuvo la suerte de que fuera su talle. Algo pasó, cuenta emocionada, que hizo que esa remera fuera mi talle. La otra, visiblemente conmovida, contesta que ya tiene lista su remera que dice #NuncaMas y el hashtag lo pone ella, no lo pongo yo. Ambas comentan la emoción que las embarga por ir mañana, que van juntas y van con las remeras. La emoción de una de ellas se turba cuando pregunta ¿Pero en dónde más voy a usar una remera así?. La otra le contesta, ay yo la voy a usar en todos lados. Ambas coinciden que sí y se comentan los hashtags que van a usar en el día de mañana porque también hay que ganar las redes sociales. Vos ocupate de twitter, yo me ocupo de facebook. Al llegar a Rivadavia, una de ellas finalmente baja y desde la calle, con la confitería Las Violetas de fondo hace la V de la victoria. Todo esto que cuento pasó y es real. Nada de esto es ficción, lo dicto como lo dicta la memoria. Nada de esto es producto de mi febril imaginación. Entonces pienso dos cosas: una frase común que reza si esta gente no existiera habría que inventarla. Pero seguido de eso pienso que se pueden inventar cosas mejores.

Un amigo me escribe y me dice que mi anti kirchnerismo (sic) me impide ver las cosas. Y a él la vida le impide ver que no tengo 19 años como cuando me conoció, la primera vez que tímidamente le compré un libro. Tengo muchos más, tengo 15 más. Y enterré gente. Quizás más gente de la que enterró él. Cada tumba que tiene el nombre de mi familia vale algo. Eso es lo que yo veo, ahí es donde me defino y ese es el lugar en donde ejerzo mi derecho al dolor actual. Con o sin K. El dolor es algo tan profundo que no tiene nombre. Y al que no respete el mío por la razón… bueno, siempre me queda la fuerza.

Hablando de fuerza. Puse mucha fuerza cada solitario 24 que fui. Algunos los tengo más grabados que otros. El primero, como todas las primeras veces, es el que se me viene a la memoria. Pleno menemismo, pizza con champagne, Miami vuelto directo, no había visa y las latitas con decenas de gaseosas inundaban las góndolas por 1 peso argentino. 1 peso un dólar baby. Salí del subte A muy nerviosa y expectante, en esa época no era feriado así que estaba con el uniforme del colegio. Católico, apostólico y romano. No hacía calor, estaba fresco. La verdad es la siguiente: fuí porque me invitó un chico y en mi colegio no había chicos, había solo mujeres. Entonces fuí para sentirme especial. Él no iba a un colegio privado, iba al último año de un colegio del estado muy politizado. Hacía cosas que yo ni idea. Iba al centro de estudiantes, pegaba afiches, fumaba y a cada canción de Los Redondos le encontraba una explicación. Lo busque en la eternamente clausurada esquina de la confitería El Molino. Un poco sabía que pasaba alrededor mío pero un poco no sabía. Lo vi venir con sus compañeros y alcé la mano en un saludo. Mi cadenita con la cruz se sacudió un poco. A él se le congeló la cara al verme y se acercó, me agarró de la mano y alejándome, tirándome contra la boca de subte, me dijo, siseando, que haces así. No entendí. Y le dije eso: No entiendo. Así, me dijo, en uniforme. Le contesté que mi escuela era doble turno. Tomo aire y me preguntó si tenía ropa para cambiarme y le dije que no, porque no teníamos gimnasia ese día. Hubo un silencio que se concentró sobre nosotros porque alrededor todo era sonido. Sus compañeros lo llamaba a lo lejos, algunos reían. A mi se me iba la ilusión, y a esa edad cada cosa que se va es como si se fuera la vida. Le pregunte que pasaba y no me quería decir, murmuraba cosas, armaba frases que no conectaban. Me dió la mano y me dijo que nos veíamos otro día. Pero yo vine por vos, le dije. Se alejó pero cuando lo vi de espaldas entendí. Al varón de izquierdas le daba vergüenza la católica. Me puse a llorar y caminé sin rumbo pero como iba la gente. Me perdí entre un montón de cosas que no eran mis cosas. Pero más me metía en la gente y más protegida me sentía. Más a salvo, más entera. A la altura del bar Los 36 billares, conocí a mi primer novio. Pero eso no lo voy a contar porque Gabriel, pobre Gabriel, cree que fue el primero.

Después armé mi propia vida y la vida me sacó del colegio católico. Hice mi propia militancia y me recorrí los barrios pensando que era la primera. Hice un camino similar a un camino que no conocía pero me antecedía. Nacionalismo católico, peronismo, izquierda. No me falto nada: el campamento del catolicismo para instruir a los pobres, el peronismo en la villa y la izquierda en el pensamiento estudiantil y de base. Esos fueron más de 10 años de mi vida y no me arrepiento ni de un segundo, no me arrepiento de uno solo. Se me murieron alumnos, fusilaron compañeros, vi gente muerta tirada al lado mío el 20 de diciembre, me reprimieron a plena conciencia. En cada represión yo sabía, efectivamente, que me iban a reprimir e iba igual. Hoy no hago eso. A menos que me den la plena garantía de un cambió total. Me tengo solo a mi. Soy responsable de un par de cosas, hay mucho que quiero hacer y qué debo hacer. Dos o tres sueños, algunas ambiciones, cosas que debo terminar. Se que eso es un lujo y que me caben preguntas concretas, claras. Mi posición no es a todo o a nada. No estuve como el laburante de Cresta Roja que iba a todo o iba a nada. Estoy en otro lugar que, aún golpeado, me permite hacer una elección. Y si bien la economía define, no es solo eso. Son otras cosas. Pero me cabe que me cuestionen. Pero solo los que defino como compañeros o como amigos que a veces son la misma cosa.

