Sobre los cuerpos que realmente importan (o una insistencia en el potencial político del feminismo)

Texto por Karen Glavic
Ilustración de Catalina Viera

Nuestra cultura, el pensamiento, la razón occidental -si de precisiones se trata- se han organizado en torno a divisiones, a oposiciones conceptuales o binarismos: mismo/ otro, razón/locura, masculino/femenino, afuera/adentro, activo/pasivo, normal/patológico, heterosexual/homosexual, por solo nombrar algunas que me parece ilustran lo que intentaré reflexionar. Son muestras ejemplares de este sin fin de distinciones que en un juego de oposición y también de subordinación reflejan las fronteras, los límites entre lo mayormente aceptable y deseable socialmente y lo que no.

La filosofía, pero no solo ella, ha discutido sobre los peligros de un pensamiento que se expresa a través de exclusiones, pues como se podría sospechar, para todo aquello que queda relegado al terreno de la subordinación o que constituye “el abajo del arriba” las cosas se ponen más difíciles. Hoy por hoy, igualmente, intuimos u observamos que organizar el mundo en términos duales es demasiado restringido, pues reconocemos fácilmente la multiplicidad de opciones, de géneros, de identidades; pero eso no nos saca necesariamente del marco, de la determinación cotidiana del elegir por “esto o lo otro”, de fijar límites entre lo deseable y lo no deseable.

Hago esta introducción quizás algo abstracta porque me parece necesario repensar las fronteras, las exclusiones. La idea misma de frontera que, tal como en los mapas, refleja el límite entre lo propio y lo extranjero. No por nada en los tiempos que corren, nos enfrentamos día a día a la discusión respecto de la construcción de muros físicos para separarnos entre países o de las barreras (políticas, culturales, sanitarias) que debiéramos fijar para que otros no sobrepasen ni invadan los territorios que nos pertenecen y nos separan, configurando así un otros y un nos-otros.

Como decía, no solo a la filosofía le han interesado preocupado estas distinciones. También a la política, también al feminismo. Y es aquí donde quiero detener las introducciones conceptuales para comenzar a reflexionar en torno al “Viernes desnudo” de Andrea Ocampo. “Para mí el feminismo es una ética”, “una disputa de espacios de poder”, afirma Andrea. Una matriz para comprender el mundo, una posición necesaria para hacer política y para las transformaciones sociales, agregaría yo. E insisto en la palabra feminismo aún cuando, creo que nos falta conceptualizar más el término, disputarlo en los espacios públicos, pues resulta fácilmente instrumentalizable en la medida en que muchas de sus demandas históricas se instalan -gracias al empuje de sus militantes, por cierto- en las agendas públicas, en el cotidiano, en el sentido común. Sin intención de desanimarnos, creo que estos avances siempre nos tienen que mantener más alerta, pues la capacidad de reapropiación que tiene el sistema (capitalista) con todo aquello que demuestra algún tipo de potencial transformador es y seguirá siendo voraz.

Hay cuerpos que importan más que otros y las noticias que recibimos incesantes a través de los medios lo demuestran. Hay muertes, discriminaciones, abusos que ocurren en el más triste de los anonimatos, o que aparecen como destellos en la rapidez superficial de la burbuja informativa de nuestras redes sociales. Hay quienes mueren por ser reducidos solo al cuerpo que habitan. De eso sabemos las mujeres, de eso sabe una persona trans, un homosexual. Hay quienes se ven todo el tiempo exigidos ante la demanda de tener que demostrar que son más que su cuerpo o, tal vez, de forma más precisa, hay quienes tienen que, a pesar de su cuerpo, demostrar que pueden tener opinión y un lugar en el espacio público.

