En Confinamiento

Se nos aparecieron todas la murallas: las aparentemente evidentes y las evidentemente disimuladas. Nos han llamado a desacelerarnos y se nos revolucionan las nuevas posibilidades. Nos cuentan de una enfermedad que no tiene remedio o que el remedio que tiene pareciera enfermarnos más. No creo ni lo uno ni lo otro; pero de que hay murallas y más murallas, las hay.

Me piden quedarme en casa, incluso cuando no tengo una. Me doy cuenta una vez más que pertenezco a una sociedad.

Comparto un estado confinado con todas las confinadas y todos los confinados en estado de extraña austeridad. Mis vecines me comparten de sus vidas y yo las devoro encantada la mayor parte del tiempo, soy una espía con permiso. Soy testigo de su pasar de horas, aún cuando en ocasiones las mías me quedan grandes. Creo que pudiéramos turnarnos el micrófono de vez en cuando eso sí. Aunque yo igual seguiré completando las historias, a pesar de mí, pues tengo una especialidad en eso. Me fabrico ideas. 

Y con el estado de micromundos también llega el universo de lo apocalíptico. El temor tiene un color particular en estos días: viste mascarillas e impermeabiliza de guantes a las personas. No se sabe mucho cuando empezó, si ya empezó o si aún falta para que empiece. Es un estado de confusión. Un estado de excepción. La corona nos pesa.

Estar confinada me recuerda mis (i)límites. Se me hacen más evidentes las decisiones. Cambio de posición y de lugar cien veces al día. Me muerdo la cola. Y mi mente viaja con ideas hacia allá y se balancea con ideas desde aquí. Y mi corazón traduce sus necesidades, busca otras maneras de sentir. 

Contamos los centímetros. Y no sabemos hasta cuándo.

Tengo el privilegio de poder sentir el viento y admirar las abejas en mi Confinamiento. Tengo el privilegio de sentirme segura. Y de cierta forma no me siento confinada, pues es como si hiciera un voto de paciencia. Un voto de respeto por la naturaleza que necesita una pausa de nosotres les humanes. Un voto de respeto por la otra persona que necesita hoy de mi retiro. Un voto honrando nuestro ser en colectivo. Un voto por la igualdad.

Y me pregunto cuántos estarán negociando con las murallas. No poder salir de la casa, no poder salir de los hábitos, no poder salir de los miedos, no poder salir del silencio, no poder salir del consumo, no poder salir de la inercia, no poder salir de la apatía, no poder salir del no querer entrar. 

Parece que no teníamos la costumbre de no saber qué hacer con todo lo que podemos hacer. Cuesta quizás un poquito darle volumen a los manifiestos para hacer las cosas de formas diferentes. Una otra crisis que, probablemente, pertenece a la otra crisis, nos regala tiempo. 

Y a mí me gustaría tomar su mano.

Podremos no poder acercarnos en microbios, pero las astucias están ahí para que las podamos organizar. Podríamos entonces digerir nuevas realidades, organizar nuevas plantaciones. Detengámonos a comer, deténganos a descansar, detengámonos a sentir, detengámonos a estar. 

Hay murallas que estaban levantadas hace mucho tiempo, pero nos empalagaban la ilusión de libertad. Nos pensábamos finitos y dejábamos de recordar que estamos hechos de células. Nada es estrictamente definitivo. Pero hoy las murallas que se sienten que confinan nos ofrecen el milagro de la permeabilidad. Dejar salir y dejar entrar. 

No creo que los pájaros se quejen de cansancio cuando vuelan horas y horas. Los pájaros bendicen sus alas. Las alas de los pájaros son sus límites más arriesgados. El corazón vuela también.

Hay murallas que se nos aparecen externas y con las que nos sentimos confinades. Y murallas que levantamos desde dentro por desconfianza de sentir, que oscurecen la luz. Hay causas dícese externas que dícese nos impiden de ser. Y hay causas dícese internas que dícese nos impiden de ser. No creo ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. En el tocar las murallas amorosamente y en el atravesarlas hechos líquidos, seremos. 

Tengo el tiempo de escoger cada palabra por decir y me disfruto en ello. Imagino el suspiro del ojo que lee. Me pregunto cómo sudan sus pensamientos. Tengo el espacio para masajear mi dolores.  Me respondo en aplausos. Tengo las excusas del Confinamiento. Tengo las excusas de las sensaciones. Todo eso tengo, pues decido tenerlo. Le doy vuelta a la manilla, hecho a nadar la imaginación.

Y me falta también el 100% de coherencia, pues me rebelo un poquito de la seriedad del asunto pandémico. Me sobran ciertas ansiedades del próximamente, pues se hace aún más innegable que mañana viene después de hoy. En Confinamiento afino las (in)quietudes. Trato en tranquilidad a tranquilidad de estar consciente del instante y me gustaría mucho regalar tranquilidad al resto, aunque también comprendo que cada tranquilidad tiene su grado de ejecución. 

Podríamos entonces sincronizar relojes y conversar de todo lo que estamos conversando en silencio en estos momentos. Sería un lindo después para este antes. Espero que podamos desconfinarnos en granitos de arena. Espero activamente, pues lo que vivo ahora en Confinamiento tiene mayúscula de primera vez en la vida y seducción de incomodar lo justo y suficiente. Por lo menos por hoy. Así se me hace más entendible lo que le ocurren a todas estas murallas que adquirieron un súbito protagonismo. El no salir me hace entrar un poquito más y al entrar se abren las puertas para recibir lo que ocurre afuera. Me dibujo afuera y me dibujo adentro. En Confinamiento aprendo a dibujar. 

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