Todas las feministas cuestionamos nuestras formas de aproximarnos a las relaciones amorosas. Desde la vereda de la heterosexualidad cuesta un montón romper con viejos paradigmas sobre el amor que heredamos de nuestras madres y abuelas -que les tocó tanto peor- y también de una sociedad patriarcal que marca la pauta sobre cómo debemos amar.
En este camino de reflexión me topé con el libro El fin del amor, querer y coger de la filósofa, docente y periodista argentina Tamara Tenembaum. Tiene 30 años, se crió en “el Once”, barrio que alberga la comunidad judía ortodoxa de Buenos Aires, donde creció junto a su mamá y hermanas. Mientras recorro las primeras páginas del libro, me puedo sumergir en la historia de quién es y de dónde viene, y pienso que si para nosotras es complejo el cuestionamiento sobre el amor, para ella, que vivió hasta los 23 años dentro de esta comunidad, fue bastante más truncado y mucho menos intuitivo, enfrentándose a un constante choque con lo que ella llama “el mundo real”, al que se aproximaba gracias a la TV y a sus compañeras de su colegio laico. Con absoluta ignorancia, desde no saber si a los hombres se les saludaba de beso en la cara o si el uso de la minifalda debe administrarse con cuidado o no, Tamara comienza a narrar el capítulo Una extraña llega al pueblo.
“Tuve la necesidad de pensar intelectualmente muchas cosas que otros aprendieron de forma intuitiva, pero además el amor y los vínculos es un tema que me convoca, me interpela, así como todos los temas sobre los que la gente ‘sabe’, pero no ‘sabe que sabe’. Esos saberes implícitos, las comunicaciones que pasan sin que la gente entienda por qué” comenta.
Si en un principio sus reflexiones nacen de cosas que para nosotras, las criadas en “el mundo real”, damos por sentadas, Tamara no se queda ahí. Avanza en un relato que descubre en lo más íntimo a una mujer igual que yo, que sin perder de vista sus privilegios, está batallando a diario con el patriarcado. Creo que todas podemos identificarnos de una forma u otra en sus líneas y que si bien su historia la hizo acercarse a estas reflexiones sobre el afecto de manera más teórica, hoy las pone al alcance de todas.
El fin del amor es un libro en el que los relatos de su vida personal funcionan como ingrediente literario de la conversación de fondo: el amor romántico, los vínculos, los afectos. Sin embargo, no deja de ser fundamental, porque en este entramado de autobiografías y ficciones nos va dando luces de la reflexión más importante para mí: lo personal es también colectivo, contar sus experiencias la convierte en la historia de todas.
Así, El fin del amor se configura como un compilado de ensayos sobre las relaciones que tenemos las mujeres heterosexuales con nosotras mismas, con los hombres, la sexualidad, la maternidad, la belleza, el consentimiento y las amigas. Además, explora las distintas condicionantes que existen a la hora de amar, desde un lente conectado con la actualidad y los factores que rodean nuestras relaciones, teorizando sobre los nuevos tipos de vínculos afectivos e incluso las vulnerabilidades que nos propone, por ejemplo, la era digital. En parte es una crítica al amor romántico (y no al amor), pero a su vez es un libro de reflexiones y dudas apoyadas en la teoría. Un libro que recorre las preguntas a las que nos enfrentamos día a día quienes deseamos movernos en el feminismo y nos topamos con los monstruos que heredamos de la sociedad. “Es importante teorizar sobre los afectos porque le das un vocabulario para conversar y comunicarse a gente que tiene muchas inquietudes sobre estos temas, que son intuitivas, no teóricas. Hablar del afecto desde un vocabulario nuevo y no desde el que aprendimos nos sirve para mejorar nuestros vínculos”, comenta Tamara.
El amor en tiempos de capitalismo no es fácil. Amar y ser amado bajo lógicas no mercantiles es un desafío atrapado en un millón de fuerzas que exceden nuestros deseos permeados de un sistema que rige todos los aspectos de nuestras vidas. Ahora, hablar de esto mismo siendo feministas es quizás aún más difícil, nos enfrentamos a nuestro deseo de ser consecuentes y a nuestra incapacidad de lograrlo siempre. Cuestionamientos que, por lo que puedo ver entre mis amigas y conocidas, son los mismos que nos devuelven al lugar que el patriarcado nos ha dado a lo largo de nuestra historia: la culpa. Esa que sentimos por desear una relación monógama en lugar de adscribir al poliamor, o la que nos recorre cuando sentimos celos, lo que me lleva a preguntarme ¿es realmente posible entablar relaciones libres en nuestro contexto político y económico?
