Ya No Hablamos #12: Cuerpo médico
Ahora que terminó ese acuerdo entre salvajes que es el verano, todo debería mejorar, pero no es así. Ayer motivo de perversos movimientos bancarios no concretados y un cheque desviado, desviado de mi felicidad, tuve que elegir entre comer o cargar la SUBE.
Llovía, vos lo debes saber porque vivís, aunque no quieras, en el mismo mundo que yo, y la decisión no era fácil. ¿Cómo resuelvo en tiempos de devaluación el chiste interno de tener un abrigo de 600 pesos pero no tener 600 pesos? No me digas tilinga, no soy una tilinga por haberme dado una vez el gusto de tener un abrigo para toda la vida.
Lo que pasa es que toda la vida es algo largo, insisto con vivir, y yo nunca, pero nunca, pensé que iba a llegar hasta acá. Ahora que estoy acá y entre el psiconálisis y el arte me jugaron la mala pasada de dejarme de este lado del mundo ¿Qué hago? Yo ya sé igual, lo sé, que esto no es nada. Que son 48 horas de incertidumbre que no es tal. No menciones mi tarjeta de crédito, no me corras con el plástico. No es así. Yo ya sé que esto pasa y después fueron dos días de una invitación a una realidad que finalmente no me va a tocar. ¿O no? ¿O acaso me estoy mintiendo? ¿Es que acaso empecé a engañarme? ¿Es que acaso finalmente el orden de las cosas me esta diciendo la verdad? Una chica se permite soñar. Hasta que se le acaba la plata.
Soy de las personas que le miran el celular a la persona que tiene al lado. No lo niego, me entrego a eso. Primero lo vivía con culpa pero ahora lo vivo con total devoción. Se lo hago más a los varones porque los varones están entrenados para la doble vida y yo demando saber. A las mujeres se lo hago menos. Planteado el terremoto de la discordia, no encuentro petróleo en las conversaciones que se inician con “Chicas nooooooo saben”. Pero en los varones encuentro cosas que me provocan un vaivén de emociones que si se suman al vaivén del transporte público…. Vos no sabés todo lo que a mi me pasa.
Las nuevas tecnologías móviles son como azulejos, si juntamos muchos, dejamos tu baño blanco psiquiátrico. Pero no me quiero desviar, me quiero sacar responsabilidad. Esas pantallas son muy grandes y la gente tiene muchos secretos como para que yo no mire. Aparte tengo derecho a hacerlo, porque parece que lo excesivo del tamaño responde a una nueva ley del mercado. En mi mente,que anula brevemente el proceso de la ética,lo que yo veo es una invitación a entablar un nuevo vínculo. No estoy entonces espiando, me estoy acercando. Y en esa ecuación, como heterosexual en actividad, me acerco antes que nada a los chicos.
Donde más le leo los celulares a los pibes es en el 15 porque aparentemente es el vagón de carga de la crianza de los lindos. O algo similar. El viernes estaba yendo a cenar y me encontraba entre triste y perturbada. Una vez salí con un pibe que sostenía, porque era un insano, un idiota, que el aire de dolor en las mujeres atrae. Cierto aire entre el quiebre y la conmoción, andar como atontada en la vida, con un nube coronando la cabeza. Yo le contesté, enérgica y con ganas de darle una paliza, que esa coronita de piedras preciosas incrustada en los ovarios la llevo conmigo todos los meses cuando insisto con no dejarme hacer un hijo. Nos separamos.
Anyway. Sentada en el fondo, leyendo un poco sí y bastante no, sin acompañante, matando el tiempo, el radar me tira información. Frente a mi una pantalla lanza destellos y la nuca de un varón, que debía andar en los 40, me confirma que estoy por empezar una nueva investigación. Quiero ver si este también escribe cosas como “llego a casa y te chupo toda”, pero me decepciona y tan solo mira videos. Así que me pongo a mirar videos con él y es tanto lo que me inclino, es que a mí sobre la vida de los otros me agarra un arrebato que vos bien conoces, que él se da vuelta y me mira. Abriendo mucho los ojos, cosa que no se sin provoca espanto o ternura o una combinación de ambas, le pido perdón. Él me mira y sin dudar deja el teléfono a la altura de mis ojos para quer yo pueda ver el video titulado “La gente con más suerte del mundo”. Me río, me asusto y me emociono. Un desconocido me armó un cine. El video es largo y yo no estoy segura de si él quiere que mire todo el video o sólo una parte. Como no sé que, hacer no hago nada y miro todo el video. Al finalizar le agradezco. Él me mira y me dice:
– Esta bueno ¿no?
