Somos imparables, amiga

Por Rucitama

Me produce extrañeza que la mayoría de las reseñas que leo sobre la flamante Conchita Wurst le pidan que devenga en figura importante de la comunidad LGTB y un estandarte político, le exigen poco menos que sea una luchadora declarada por los derechos civiles, que recorra Europa y el mundo entero con la llama del transformismo y que vaya a ofrecer su sangre a las puertas del Kremlin para que el mismísimo Putin rompa los gráciles huesos de su cuello por ser sexodiversa, casi culpándola porque en Rusia la homo/lesbo/transfobia tenga cifras y casos tan alarmantes.

Es curioso también que, en la mayoría de estos espacios de opinión, salga muy pocas veces mencionada su voz, su puesta en escena y lo impecable de sus presentaciones, casi haciendo creer que ganó Eurovisión por ser nada más que la figura más rara que se presentó a participar. Si bien lo exótico de su corporalidad puede haberle ayudado a ser una figura que llamó más la atención, la canción que interpretó -impecablemente- defendiendo a su país en la competencia musical y la calidad de su espectáculo, no es algo que pueda obviarse al momento de revisar el impacto que ha tenido.

Hay por un lado quienes plantean que Conchita Wurst es una muestra de que el espectáculo tiene espacio de pronto para la tolerancia y que su triunfo en un concurso musical se debe únicamente a que Europa quiere resaltar valores que es políticamente correcto defender, como la diversidad y la tolerancia frente a las personas LGTB, y a la resiliencia que tiene su canción. Es decir que, básicamente, les gusta ver que la sexodiversidad sufra pero diga “vamos a estar bien”.

Hay quienes dicen que la defensa de los derechos LGTB está siempre abordada desde una óptica blanca, heterosexual y cristiana cuando asume representación institucional. Claro, los grupos de diversidad dejaron de ser penalizados legalmente hace poco tiempo si lo vemos históricamente (y en algunos países tristes como Rusia los inviernos siguen siendo mucho más fríos para algunas personas) y, no han tenido suficiente voz o experiencia para descolonizar sus propios discursos o para entender las infinitas diversidades que se tejen en la llamada diversidad sexual.

Es extraño que desde Europa ensalcen estos valores, teniendo en la memoria que al morir Lucio Dalla, uno de los cantantes más brillantes de Italia, quedara su novio en el más completo desamparo económico, o que las mismas t.A.T.u., ícono lésbico de una generación, hayan cantado Nas ne dogoniat sin tocarse más que las manos por el miedo a la decapitación en Sochi este año. No me queda claro cuál es el espíritu diverso que pretende defender Europa, mismo continente en el que encontramos a Alemania, un país que permite que al nacer una persona pueda ser inscrita como hombre, como mujer o como ninguno. Todo lleno de contrastes, como la vida misma.

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Hay por otro lado quienes plantean que figuras como Conchita son peligrosas, pues son la cara de la institucionalización de las demandas de la diversidad sexual o del feminismo que recoge lo neoliberal ofreciéndolo como propio. Frente a eso hay poco que decir, las demandas en Derechos Humanos son transversales, pueden abordarse de distinta forma porque atraviesan todo el espectro de la sociedad, y si bien nos hace ruido que en un país se apruebe el matrimonio igualitario mientras aún se penaliza el aborto, así están las cosas y el atraso de ciertas políticas frente a otras más urgentes, no puede ser responsabilidad de quién lucha por sus derechos desde otra trinchera.

Si bien en muchas partes se apresuran en aclarar que Conchita Wurst es un personaje creado por un hombre gay, es eso mismo lo que la hace grande, es un personaje atractivo que no se puede clasificar fácilmente, un personaje exótico, que descoloca y que obliga a que, quienes somos testigos del frufrú de su vestido, nos cuestionemos las nociones que nos enseñaron sobre lo que es ser hombre o ser mujer. Es un espectáculo muy diferente al que hubiese presentado La Prohibida, por ejemplo, otro de los maravillosos astros transformistas del cielo europeo.

