Apendicity: No soy un pedazo de carne para tu parrilla

Por Danita

No sé si es el efecto del alcohol o si es un comportamiento reprimido que sale a la luz en situaciones decadentes, como la de la otra noche.

Es viernes a las cuatro de la mañana. Estoy con un chico, conversando y fumando tabaco, sentados en un espacio abierto donde hay otra gente fumando, conversando y tomando. Llega un amigo, de esos del colegio, que conozco hace más de 11 años. Se sienta junto a nosotros y nos interrumpe a gritos, con una actitud amenazadora y en “broma”.

– ¡Oye, hueón! Aléjate de ella, hueón, yo sé que te gusta. Ten cuidado con ella, ella es mi amiga, no te metai con ella.

Descolocada e incómoda, me reí, nos reímos. Mi risa fue en serio y en broma. Me sentí violentada, pero no quise darle importancia, mi amigo de hace años estaba muy borracho, lo entendí.

Pero la “broma” no llegó hasta ahí.

– Oye, hueón, para la hueá, ésta loca es mi amiga, no te metai con ella, yo sé que querí culiar con ella, pero no, hueón, aléjate de ella.

Siguió así, como por 15 minutos.

Antes de eso, en el mismo carrete, terminábamos de hablar sobre la campaña contra el acoso callejero, sobre el afiche en el que aparece mi foto, y otro ex compañero de curso que conozco hace más de diez años, pero que no es tan amigo, empezó a gritar:

– ¡Es que erís súper rica! ¡RICA! ¡Rica, hueón!

En ese momento, traté de dialogar con él, entre risa, rabia y trasnoche.

– Oye, hueón, para, no me interesa saberlo, menos viniendo de ti. Deja de hablar de mí como si fuera un pedazo de carne.
– Es que eso eres, poh: un pedazo de carne RICA. De hecho, te tiraría a mi parrilla- dijo, haciendo un gesto de parrillero.

Quedé perpleja.

Algo no anda bien. Dos ex compañeros de colegio, que conozco hace años, hablando frente a mí sobre mi cuerpo, rebajándome a un objeto sexual, faltándome el respeto y riéndose de la situación como si fuese un chiste. ¿Qué tiene de gracioso?

Entiendo que hombres y mujeres nos sintamos atraídos y haya cosas que decir, pero no entiendo la forma ni el momento. ¿Por qué una persona que supuestamente quiere halagarme lo hace a los gritos, en una actitud desafiante y agresiva, diciendo que me tiraría a su parrilla?

Me sentí muy violentada. ¿Fue el alcohol o una debilidad lo que produjo que los pensamientos más obscuros e inconscientes salieran a la luz? No avalo ni justifico esa “broma”. ¿Por qué debo reírme del comentario que me rebaja como persona a un simple trozo de carne muerta? Reírme y aceptarlo, ni cagando.

Al otro día, hablé con mi amigo, ahora lúcido, y dijo que no se acordaba de nada, pero le refresqué la memoria.

– Discúlpame, estaba muy curao, no me acuerdo de nada.

Pude dejarlo pasar, pero no. No soy cristiana, así que si quiero no perdono. Además, así los amigos aprenden de sus errores.

No es aceptable que un amigo se refiera a ti como un objeto “culiable”. Las mujeres no somos objetos sexuales y cada una decide con quien “culiar”. Es lo mismo que cuando camino por la calle y me gritan cosas obscenas. “Mamita, con esa boquita cómo me gustaría que me la chuparai”. ¿Por qué ese afán de decirnos cada estupidez que se les ocurre, sin pensar si queremos oírla o no?

Detrás de este comportamiento hay un deseo oculto y violento. Una amenaza: ¡aquí mando yo! El copete no es el problema, es sólo un estímulo para sacarlo a luz. El problema es callar durante años en un sistema patriarcal donde la diferencia entre hombres y mujeres es gigantesca, en todos los ámbitos, desde el laboral al sexual. Pero no más. Yo no disculpo, no me callo. Porque no soy un pedazo de carne, no soy una vagina. Soy una mujer, una persona, y como tal exijo respeto.

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