Un cuerpo gordo sobrepasa las fronteras de lo que hoy nos parece aceptable, saludable, deseable en términos sexuales y estéticos. El mercado en su permanente circulación de patrones comercializables y de producción de ideas, de subjetividad hegemónica, nos indica que la obesidad es un problema y sobrepasar el límite de una adecuada relación peso-talla es infringir las fronteras de lo saludable y de lo bello. Una falta de voluntad, de autocontrol, de amor propio, un descuido que en lo meramente discursivo no repara en que el acceso a una alimentación “alta en fibras y baja en carbohidratos” necesita de tiempos y recursos que no todos poseen, porque el acceso al cuidado propio y de otros es desigual, porque un cuerpo ansioso y endeudado no es lo mismo que un cuerpo con disponibilidad económica y subjetiva para el cuidado de sí. Por lo tanto, el rechazo que socialmente nos provoca la obesidad, guarda relación tanto con alejarse del ideal de belleza, como con la infracción a los códigos que debemos mantener si queremos ser aceptados, amados y funcionales. Paradójico, por decir lo menos, en un país con altos índices de obesidad, como bien menciona Andrea en su crónica. Pero tal vez no tan paradójico si sospechamos de un sistema que históricamente ha producido diferencias y exclusiones, que así administra su supervivencia.

Quería comentar que la censura, la en extremo torpe y condenable falta de consideración que ha sufrido Andrea a través de la exposición y rechazo de sus fotos me parecía, en cierto modo, inexplicable. Luego y rápidamente recordé que estamos frente al diario La Segunda, del cual conocemos su historial de complicidad histórica y contemporánea con los grandes poderes económicos, con los crímenes de la dictadura y los sectores más conservadores de este país y me pareció derechamente una provocación, una agresión para todas las personas que a diario nos toca ser nuestro cuerpo, para todos y todas los que tenemos que demostrar que tenemos voz, que tenemos que defendernos de ser un objeto manoseable y apropiable en la calle, para quienes cruzan constantemente la frontera de lo “no saludable” por explotados, por excluidos.

El truncado “Viernes desnudo” de Andrea, no es otra cosa que el recordatorio diario de que todo sigue más o menos en el mismo lugar para quienes ostentan el poder y para quienes lo disputan, y que el discurso inclusivo y de buena crianza de la diversidad tiene límites claros: hay cuerpos que no se muestran públicamente, hay diferencias de sexo, raza y clase que no son consideradas, pues deben seguir existiendo para organizar el adentro y el afuera que interesa mantener, vender, explotar. ¿Por qué debería aceptar sin más el sistema capitalista que de un día a otro gocemos y nos apropiemos de nuestros cuerpos imperfectos, desmedidos, recorridos y disfrutados libremente? No lo acepta y este caso lo recuerda. Lo enrostra. En una suerte de lapsus, de acto fallido editorial da cuenta de su verdad más reconocible, esa que me hizo dudar cuando no entendí muy bien por qué después de convocar a Andrea, de exponerla desnuda en la sesión de fotos, se la rechazaba. Un simple lapsus, un gesto engañador.

Este lamentable y condenable episodio es tarea para las luchas del feminismo no solo porque hay una mujer involucrada, sino que también porque si comprendemos a este como uno de los grandes denunciantes de las exclusiones, de la arbitrariedad del “adentro y afuera” de los binarismos, de las fronteras que dividen entre cuerpos apropiados e inapropiados, podemos mantener presente siempre su potencial de transformación social sin perdernos en una falsa lucha por la igualdad o la diversidad (dos caras eventuales de una misma moneda) que no contempla ni resguarda a los cuerpos que siempre terminan quedando por fuera de lo aceptable bajo la mirada hegemónica.

El muy rechazable mal rato que ha vivido Andrea nos sirve para mirar en perspectiva política y conceptual las potencialidades del feminismo, volviéndolo a situar como una posición ética, sí, como una afirmación de alianzas, pero también como una herramienta crítica que a veces es olvidada en la apropiación e higienización de sus luchas. El feminismo -o el feminismo que a mí me interesa defender- insiste en las diferencias de clase, denuncia la desigualdad, las “marcas” de la orientación sexual, de la raza. Circula de manera inquieta pero también decidida entre mujeres y por fuera de ellas, generando alianzas en torno a proyectos, ideas y transformaciones profundas. El feminismo no complace, no se agota en cuotas ni agendas por una diversidad de rostro bello y cuerpos aceptables, el feminismo corre los límites de lo posible y lo comprensible, esa ha sido siempre su lucha, su horizonte, su tarea.

*Revisa acá y descarga nuestro dossier: Por mí y por todas mis compañeras

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