Los miércoles usamos rosa: feliz cumpleaños Mean Girls

Hoy es un día en el que todas sus billeteras tiemblan y se caen los DNI, pasaportes o cualquier cosa que tenga sus fechas de nacimiento, porque se cumplen 10 años del estreno de la gloriosa Mean Girls.

Ayer, hablando sobre esta película y su aniversario de diez años, alguien me dijo “los noventas tuvieron su Clueless (1995), los dos miles Mean Girls (2004) ¿en esta década qué tenemos?”, yo respondí que aún nada. Que cuando apareciera todos nos íbamos a dar cuenta, porque este tipo de guión es de aquellos que de verdad se quedan pegados por años. Más aún ahora, con el nivel de uso que le damos a internet, redes sociales y un cambio en el lenguaje, cada vez con menos palabras y más imágenes: gif, citas y apropiaciones como la del ‘fetch’ aunque sea para bromear, demuestran que esta película sí se diferenció de todas las cintas para adolescentes de la década pasada.

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Mean Girls tiene recursos que, además de haber aportado para elaborar un éxito en su momento, hicieron que se quedara, que se transformara en una película que ha envejecido de manera envidiable, más que por los tópicos que toca, por la sabiduría con que se desarrollan. Todo esto, gracias a la inteligente cabeza de Tina Fey, sus referencias culturales y humor negro. Toda una maravilla que se basó también en Queen Bees and Wannabees de Rosalind Wiseman, un libro que describe cómo las adolescentes se comportan en la secundaria y cómo a veces pueden llegar a ser dañinas para sus pares. Si juntamos esos ingredientes, con un porcentaje mayoritario de referencias juveniles universales, que no caducan con el tiempo, es imposible que no resulte una obra maestra capaz de conectar con los que son o los que alguna vez fueron adolescentes.

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También se tocan temas como el maltrato entre pares –como llamarse putas unas a otras– la discriminación y la presión por tener cierta apariencia física. Después de una revuelta animalesca, todo desemboca en una sesión en las que todas se dan cuenta de cómo se están dañando entre sí y, que las presiones que generalmente se cree que nacen de los hombres o los medios, muchas veces vienen de nuestras compañeras. En gran parte, son ellas las que nos crean inseguridades y miedos que, a la vez, son temores que ellas mismas también tienen.

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Otra crítica que está presente en toda la cinta es cómo a las mujeres se les enseña a llamar la atención de los hombres. El personaje de Lindsay Lohan, Cady, se hace la tonta, la que no entiende matemáticas para que Aaron la ayude a estudiar. Y, nosotras, que vivimos en otro país, en el 2014, vemos que aún se sigue diciendo que calladita te ves más bonita y que incluso hombres jóvenes se siguen viendo intimidados por estar relacionados con mujeres que son superiores a ellos en sus actividades.

La escena del gimnasio es algo que demuestra que este guión fue escrito por alguien que, en algún momento de su vida fue parte de y que ahora, lo puede observar desde afuera. Esta es la instancia en que las villanas son bajadas de los pedestales invisibles desde los que juzgan y ven que son todas parte del mismo daño. Más allá de la reprimenda, todas aprenden algo. Y el final, además de dar el enganche a una secuela, también muestra que lo bueno y lo malo pasa, y que es un ciclo, que se vivirá una y otra vez.

Mean Girls podría haber sido otra tonta película para adolescentes, que pasara sin pena ni gloria, después del verano gringo del año 2004, pero no. Se quedó porque, además de que aún no es reemplazada, toca con un humor inteligente temas que son serios, que son reales y pareciera ser, de manera preocupante, que con el paso de los años, la envidia, la hipersexualización de las niñas, la presión por tener cierta apariencia y la discriminación se hacen más y más comunes en los colegios. Espero estar equivocada.

Hoy vean Mean Girls y

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