Mujeres y música en Chile: primera parte
Leyendo el último libro de Juan Pablo González, ‘Pensar la música desde América Latina’, encontré muchos datos interesantes, sobre todo en el capítulo destinado a la aparición de la mujer en la escena musical durante el siglo XX. Sobre esto les quiero contar, y decidí separar el tema en varias partes, para que sea más amigable de leer y compartir.
González establece 4 tipos de personalidades artísticas de la mujer durante el siglo pasado: la cantora, la cantante, la cantautora y la estrella de la canción. En esta primera entrega, vamos a hablar de las cantoras y cantantes. Las primeras, sufrirán una transformación, llegando a convertirse en las segundas o, mejor dicho, la próxima generación de cantoras se manejará en códigos diferentes.
Nuevas figuras
La década del ’20 se caracterizó por ser el inicio de la cultura de masas en Chile, gracias al aumento de la actividad pública de diversión, sumando el cabaret, el salón de baile y la sala de cine mudo como escenarios para ver música, además de los tradicionales teatros, chinganas y tabernas. Junto con estos nuevos espacios, se desarrolló la industria discográfica y la radiotelefonía, con la llegada de discos Victor y Odeon, además de la fundación de radio Chilena en 1923.
Todos estos cambios, junto a la emergencia de los sectores populares, el ascenso de las capas medias y la incorporación de la mujer a la vida intelectual, produjeron un sistema productivo y de consumo de nuevas figuras artísticas. Otro resultado fue el cuestionamiento a ideas tradicionales de la identidad nacional.
Como todo cuestionamiento en la sociedad, esto trajo consigo tensión en la elite conservadora encargada de tener el control de los productos económicos y culturales, por lo tanto, existió la urgencia de tomar al folclor y preservarlo como un emblema nacional. El paso siguiente fue el ascenso de la cantora campesina y la folclorista a la popularidad.
Entran las cantoras
Durante la segunda década del siglo XX, hubo diversas cantoras, que provenían de diferentes realidades, como Rosa Cataldo, que interpretaba tonadas y cuecas en teatros de Santiago, y Blanca Tejeda de Ruiz, que grababa tonadas y otras composiciones en estudios de Buenos Aires. Luego, en los años ’30, otros nombres se harían públicos, como Derlinda Araya, Esther Martínez y Petronila Orellana. Este tipo de figuras consolidaron al público y la demanda de música de campo desde la ciudad, a través de los discos y las radios. Además, como una obvia consecuencia, prepararon la llegada de la próxima generación, conformada por personalidades como Margot Loyola, Violeta Parra y Gabriela Pizarro, entre otras.
A pesar de engrosar la lista de éxitos cantados por voces femeninas, no se podía competir con las agrupaciones extranjeras, que acaparaban el mercado discográfico. Así fue como la escena folclórica nacional comenzó a masculinizarse, con la emergencia de grupos como Los Cuatro Huasos (1927)y Los Quincheros (1936). Estos artistas integraron a sus repertorios los títulos popularizados por aquellas cantoras conocidas, además de obras internacionales.
El tiempo pasó y la mujer encontró un nuevo espacio en la década del ’50. Aunque siguieron apegadas al repertorio de las antiguas cantoras y folcloristas, la actitud era distinta. La canción ya no es lo único que forma parte de la escena, sino también sus vestuarios y sus cuerpos, que ya no se esconden tras la guitarra.
Que esta haya sido una década definitiva para la aparición de nuevos tipos de artistas no es antojadiza, pues es desde el año ’46 que se refuerza la etapa de modernización de la mujer chilena, resultando cambios como la creación del Partido Femenino Chileno en ese año, la promulgación del derecho a sufragio femenino en el ’49 y en el ’52, asume la primera mujer senadora, María de la Cruz.
En el año ’53 también aparecía Violeta Parra como folclorista, con su recolección de la cultura oral del campo, ganando el premio Caupolicán a Folclorista del Año en 1954. A su vez, Margot Loyola hacía clases de folclor en la Universidad de Chile y ya estaba alejada del dúo que componía con su hermana Esther. De este espacio en la universidad, nacería el grupo Cuncumén, que funcionaría como una importante plataforma artística para las mujeres.
Finalmente, las mayores diferencias entre las antiguas cantoras y las nuevas cantantes será un trabajo vocal más elaborado, una vestimenta pensada para la interpretación en los escenarios, la ampliación de los repertorios y, por supuesto, una actitud más desenvuelta en vivo. Grandes ejemplos son Silvia Infantas por su pasado de actriz y Ester Soré.
Otras marcadas diferencias serán la incorporación de mujeres a las agrupaciones de huasos, el canto con micrófono que llenará de expresividad y cercanía las interpretaciones, ya que los suspiros y marcas personales en la impostación ahora son perceptibles.
Aún así, habrán características que seguirán presentes, como la formación de dúos y tríos más que solistas, para cuidarse del ambiente nocturno y bohemio. Otro punto importante, que interrumpirá prometedoras carreras, como las de Sonia y Myriam (1941-1964) o Las Cuatro Brujas (1964-1966), será la profesionalización de la mujer, ya que aún la forma tradicional de desenvolverse es en el ámbito privado y el desarrollo familiar.
Foto: Escuela de Espectadores