La mejor compañera

“Si es en ayunas, ¡mejor!” repite Jazmín imitando la voz de Azucena, una suerte de silbato acolchonado que delata que la puerta que separa los dos living-comedor ya está cerrada. “Si es en ayunas, ¡mejor!”, protesta, más por costumbre que por convicción, porque aunque nunca va a admitirlo, desde que se deja atender y aconsejar por su hermana se siente mucho mejor. Aunque tenga que salir a correr al parque con este frío y en ayunas.

Raro lo de Azucena, tan aplicada desde el accidente. Si no fuera porque es tan metida, no la habría encontrado a Jazmín, en el piso y casi seca, fulminada por un ataque imprevisto de colesterol, glucosa, diabetes o quién sabe qué. Hacía más de un mes que no se dirigían la palabra, aunque Jazmín está segura de que su hermana la espiaba, como siempre, por la rendija de la puerta. Siempre escondida la muy zorra, resentida y amargada. Y pensar que cuando eran chicas, la preferida de todos, la más inteligente, la más popular, era Azucena. Se creía Rita Hayworth, con todos los hombres a sus pies. En cambio Jazmín era la gordita, la zonza, la burra.

Azucena se quería comer el mundo y fue por eso que se estroló con la bicicleta contra los cactus, por exceso de soberbia y no porque Jazmín la hubiera empujado. ¿Cuántas veces la empujaron a ella y nunca se cayó? ¿Qué culpa tiene Jazmín de que a su hermana le haya quedado la cara hecha un rallador? ¿Y qué tienen que ver esas cicatrices con el hecho de que Azucena no haya podido armarse una vida propia? Nada. Así en la vida como en el arte, las tragedias nos enseñan que lo que el destino no nos da, tenemos que procurarlo. Y Azucena no pudo o no supo superar su cara desfigurada, y se quedó para siempre a la sombra de Jazmín, que creció e hizo mil sacrificios y cambió el cuerpo y se abrió al mundo, y ya a nadie le importaba que fuera una zonza o una burra porque de la noche a la mañana tuvo el mundo a sus pies.

Así en la vida como en el arte, las dos jóvenes hermanas eran como dos obras maestras de la pintura: mientras Jazmín subía al estrado para encarnar a la perfecta maja de Goya, Azucena se escondía para reproducir a la más escuálida de las señoritas de Modigliani. Desde entonces viven pared de por medio, en dos casitas siamesas que construyó el abuelo. Son casi iguales las casas, aunque la de Jazmín es imperceptiblemente más grande, más soleada y, como da a la esquina, tiene más jardín. Una puerta en el living-comedor une las dos casitas y estuvo siempre abierta hasta la llegada de Augusto, compañero de colegio de Azucena que siempre venía a estudiar a la casa. Toda la familia apostaba por el futuro de la pareja, pero sorpresivamente fue Jazmín quien se casó con él. Así en la vida como en el arte, los tres formaron una asociación indisoluble, típica de las novelas del siglo diecinueve: Augusto mantenía a la familia con su fábrica de colchones, Azucena se hacía cargo de las tareas del hogar y Jazmín lo llenaba con su alegría y sus amistades.

En esos años, la puerta que une las casas tenía una cadena que, cuando estaba echada, avisaba que el matrimonio no deseaba ser molestado. Este ingenioso sistema de señales perdió utilidad con la muerte de Augusto, ya que la profunda depresión en la que se sumió la viuda —angustia que seguramente fue la que derivó en ese ataque de colesterol, glucosa, diabetes o quién sabe qué—, obligó a que la puerta permaneciera abierta las veinticuatro horas para que la hermana pudiera escucharla y acudir en su auxilio.

Azucena no la descuida, pero cuando Jazmín duerme, mira la televisión o recibe a las visitas, la otra desaparece y ni siquiera se la escucha. La falta de interés, la ausencia de envidia, asombran e intrigan a Jazmín mucho más que los conocimientos nuevos que Azucena demuestra tener, ese remedio que le da —una receta que dice que aprendió de la abuela medio curandera—, y los consejos para completar la convalecencia.

Azucena tiene una respuesta para cada una de las necesidades de su hermana: cuando empezó con los jadeos que la dejaban babeando y con la lengua afuera, Azucena le recomendó que canalizara la ansiedad mediante la jardinería, y aunque sólo disfruta realmente cuando hace pozos y cambia de lugar las plantas, desde que lo hace se siente más tranquila. Algo parecido pasó cuando le agarraron los inexplicables antojos de carne y de morderse los puños y las solapas de la blusa, que se le pasaron al día siguiente, cuando Azucena le dio a probar unas bolitas de cereal con un lejano gusto a chiquizuela, que no sólo le dan una energía increíble para su edad, sino que hasta le mejoraron el cutis y el pelo.

Así en la vida como en el arte, desde que cumple cada una de las recomendaciones de Azucena, hace cosa de unos meses, Jazmín se siente la heroína de un culebrón, ya no tiene problemas de oído ni de articulaciones, recuperó la capacidad de disfrutar de los olores y los colores de la naturaleza que había perdido a causa del cigarrillo, y cada mañana siente un torbellino de energía que la hace saltar en la cama y dejar el diario hecho trizas cuando lo lee. Y es más, lo que nunca, hasta se lleva bien con todo el mundo. Así en la vida como en el arte, Jazmín es como una estrella que acaba de recibir un Oscar: puras sonrisas y manos dispuestas al saludo, salvo con el sodero y con el diariero, a quienes detesta con toda su alma.

Desde que conoció Internet, a Azucena le cambió la vida. Nunca va a dejar de felicitarse por haber seguido el impulso que la llevó a comprarse la computadora. Así en la vida como en el arte, el azar es a veces el mejor aliado de los creadores. Paso a paso, Azucena se fue reinventando a sí misma, para transformarse en todo lo que siempre había soñado. La pesada rutina de encierro y dedicación a su hermana se abrió como un pimpollo que en pleno invierno florece para ser protagonista de un jardín deshojado y frío. Así en la vida como en el arte, cada noche Azucena representa la voz solista de un coro de ensueños. Su foto apenas retocada, su carácter afable y extrovertido, su velocidad de tipeo hacen de ella la reina de una corte de admiradores tan virtuales como incondicionales.

Lo que más la sorprende, desde el primer día, es el poder que le da Internet a las personas que saben cómo aprovecharla. La red está llena de soluciones para cada uno de los espacios de pregunta de su universo personal, desde los más primarios —la compra semanal—, hasta los más íntimos —cómo conseguir un partenaire para sus fantasías privadas—. Su última adquisición, lo que desde hace un par de meses es el motivo de su mayor orgullo, es el descubrimiento de la Universidad Virtual de las Ciencias Ocultas, donde ha encontrado tantos cursos interesantes para hacer, que no se toma más que unos días de descanso entre cada uno. Ya ha pasado por los de Magia Básica y Avanzada, Alquimia Aplicada, Interpretación de Señales Planetarias, Comunicaciones Sutiles y actualmente se encuentra cursando las prácticas de Pociones y Transformaciones.

Se puede decir que Azucena, desde que tiene Internet, no necesita nada más. Ya no odia a su hermana, ni sueña con tener un compañero, ni siquiera le hace falta una amiga con quien tomar el té. Lo único que quiere, de corazón, es una perrita que le haga compañía. Azucena no ve la hora de sacarla a pasear, jugar con ella, bañarla y enseñarle a dar la patita. Pero ya falta poco, tres o cuatro dosis más y deseo cumplido. Hoy le va a ir a comprar el collar y la cadena.

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