Viento frío viniendo del norte: Guanaco de Lopez Brusa

El Norte de Argentina es parte de la ola turística de moda. La gastronomía también, y dentro de ella se encuentra la de las carnes exóticas. En Guanaco, la carne de este animal es parte del menú del bolichito alrededor del cual se desarrollan las historias del libro.  Las dueñas, chicas de clase media, se hacen cargo de un viejo almacén derruido y lo convierten en un restaurant, al mejor estilo microemprendimiento en algún barrio porteño de los últimos 15 años. Un aporte de civilización en medio de un ambiente viejo y árido. Por otro lado, está el Feche, un muchacho pobre y  buscavidas, que entre sus variadas tareas, consigue carne de camélidos para elaborar los platos del día, y, también, concertar la compra, ilegal, por supuesto, de un bebé para Malena, una de las chicas del relato. Comercio con carne de distintas clases, digamos.

López Brusa (La Plata, 1964) comienza la novela con una aridez propia del paisaje que la circunda, aplastada y continua, de tierra seca y rocas. Frase cortas, no distinción entre la narración objetiva de hechos y las palabras de sus protagonistas, quienes hablan dentro de cada frase sin guiones ni comillas. Con el correr de los capítulos, o partes, mejor dicho, que son tres, el relato se distiende hasta un personaje final que llega al Norte de visita, también relacionado al grupo gastronómico, divorciado, sin un objetivo aparente y, ahora sí, hablando en primera persona.  El fin parece cumplirse si nos atenemos a la nota del autor en la primer página, donde dice que “estamos rodeados de propósitos difusos” y que hay uno solo y único, que es a desaparecer, lo que pareciera querer hacer con la novela, expandirla de lo compacto a la experiencia personal hasta que no queden más que rastros de polvo. Sin embargo, el epílogo contradice este procedimiento, donde se vuelve a los datos documentales sobre la vida de los guanacos y de los lugareños, como si la naturaleza hubiera tapado todo el tinglado de civilización occidental y capitalista, irremediable en su avance. El personaje de la última parte, de alguna manera, responde a este poder instintivo, con escena de sexo repentino incluida. Tal vez, esa tendencia a desaparecer no deba ser entendida en un sentido cósmico, sino en este sentido de la naturaleza ganando sobre cualquier intento de ordenamiento.

Guanaco tiene algunas reflexiones introducidas que le quitan algo de espontaneidad, aunque funcionan bien para lo que se quiere contar; hay seguridad en la manera en la que Lopez Brusa narra, lo cual lo hace oscilar entre la ficción y el tratado. “El tiempo es una barbaridad psíquica que al fin termina haciéndose lugar de una manera real, a baja escala, simplemente como mero transcurso, y no más. Por suerte los nombres propios revitalizan las etapas de cualquier tiempo, no hay dudas”. Esta sentencia en el último párrafo de la primer parte articula la totalidad cuando se cierra el libro.  La oposición bocetada entre civilización y naturaleza, la sugerida lucha de clases entre las chicas del bar y el Feche, la introducción de la palabra “capitalismo” en un par de oportunidades, tienden a alinear ese tiempo multidireccional del cosmos, sofocante en la ansiedad que produce pero al cual nos dirigimos, sin más remedio.  Es el deambular turístico del último personaje, sin objetivos aparentes, en el que López Brusa concluye, si esa es la palabra, su relato, luego de un comienzo mineral, que, nos damos cuenta, no es un paralelismo con el paisaje norteño, sino ese intento de “barbaridad psíquica” de compartimentar y poner todo en su lugar.

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Guanaco

Esteban Lopez Brusa

Mardulce Edfitora 2015

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