La herencia de mis ancestras

*En esa foto están mi bisabuela, mi mamá y mi abuela. Yo en el reflejo.

Las elecciones que más recuerdo son las presidenciales de 1999. Estaba en primero básico. Me acuerdo, me acuerdo mucho, porque en la misma cuadra de la escuela a la que iba, había un comando de Ricardo Lagos. Casi todas las tardes con algunas amigas con las que caminaba de vuelta a la casa, pasábamos a pedir panfletos con la excusa de que íbamos a llevárselos a nuestras mamás. Pasábamos también por el comando de Joaquín Lavín, que quedaba a unas cuadras de mi casa. Nos creíamos un montón con nuestros fajos de papeles que usábamos para tirarlos al cielo y simular que era plata. Cuando las autoridades de la escuela se enteraron, nos prohibieron esa jugarreta.  

Yo tenía unos siete u ocho años y ya sabía que no me gustaba ni Lagos, ni Lavín, pese a que mi familia era partidaria del candidato de la UDI. En ese período los juegos con mis vecines y amigues, eran en torno a las elecciones, corríamos de alguien a quien le tocaba ser Lavín, que era algo así como un demonio, o un ser muy malo, que tenía que perseguirnos y de quien nosotres escapábamos. Entendía que parece que no era tan bacán que te gustara Lavín, tampoco Lagos. “Que no vuelva la derecha”, me acuerdo que se decía. Sin embargo, después de que todo Chile vio la gestión de Lagos, que vendiera las carreteras, que mercantilizara la educación, por mencionar algunos de los daños que hemos sufrido quienes habitamos este país, me di cuenta que también era un ser muy malo. 

Me acuerdo de la franja electoral de ese tiempo. Tengo imágenes de Tomás Hirsh, y también de Gladys Marín, de esta última recuerdo que, junto a su hablar calmado, decía cosas como “somos la inmensa mayoría”, “podemos cambiar el mundo”. 

Hace unos días hablé con mi abuelita materna y me dijo que no entendía la franja electoral que dan en la tele, a propósito del proceso constitucional que iniciamos este domingo. “Es que pasa muy rápido”, comentó. “¿Qué es lo que se tiene que votar al final?”, me preguntó. Le expliqué por teléfono, le mandé videos y fotos por WhatsApp, me respondió con emojis de besos. A esta hora ya debe estar preparándose para marcar las dos rayitas. 

Me acuerdo de cuando ella iba a votar en elecciones presidenciales o de alcaldes, se ponía las mejores pilchas. Volvía con un dedo pintado y con la ilusión de haber aportado en algo. En la casa había un ánimo de que era un día distinto a los demás, se veía la tele hasta que se hacía el conteo de votos, los adultos hablaban por teléfono con familiares y se preguntaban qué habían votado, cómo estaba la cosa en las distintas comunas y regiones. Una vez le pregunté a mi abuela si había votado sí o no en el plebiscito del 88. Estábamos sentadas en el living, mirándonos de frente. “Voté sí, pero porque existía mucho miedo en esa época”, dijo. 

De política —política así, dura— no se hablaba mucho en el hogar en que crecí. Quizás cuando mi mamá fue a la universidad, algunas sobremesas eran en torno a asuntos peliagudos, decisiones de “los políticos” o lo que mostraba la tele que ocurría en la semana.

Ayer mientras lavaba la loza pensaba en que mi bisabuela, una mujer nacida en los años 20; mi abuela, su hija que nació en los cuarenta y mi mamá, una niña de los setenta, han tenido muy pocas instancias de participación ciudadana, considerando solo aquellas llamadas “formales”, como las elecciones. De este modo, entre jabonar los platos y las ollas, “la política” nunca les ha pertenecido, se sienten ajenas. Cómo juzgarlas si recién en 1934 las mujeres pudieron votar en las elecciones municipales y, más tarde, en 1949 se concedió el voto para ellas en las elecciones presidenciales de 1954. Hasta antes de eso, ellas no eran ciudadanas. 