Sí, le digo. Le vuelvo a agradecer y me bajo. Ya en la vereda espero que arranque el colectivo y lo saludo como una hija saluda a su padre.
Salí, violentada porque no me das lo que yo quiero. Las cosas de siempre. Creo que es feriado pero no estoy segura, en los países sin plata los feriados no se notan tanto. No hace tanto frío, aunque debería, pero yo tengo frío porque estoy levantando fiebre. Cuando me sube la temperatura siento que puedo volar.
Paro en el supermercado chino, la saludo a Sofía y busco en la heladera una coca light y me de repente me invaden unas ganas dementes de comer algo dulce. Vos como sabes, ¿sabes?, soy de lo salado. Pero le quiero entrar a algo dulce. Galletitas, oferta, me voy. Veo las luces verdes del 15, corro, tengo un abrigo muy pesado, cuando me lo compré no me cerraba y ahora, qué dato, me cierra. Llego al fondo del colectivo, mal dormida, hambreada. Una frenada me sacude y como onda transitiva sacudo al que tengo al lado. Le pido perdón pero apenas me hace un gesto. Me quiero poner a pelear pero tiene un celular divino de grande y aparte me di cuenta: esta re fuerte. Me siento, me siento porque es médico y porque me siento mal. Yo siempre quise un doctor en casa.
Tomo coca cola y como galletitas. Me saco el abrigo y vuelvo a tocarlo en el acto pero no me importa. Entre las piernas dejo el bolso y sobre las piernas el abrigo.Me reclino. Le miro el celular. Esta hablando con alguien pero no llego a leer. Le miro los dedos: no hay alianza. Es alto porque sentado me lleva una cabeza y algo más. En el inicio de pantalla hay un bebe. ¿Hijo o sobrino? Se pone a buscar música. Me sangra la retina: escucha Carajo. Elige finalmente RHCP una banda que todos sabemos esta acabada. No me importa, es tan lindo que puede escuchar Ricardo Arjona. Vuelve a la pantalla de inicio, aparece la foto de un niño de unos cuatro años ¿Hijo o sobrinos? ¿Dos hijos o dos sobrinos? Se que él sabe que yo miro. Me doy cuenta que estamos pegados.¿Qué quiero decir con esto?. Que en la distracción de mirarle la vida, él me esta tocando hace un montón. Yo pienso y bueno es médico, él sabrá.
Seguimos viaje y él me apagó la televisión chiquita. Mira la ventana como si estuviéramos de viaje ¿acaso no conoce la ciudad? Me agarra mucho frío, estoy incubando, descruzo las piernas y siento que nos separamos porque efectivamente nos separamos. Las cruzo a ver si me viene a buscar pero no viene, de todas maneras su hombro persona el mío y yo me dejo, me hace fuerza, me hace un huequito. Como yo no sé, nunca sé, dudo. Y ante la duda, temo.
Estiro las piernas y él si viene. Te estaba esperando. Deja su mano sobre su rodilla y sé, lo siento, que me roza con el arco del elemento que usa para buscar en la panza de miles los rastros del dolor. Su pierna izquierda sigue ritmicamente la música que lo deja sordo de mí. Pero en cada movimiento me tira electricidad hasta el muslo. Te cuento esto porque me cabe. Dejo caer mi mano cerca de la suya y su dedo meñique se engarza con mi dedo meñique.Le tomo toda la mano. Le invado la vida.
Empezamos a hablar. Me toma la temperatura. Pasan cosas.
El resto me lo reservo.