Y es ahí sencillamente donde está la mayor influencia que Conchita Wurst puede hacer en el planeta, hacer que las personas se cuestionen profundamente qué es lo que ven sus ojos, qué es lo que sienten como propio y qué de lo que se siente ajeno es impuesto o no. Mucha gente, olvidando la melodiosa voz de Conchita, le exige que sea un estandarte más allá de los escenarios, y no logro entender cuál es este requerimiento o qué de eso no hizo parándose orgullosa frente a la teleplatea de muchos países a decir que somos imparables,  conteniendo en su voz no sólo a los transformistas, sino a las lesbianas, los gays, las personas trans, bisexuales e intersex; quienes no elegimos cómo ser, pero podemos elegir ser libres hasta donde nuestros países nos permitan. Claramente conmovedor, más político que cualquier manifiesto o trabajo académico inclusive.

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Hay también personas que no entienden la relevancia de una mujer barbuda cantando en televisión, que sostienen como algo unútil a una caricatura llegando a miles y miles de televisores o computadores alrededor del mundo, que los pelos oscuros de su barba mezclados con ese vestido de alta costura no cambian la ley… Y sí, pueden que tengan razón, Conchita no ha logrado que Putin le pida disculpas a la fracción arcoíris de su pueblo, ni ha logrado que Italia, Letonia o Grecia tengan matrimonio igualitario; pero sabemos que la naturaleza de las leyes no es predictiva, y nunca habrá leyes para asuntos que no han ocurrido o por los que los pueblos no hayan dado su lucha.

La magia que le vemos a Conchita Wurst, para quienes no entienden nuestra fascinación con su figura, es el mismo brillo que le encontramos a Lana Wachowski, Laverne Cox, RuPaul y hasta a Florencia de la V: es que son personas que se decidieron a cambiar una vida que les impusieron por una vida que eligieron vivir y que llegan a ser ejemplo para miles de personas que se percatan de ello y quizá, quién sabe, se pregunten en un momento si lo que tienen es lo que necesitan para ser felices o no.

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Laverne Cox

Laverne Cox, la maravillosa actriz trans que interpreta a Sophia en la serie Orange is The New Black sentía que estaba simplemente haciendo su trabajo cuando le comenzaron a llegar mails y cartas de personas trans comentándole que verla en la pantalla siendo la primera mujer trans negra en un programa de televisión, les había dado ánimo para poder enfrentar su realidad y saber que era posible tener otros caminos aunque no fueras blanca.

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Florencia de la V y sus cachorros

Florencia de la V es una mujer trans argentina que está completamente institucionalizada, que bautizó a sus hijos en la religión católica, que trabaja en la televisión y en el teatro, es delgada, es glamorosa y tiene muchas cosas que podríamos identificar como neoliberales, pero a pesar de todo, es una figura muy importante que ha salido en televisión, diciendo ante miles de argentinos y argentinas que es una mujer trans y está orgullosa de serlo, esperó a que su país tuviera una Ley de Identidad de Género a la altura para casarse y que su libreta de familia dijera Florencia en vez de utilizar la ley de matrimonio igualitario para casarse con su nombre masculino. Es, a pesar de todo, un ejemplo de resistencia y un ejemplo que miles de personas ven y conceptualizan como algo positivo, es algo que genera cambios a largo plazo, cambios culturales, cambios en el trato diario a las personas trans, lesbianas o gay.

Lana Wachowski
Lana Wachowski

Lana Wachowski, una de las directoras de la trilogía Matrix, comenta que decidió renunciar a su vida privada y aparecer públicamente como mujer trans, porque cuando era pequeña pensaba que estaba rota y que lo que le pasaba no estaba bien. Que no tenía herramientas para dar a entender lo que sentía a la gente que la rodeaba, y que, si ser visible servía para que una persona, una sola persona en todo el mundo, pudiera decir “eso es lo que me pasa” y lograra explicarse y poder ser feliz como ella había logrado ser, perder el anonimato habría valido completamente la pena.

Así nos hacen jugar este juego, con estrategias que no cambian leyes pero que pueden cambiar vidas, porque eso nos importa al final de cuentas, que las vidas de las personas sean mejores, por eso que no podemos pedirle a Conchita Wurst que incendie Europa entera y la haga renacer de las cenizas como el fénix de su canción, no podemos pedirle a Lana Wachowski que sacrifique más del anonimato que le costó tanto perder, no podemos pedirle a Florencia de la V que se declare disidente si no tiene ganas simplemente; el valor de estas figuras radica en que son personas que hacen bien su trabajo y que son vistas, diariamente, por millones de sujetos que van a identificarse con sus historias, con sus canciones, con sus películas, libros o creaciones. Muchos que van a darse cuenta que lo que tenemos dentro y necesitamos sacar para ser felices es, citando a la misma Conchita, imparable.

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