Pero claro, el capitalismo no tiene la culpa de todo, dice Tenembaum, es algo un poco más complejo: “creo que la libertad es posible, pero lo que entendemos por ‘libertad absoluta’ no va a haber en sociedades capitalistas. La libertad, decía Sartre, siempre es situada, no es en un contexto y relativa en un contexto. En este capitalismo soy más libre que las personas que son más pobres que yo, y eso lo pienso en relación con los vínculos. Hay una relación entre el capitalismo y la necesidad de salir de la monogamia que tiene que ver con la inestabilidad y el hecho de que buscamos estabilidad en los vínculos porque no la tenemos en otras cosas. Pero tampoco creo que haya que echarle la culpa al capitalismo de todas nuestras inhibiciones, porque en estados de bienestar, donde la precariedad es menor, la gente también tiene dificultades para vincularse. Tiene que ver con la inestabilidad del capitalismo y con que la libertad y los vínculos son difíciles y eso va a ser siempre así. No tenemos que buscar en una utopía socialista o feminista el fin de la dificultad de esos vínculos”.
En relación a esto, creo que las mujeres heterosexuales estamos haciendo esfuerzos titánicos para intentar amar fuera de las reglas del patriarcado y que esa transición en las formas de vincularnos no está exento de equivocaciones, dudas, flaqueos y culpas. Pero nosotras mismas deberíamos ser las primeras en librarnos de esta última, porque no somos ni más ni menos vulnerables por ser feministas en el 2019. Tampoco tenemos que ser unas adelantadas y estar por sobre nuestros miedos, somos personas, dialogamos con lo que pasa alrededor, nos equivocamos y estamos en busca de la emancipación.
En el libro Tamara escribe: “La idea de que las mujeres o las feministas estamos “más allá” de esas angustias solo produce esa disociación de la que hablan las chicas de mi consultorio sentimental, que sufren y a la vez sienten culpa por sufrir por tonterías indignas de las chicas cancheras que pretenden ser. Desestimar esa angustia no es solo poco sororo; también es perderse de entender cómo opera la correlación de fuerzas en el mercado de lo sexo afectivo y cómo produce y refuerza prácticas y subjetividades”.
Finalmente, entre muchas cosas, las pistas que entrega El fin del amor sobre cómo los discursos feministas muchas veces terminan estando al servicio del consumo, es un punto que me interesó en particular, porque lo encuentro peligroso. Pensar que el amor libre es el consumo libre de cuerpos genera un discurso superficial. El mandato de amarte a ti misma y a tu cuerpo sin permitirte inseguridades, bajo el manoseado “amor propio”, me parece peligroso porque, como mencionaba antes, son solo nuevas versiones del patriarcado que nos vuelven a poner como las culpables. Una de las frases que destaqué sin dudar fue “el patriarcado se recicla”, que resume esta idea.
—En el libro mencionas “El fin del amor romántico no tiene que ser el fin de amor” ¿Crees que en el esfuerzo por salir de las lógicas del amor romántico nos volcamos demasiado en el individuo?
Hay un feminismo comercial del empoderamiento, del girl power que tiene mucho que ver con eso. No es un feminismo político sino que comercial que te empodera como algo profundamente individual, con la idea de poner toda tu energía en el trabajo, en ganar dinero y eso yo lo banco, en algún nivel. Banco que les enseñemos a las niñas que la independencia económica es importante, yo creo que es importantísimo, lo aprendí siempre de mi mamá y mi abuela, pero me parece que es alienado pensar que el reemplazo del feminismo es ser las más exitosas capitalistas. Entiendo que sobreviviendo en el capitalismo tenemos que tratar de ocupar espacios y lo hago, pero a la vez tenemos que trabajar por una transformación colectiva donde las metas también lo sean.
—¿Por qué crees que dentro del feminismo las mujeres nos exigimos tanto unas a otras, condenando a quienes flaquean en sus discursos sobre todo si se trata de amor, como imponiendo el mandato de la feminista perfecta?