Busco cosas entre algunos de mis libros (son bien pocos), para refrescarme la cabeza. “Desde los inicios de esta historia está presente la demanda femenina por la construcción de una sociedad no opresiva ni discriminatoria, de participación e incorporación plena. Ello incluye la exigencia de ser persona acorde con los cánones teóricos universalistas postulados por la sociedad políticamente constituida, más allá del ámbito de las declaraciones formales”, dice Julieta Kirkwood en Ser política en Chile: Las feministas y los partidos.

Esta cita me recordó a “Hoy y no mañana”, un documental de Josefina Morandé, que registra la organización de las mujeres chilenas para sacar al dictador del poder, y que se estrenó en el Femcine de 2019. Lo sé porque tenía muchas ganas de verlo y ese día invité a une cabre para que lo viéramos juntes. Resultó que una de las mujeres que salía manifestándose, primero en una foto de Kena Lorenzini –en la que tiene la boca tapada por una cruz–, y luego en un video cortito en que levanta las manos como diciendo “las tengo limpias”, era su abuela. Lo que demuestra que las mujeres siempre han estado desde la resistencia a la opresión. Nos abrazamos y lloramos. 

Si bien las que vinieron antes de mí en mi clan, no participaban de partidos, ni de movimientos, las mujeres de mi familia dominaban la política doméstica, sacaban cuentas, organizaban las platas, compraban la comida, cocinaban la comida, educaban a les niñes, a les hijes de les vecines, a sobrinas y primas, y aunque no tuvieran conciencia de ello, tomaban decisiones políticas a diario. 

La mamá de una amiga ha votado solo una vez en su vida, para el plebiscito del 80 y hoy para derrocar la Constitución de Pinochet. La mamá de otra amiga votó por el no en el 88, pero hoy vota Apruebo, y ha estado haciendo campaña por WhatsApp para que sus conocidas acudan a votar “esto me beneficia a mí, me beneficia a ti, imagínate la Vivicita que tiene el CAE, nunca nos vamos a poder librar de eso, hay que derrocar esta Constitución y crear una nueva”, escribe. 

En Sufragistas chilenas: Archivo Eltit-Rosenfeld (1989-1990), Elena Caffarena, abogada feminista y secretaria general del Movimiento Pro-Emancipación de la Mujeres de Chile (MEMCH), cuenta que no fue invitada a la ceremonia que celebraba la aprobación del decreto que firmó Gabriel Gonzáles Videla. El mismo que en el discurso que dio ese día, se quiso atribuir el logro, invisibilizando la lucha de cientos de mujeres que pelearon por ello.

El sábado en la noche soñé que llovía, abría la ventana y sentía el olor a lluvia, la tierra estaba mojada, y la gente comenzaba a decir a mi alrededor que ya no se podía ir a votar. No dejo de pensar en cómo va a ser este domingo, estoy conmocionada por lo que va a desencadenar, a pesar de que sé que no es un momento tan decidor, porque es un largo proceso el que nos espera, se siente como si fuera algo importante. Y lo es, lo es porque costó vidas, ojos, violaciones y torturas a algunes compañeres. 

Esta mañana le pregunté a mi mamá si se acordaba de que hubiera hablado con su mamá sobre elecciones, sobre los plebiscitos, o si ella tenía memoria de algo más: 

–¿Tú te acuerdas del plebiscito del 88?

–Obvio, me sé todas las canciones de la franja electoral. 

Con la melodía del jingle Vamos a decir que no, u o o sonando en su cabeza, mi mamá escribe por WhatsApp: “Se decía mucho que Chile iba a ser Cuba, bueno, los grandes, yo era chica. Hablaban del socialismo, del comunismo”. Después me mandó una selfi de ella en su local de votación. “Estoy emocionada, quiero llorar de emoción”, agregó.

Este domingo me desperté temprano, tomé desayuno con mis amigas y en la tele una señora anónima dice “venimos a votar por nuestras nietas y bisnietas”.  Y yo, voy a votar porque es la herencia de mis ancestras, porque gracias a ellas soy quien soy hoy.

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