Internet necesita de nuestra belleza: en defensa de las selfies

A los 12 me odiaba como sólo son capaces de odiarse a sí mismas las adolescentes. En el país de las Miss Universo, donde las cirugías plásticas son un regalo de graduación normal y tanto mujeres como niñas asisten a la peluquería como evangélicos al templo yo era morena, con rulos que no sabía bien cómo peinar, alisar o siquiera controlar, tenía los dientes chuecos, era muy flaca y con cero tetas, baja de estatura, muy cachetona, no me sabía maquillar y no sólo no tenía nada de especial sino que de por sí era fea, o eso era lo que mi entorno me decía y yo, obviamente, me lo creía.

Si en el resto del mundo son los medios los que te bombardean con la imagen de la mujer perfecta – pechugona, curvilínea, preferiblemente rubia y siempre impecable – en donde yo crecí la “mujer perfecta” es tu vecina, tu maestra, tu mejor amiga, tu mamá, o cualquier Fulana de Tal que vaya caminando por la calle. En vista de esto, no es de extrañar que una chiquilla desaliñada y con miedo a la anestesia y las agujas como yo jurase entonces que sería fea por siempre.

En algún momento, sin embargo, descubrí que esta de la belleza perfecta es una guerra que no se gana nunca. Me rendí, y en medio de ello me fui dando cuenta que todo eso que mi apariencia tenía y no podía cambiar no sólo no era tan terrible, sino que podía ser usado a mi favor. Fue entonces cuando conocí las selfies.

En esos tiempos de Myspace lo que más me gustaba era encerrarme en mi cuarto con la cámara de mi papá, ponerme mis mejores pintas y pasar horas perfeccionando mi autorretrato. Posteriormente le agregaría algunas estrellitas, unas notitas musicales y una cita intensa de alguna canción y ¡listo! Mi nueva foto de perfil estaba a la orden para recibir los comentarios de mis amigos, quienes confirmaban mis sospechas de que sí, de hecho me veía bastante guapa sin tener que alisarme el cabello o photoshopearme una nariz perfecta y otro color de ojos, aunque en voz alta aún no me atreviera a afirmarlo.

Hoy, mis redes sociales están llenas de fotos de mí misma y mi ropa, mi pelo, yo con mi sombrero nuevo, yo en la playa, yo con mi gato, yo en el ascensor… Me siento guapa, el mundo es mi accesorio y quiero que todos lo sepan.

Así es como funciona la cosa y no es ni siquiera por vanidad; es que me da una lata inmensa vivir en un mundo que desde que tengo cabeza me ha dicho que debo ser atractiva o sino no valgo nada. No sólo eso, sino que para serlo tengo que verme como una copia a carbón de un ideal absurdo, ya que de lo contrario mis opciones son esconderme y ahorrarle a todos la molestia que mi fealdad les ocasiona, o torturarme emocional y físicamente el resto de la vida por no poder jamás ser lo suficientemente bella.

Pero… ¿Qué tal si yo no quiero ser invisible, ni odiarme, ni cambiarme, porque de hecho, me siento cómoda y regia tal cual y como estoy?

Es por eso que me gustan tanto las selfies, porque ya sea por un corte de pelo nuevo, o porque simplemente hoy nos miramos al espejo y decidimos no odiarnos a nosotras mismas y esa espinilla, las ojeras, la papada o nuestra frente que es muy ancha, siento que cada vez que nos tomamos una es un paso más hacia ese Santo Grial de amor propio y positivismo que una tanto lucha por alcanzar.

Al tomar una foto de ti misma y ponerla ahí para que todos la vean estás no sólo aceptando tu apariencia – sea o no la “mejor”-  sino también enorgulleciéndote de ella lo suficiente como para dejar de ocultarte. Al dejar de ocultarnos demostramos que no nos da miedo no encajar a la perfección con lo que siempre nos han dicho que es lo más bello; dejamos claro que así tal cual como nos ven es como somos y nos gusta ser, que no vamos ni a disfrazarnos, ni a desaparecer.

O sea que amigas, y amigos también, tómense todas las selfies que quieran sin vergüenza alguna, publíquenlas o guárdenlas para recordarse más tarde lo lindos que son. No se escondan, alardeen sin vergüenza, porque no hay nadie que no merezca sentirse bien consigo mismo.

Sí, los amantes de las selfies muchas veces estamos buscando atención, pero ¿Qué hay de malo en querer darse color de vez en cuando? ¿No es para eso que están las redes sociales? Sino para qué le tomaríamos fotos a la rica comida que nos sirvieron, comentaríamos el concierto genial al que fuimos, nuestro último viaje, o lo bien que nos va en el trabajo nuevo. Así como hacemos todo eso sin remordimiento deberíamos poder también aceptar la selfie y usarla a nuestro favor: Porque somos guapos, nos gustamos y nunca cae mal ver gente que se siente linda frente al espejo del baño.

View Comments (2)
  • cada vez que re-leo este artículo subo un nuevo selfie a facebook. no hay nada como el primer comentarios que dice “rica” o “que linda te ves” aún cuando sales con caña (:

Leave a Reply

Your email address will not be published.

esmifiestamag.com 2013 - 2023