Requiem para David Bowie

En el mundo onírico que imaginaron Christine Vachon y Todd Haynes para la película “Velvet Goldmine” – que recrea el Año Cero del Glam Rock – la herencia y genio de Oscar Wilde pasan a través de una joya extraterrestre que encuentra en medio de una golpiza escolar el avatar ficcional de Brian Eno, “Jack Fairy”, al Ziggy Stardust encarnado por el irlandés Jonathan Rhys Meyers. Este a su vez lo comparte con el que todos sabemos representa a Iggy Pop, quien no es otro que Ewan McGregor, quizás el representante masculino más importante de nuestra generación a nivel icónico/cinematográfico. Hay ahí otra perceptible transmisión del fetiche, de Wilde a Bowie, de Bowie a McGregor. Se completa el círculo.

Creo que el duo Haynes-Vachon acierta cuando traza ese vínculo entre Wilde y Bowie, y me atrevo a unir los puntos que faltan con el inolvidable Quentin Crisp y de ahí a Lost Generation en Paris con Dalí, Hemingway, Gertrude Stein, ese mundo post colonialista que daba paso al siglo XX y en los años 60s expresa el pináculo de la Civilización Occidental que ya en los 70s empieza su decadencia.

Escribiendo desde un 2016 recién estrenado, puedo viajar en el tiempo con mi mente y recordar infinidad de experiencias que me vincularon con la música, el arte y la sensibilidad estética de David Bowie, y de cada uno de sus avatars. Cada encarnación de su camaleónica carrera representando una vida, como si pudiera mostrarnos el eterno devenir con su mera existencia.

Algunos lo conocieron como jovencito Mod, otros con su belleza folk y casi femenino en Space Oddity… Muchos lo conocimos como el extraterrestre Ziggy Stardust, luego Aladdin Sane, el cocainómano Thin White Duke, el “Hombre que cayó a la Tierra”, Pierrot, Jareth “Rey de los Goblins” en Laberinto, el moderno Bowie ochentoso de Tin Machine, para coronar con el ausländer de Earthling y finalizar como Lázaro, el hombre que trasciende la Muerte.

Quienes vemos en los arcanos el camino hacia la iluminación sabemos que Muerte tan solo significa cambio, pero aun así, aunque sepamos que es inminente la transmutación del cuerpo de David Robert Jones en polvo de estrellas, lloramos.

Lloramos por nuestra juventud, lloramos por nuestra mortalidad, lloramos por nuestro héroe solar, por el avatar de Dionisio en esta Tierra, como antes Wilde, como aun antes Byron. Lloramos por nuestro Padre, los freaks de este Mundo cada vez más plástico y efímero, cada vez más cínico. Lloramos por la pérdida de referentes. Lloramos por los momentos que nos devuelven cada una de sus canciones, aquellos que ya no van a repetirse. Lloramos por el siglo XX, aquellos que le pertenecemos, aquellos que somos conscientes que este ya no es nuestro mundo, sino el de los que no conocen a Bowie, no les importa quien era Bowie, y no les interesa lo que vivimos con Bowie. Ese es el futuro que nos espera, y eso también nos mueve al llanto.

Hay o hubo una estirpe de músicos que bebiendo a través del Atlántico las aguas barrosas del Mississippi, ese río turbio y serpenteante que zurca los Estados Unidos de América, pudieron catalizar la cultura de una Inglaterra de clase trabajadora con aspiraciones. Tal como creía el pionero del modernismo Pete Meaden, “vida limpia ante circunstancias difíciles”. Se refería al estilo, se refería a la consolidación de una cultura joven que antes daba pie a la adultez y que ahora se convirtió en eternidad. Mueca y guiño al viejo Huxley, él la vio.

David Bowie pertenecía a esa generación de la cual nos quedan pocos íconos, a los cuales los nostálgicos como yo nos aferramos como si fueran la última balsa disponible en un mar bravío y amenazante. Su mera existencia nos reconfortaba.

El viernes escribí en Facebook:

“Hoy cumple 69 años David Bowie. Quizás la persona que más influenció mi vida y noción estética desde mi infancia hasta hoy.
Fue antorcha y deseo para dos niñas de Villa Urquiza, mi hermana y yo.
Cualquier cosa border, cualquier duda… la chequeábamos en el libro de Bowie.
Sentada en el marco de la ventana de Rivera y Burela, radiograbador a cassette, y Ziggy Stardust en repeat.
Malas tinturas y la excusa de perfil de Low.
Canciones como himnos.
El Coro Bowie.
Cada uno de los ch-ch-changes,
Un reflejo de cada uno de nosotros.
Realidad o ficción.
Construirse a si mismo.
Deslealtad a los personajes que construimos, para crecer.
Quizás David Robert Jones nunca tenga la noción, de la cantidad de hijos que tuvo (y tiene) alrededor de esta roca, que da vueltas alrededor del Sol.
Necesitábamos a nuestro Starman,
Nuestro Hombre venido de las Estrellas.
Feliz cumpleaños, Padre. Renace por siempre, Lazarus.”

Enfrentar la mortalidad de los héroes es un rito de pasaje para todos los seres humanos desde tiempos inmemoriales, el vínculo internauta de nuestro dolor compartido representa los dolores de parto de esa nueva persona que acaba de nacer, que es cada uno de nosotros, los que escuchamos el mensaje del “Hombre que vino de las Estrellas”. Es mi generación trascenciendo a uno de sus Padres. Lloremos y riamos juntos.

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