Las mujeres se exigen tanto unas a otras en el feminismo porque se exigen unas a otras en otras arenas, y los varones también lo hacen. Vivimos en una sociedad que tiene mucho que ver con medirse con el de al lado. En otra época vos podías saber cómo era tu auto y cómo era el del vecino, si era mejor o peor. Ahora sabés como es el auto del vecino y de toda la puta gente que conocés y cómo es su casa y su cama y su ropa. Desde que explotan las sociedades de consumo a partir del siglo XX hubo algo con las competencias y el estatus, pero las redes sociales lo potencian al mil y con el feminismo hacemos lo mismo, a veces lo tratamos como un objeto de consumo. Eso es inevitable mientras sigamos pensando en esta idea tan individualista como es compararse con otres, porque si pensáramos la felicidad como algo colectivo no estaríamos compitiendo tanto en todas las arenas. Es difícil, porque a todos nos cuesta pensar la felicidad como algo que va más allá de lo individual, aunque siempre pesa. Lo he pensado mucho, porque tuve un año muy bueno profesionalmente mientras mi país y mi ambiente tuvo un año muy malo. Si estás mal en lo económico eso impacta en tu pareja, tus amigos, tu maternidad, paternidad.
Estoy muy contenta con las cosas buenas que me pasan, pero siento con mucha fuerza esta idea de la felicidad como algo que va más allá de mí y que tiene que ver con lo colectivo, porque sentí que era muy difícil estar bien y crear y reproducir y ser parte, teniendo en cuenta que mi comunidad estaba muy mal.
—El fin del amor es un libro de dudas, tu misma lo has dicho, un libro que abre a la reflexión y frente al que es difícil quedar indiferente o sin ganas de comentarlo. De todo lo que te han dicho desde que se lanzó ¿qué es lo que más ha llamado tu atención y por qué?
Lo que más me llamó la atención es la cantidad de varones, de otra generación incluso, que me han dicho que se sintieron interpelados y que no se sentían excluidos. Justo ayer estaba comiendo con una amiga y vino un tipo y me dijo “ay me encantó tu libro” y era un señor de 50 y pico años. Eso es lo que más me llama la atención porque nunca pensé en esos lectores. Sí pensé en no alinear lectores que no eran como yo, pero no escribí para ellos y me sorprende que se sientan bien.
—En el capítulo Los exploradores del amor mencionas a la comunidad como principal unidad de análisis y horizonte de transformación, algo que en términos de relaciones amorosas es un concepto que los heterosexuales no solemos habitar ¿qué crees que hace falta para cambiar el paradigma del individuo en la manera de relacionarnos?
No pienso tanto en que haya que salir del paradigma del individuo en algún sentido, como si en salir del paradigma de la pareja y pasar al de la comunidad. Creo que el individuo y la autoexploración y la autorreflexión es un lugar importante, aunque sí hay una inflación de la pareja en la que estamos todos un poco solos. Digamos que le ponés demasiado énfasis en construir una pareja, y en el fondo no se piensa en esa pareja como un vínculo apoyado en una constelación de otros vínculos y creo que eso es malo para los individuos y también para las parejas, porque las sobrecarga.
—En ese sentido, la “responsabilidad afectiva” de la que tanto se habla ¿no vendría a ser más un término para recordarnos el cuidado del otro y por lo tanto la comunidad con el otro? ¿cómo la entiendes tú?
No uso tanto ese término porque lo que logré investigar del concepto no es muy interesante teóricamente. Sí parece interesante la idea de recordar que del otro lado hay una persona. Siempre digo que la forma en la que yo puedo tener responsabilidad afectiva es no hacer mucho más daño de lo estrictamente necesario, porque nos vamos a dañar. Abrirse al afecto, al amor y a la pasión es abrirse al daño y a la violencia incluso, en el sentido que de un día para otro te dejen. Teniendo eso en cuenta debemos tratar, siempre que se pueda, no hacer daño, sino todo es puro egoísmo.
—Al final del libro mencionas que escribirlo fue mucho más doloroso de lo que esperabas ¿por qué crees que fue así?
Me gustaba mucho la idea de tener un final muy emocional, no digo que sea mentira, pero si también uno tiene emociones y uno decide en qué momentos del libro vale la pena poner esas emociones y en qué momento no, y a mí me pareció que ahí quedaba bien, pero también fue difícil porque me implicó muchos cuestionamientos. No fue un trabajo de investigación del que se hayan quedado afuera mis propios vínculos y mi propia pareja y mis propias amistades y mi propia pregunta sobre la maternidad.
Puedes leer el capítulo El Mercado del Deseo acá.