Quien entra primero, quien va después, dónde empieza el acto, que bandera entra por diagonal y cual por Avenida de Mayo, quién entra lateral por 9 de julio y no pelearse con los de La Cámpora aunque hoy ya no exista. Quedan los efectos residuales de años de tironeo de apropiarte de algo que nunca fue tuyo y tampoco es de todos. Es concretamente de una generación que puede arrogarse los debates, incluso aquellos debates que me caen mal o con los que no acuerdo, y la palabra compañeros. Uno no debería poner esas miserias sobre la mesa cuando queda gente torturada que va de pie cada 24 ¿no?. Cuando tenes madres, padres, familiares. Uno no puede estar midiendo el peso político espécifico frente a eso. ¿O si?. Tiendo a creer que no, pero hace años que no estoy adentro de un partido u organización, entonces no se cuán acaloradamente definiría este debate. Pero nosotros, “hijos de la democracia”, deberíamos pensarnos ahí como tales. Aunque no suele radical, ni imponente. Aunque suene lisa y llanamente democrático. Porque revolear acuerdos sociales cuesta caro. Porque quizás habría que pensar que si tenes 21 añitos y andas gritando “gorilas” puede ser que estés cometiendo un error de juventud, si, pero eso no quita la imbecilidad de ese error. Y a los imbéciles se los paga en oro.

“Exódo de turistas a la costa por el feriado largo”. En fin.

El 20 de diciembre pasando el HSBC vi a una persona desangrarse a varios metros de distancia y aunque intenté hacer algo no hice nada. Me llevo una turba puesta y me acovaché en una esquina. No sabía de dónde venían los tiros, nunca había escuchado esos tiros. Esa persona era Gustavo Benedetto y tenía tan solo dos años más que yo. Queda una placa en su nombre en esa esquina. Le he sacado infinidad de fotos a esa placa sin detenerme a pensar que lo vi de lejos. Nos hemos detenido los 24 a saludar también su memoria. Hacía años que no me detenía a pensar esto, porque hace años que la marcha por el 20 de diciembre se agotó, hasta extinguirse. Pero ayer, hablando por hablar en un chat de facebook, alguien cuestiona un estado mío en donde digo, de manera más breve, por qué no voy al 24. Me cuestiona seriamente, severamente. Como soy severa no puedo decirle nada. Hay que ir, hay que ir por los compañeros, por la memoria, porque ahora se viene la derecha, porque no votaste tal cosa y la izquierda siempre es funcional a tal cosa y y y y y y y y y y y . Y qué le dije, qué. Si vos el 20 de diciembre estabas en tu casa. Si nunca te cagaron a palos. Jamás te comiste un gas lacrimógeno. Nunca te pegaron un balazo de goma. En tu vida fuiste a buscar a un compañero en cana. No fuiste en cana. Y ahí ya me saqué, obviamente. Me fuí de mi. Estoy grande, no me gusta que me pelotudeen, no me gusta que me bajen línea, no respeto a los recién llegados, no me fumo la política como hype, no tengo paciencia. Y tampoco tengo nada que aportar. Porque me queda eso, nada más. Los años que ya pasaron. Dentro de poco van a ser 20 años del 20 de diciembre. Después van a ser 30, 40 y así. No digo más nada. Me pongo a escribir, sale todo esto, no creo que tenga sentido, tampoco debe ser necesario. Capaz que cada cual llega a la política cómo y cuándo le parece. Quizás fui demasiado severa. Pero es tarde, ya me borró de facebook. Me hago un té chino y sigo escribiendo.

Mi vecino ya se fue a la marcha del 24. Yo tengo que hacer otras cosas hoy. Pero no significa que mientras las hago no piense. Siento a mi mamá y siento a mi papá. Profundamente. A mis amigos y a mis ex compañeros. Seguramente si Sebastián fuera yo iría con él. Pero no va. Siendo las 4 de la tarde pienso, por un segundo en ir, pero en media hora tengo que estar en otro lado. Pero…..pero. Hay algo que se. A dónde voy yo, va mi historia. A la marcha del 24 le debo gran parte de mi construcción política y de mi noción tácita de lo que vale la democracia. Lejos está de ser poco, cerca está de ser muchísimo. Me queda la memoria, me define la experiencia, me sostienen dos o tres aciertos, me ponen freno veinte o treinta fracasos. Se que lo que me llevó de las marchas de cada 24 es una fuerte impronta de lo que vale la vida y un fuerte compromiso a respetarla hasta que la mía llegue a su fin. Amo la vida como viene, como se da, incluso cuando viene mal, cuando se da mal. Porque a pesar de toda pena, siento que la vida es buena.

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