De lo íntimo a lo colectivo: El amor como herramienta de revolución

Bienvenida sea la crisis, pues nos hace pensar en nuevas oportunidades. Si pienso en la “nueva normalidad” sólo me imagino una rasgada por la flecha del cambio, encendida con los fuegos de una revolución total, global y profundamente personal. 

Que ni las cosas venían bien, ni estábamos todxs contentxs, pues son ya miles los años que llevamos infectados por la segregación, la violencia y la sed de poder. Tanto así, que hay algunxs capaces de incluso referirse a esto como tema instintivo. 

¿Y qué de un acto tan instintivo como lo es amar? A las mujeres se nos enseña como tal, pero ocurre que, independientemente de géneros y relaciones filiales entre los sujetos, el ser humano necesita del cuidado, el afecto y básicamente el amor para existir plenamente y alcanzar su máximo potencial. Lástima que, patriarcado, y en esta estamos. Lo bueno es que ya somos muchxs lxs agotados. 

Si la meta es transformar nuestra actual sociedad a una en la que prime el respeto, la unión, la justicia, la libertad y la igualdad de derechos, oportunidades y reconocimientos entre todos, todas y todxs, deberíamos ser capaces de establecer esos mismos principios, sobre todo, en nuestras relaciones más íntimas. 

Para la sociedad patriarcal el amor es territorio exclusivo de la pareja o, en cualquier caso, de la familia nuclear. Vivirlo y sentirlo sólo sería posible siguiendo estrictas reglas, que al final lo que hacen es simplemente llevar las dinámicas presentes en el colectivo a lo personal e íntimo. 

Siendo clasificado como asunto de menor importancia, somos nosotras las mujeres las únicas a las que queda a cargo no simplemente pensar el amor, sino tenerlo como fin último de nuestra existencia. Siempre y cuando siga con el modelo, claro. Lo cierto es que mientras nuestras prácticas amorosas sean reguladas por el libro de reglas del patriarcado, la revolución que tanto deseamos, simplemente, no tendrá forma de llegar. Lo personal es político y  todo cambio empieza en lo más íntimo. No podemxs solxs y por tanto, habrá que romper las barreras de lo privado para empezar a pensar en colectivo. 

Hoy por hoy, amar se parece más a una carrera de obstáculos que a la herramienta de supervivencia que nació para ser y no es de extrañar puesto que, en realidad, ni siquiera sabemos bien de qué se trata. Para Merriam-Webster y la Real Academia el amor es tan simple como un sentimiento de afecto o una intensa atracción emocional y sexual. Suena un tanto efímero ¿O no?: Unx se siente triste un día pero puede que al otro no. Sentimos el amor un momento, pero al siguiente ya puede que no.  ¿Y así pretendemos vivir juntos y felices para siempre?

Para Erich Fromm, quien ha dedicado buena parte de su trabajo a pensar y analizar el amor en nuestra sociedad, este sería más bien una acción, un verbo activo: Algo que se siembra, crece, se cuida y se cultiva. De tal manera, el amor sólo se acabaría el día en que decidiéramos abandonarle. 

Bell Hooks, por su parte, plantea que el amor es una práctica para cuyo real ejercicio se requiere de seis elementos clave: Cuidado, afecto, reconocimiento, respeto, compromiso y confianza. 

Imaginémonos que tal práctica saliera del territorio exclusivo de la pareja o los afectos más íntimos para tomarse por asalto lo colectivo. La cuadra, el barrio, la ciudad, la sociedad. Así como el Romanticismo liberal y la Revolución Francesa quisieron romper con todo lo establecido hasta el momento, entregándonos el amor romántico como alternativa, la hora de empezar una nueva revolución llegó y, si la idea es que esta sea feminista, deberemos de aprovechar el amor en todo su potencial. 

La experiencia humana se vive en colectivo, de eso estamos segurxs. Entonces ¿Cómo habría de ser el amor territorio exclusivo de un hombre, una mujer y sus hijxs, si es más bien el hilo necesario para tejer nuestras más importantes conexiones sociales? Replantear al amor desde una perspectiva feminista implica liberarle del yugo de lo íntimo y personal, para llevarlo a la esfera de lo familiar, lo comunal y eventualmente lo político, aprovechando su potencial como herramienta de unión, cambio y transformación. El mazo perfecto para blandir contra un sistema que se sustenta en el individualismo, la dominación y la deshumanización. 

Como bien lo plantea Coral Herrera Gómez, al dejar de lado las íntimas guerras románticas del patriarcado nos queda tiempo, energía y enfoque suficiente para seguir luchando por recuperar nuestros derechos fundamentales, y una vez que recuperamos estos en nuestras relaciones más íntimas ¿Cómo no vamos a ser capaces de trasladar ese poder a lo colectivo y, eventualmente, a lo político?

Llevando a la práctica cotidiana el cuidado, el afecto, el reconocimiento, el respeto, la confianza y el compromiso cambiamos por completo el modus operandi, rompiendo de manera orgánica con la violencia, la separación y la dominación que tanto nos aqueja. Así, el amor se vive de manera consciente. No simplemente se siente sino que se piensa, se trabaja, se alimenta y se transforma, creando realidades hasta ahora nunca antes vistas ni vividas. 

Cuando el amor deja de ser sufrimiento, se convierte en un impulso que nos mueve hacia delante. Al liberarle de las cadenas patriarcales, románticas y capitalistas, nos liberamos también a nosotrxs mismxs de encajar en un molde, abriendo paso a nuevas formas de relacionarnos. Exploramos territorio completamente nuevo en el que no sólo hay rienda suelta, sino que se entiende como necesario, cuestionarse y reinventar las reglas. Ya no hay tiempo para juegos de poder sino que la misión es, simplemente, construir algo nuevo con el amor como base fundacional. 

¿No es esa una total revolución?

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