Perfecta para mí, mi amor

Conocí a Mara en un café del centro. Era uno de los primeros días de otoño en el que hacía frío y el sol no calentaba, aunque nos miraba desde arriba. Nunca nos habíamos visto y concertamos una cita para ese día, para conversar sobre su libro. Tenía puesto un chaleco celeste y una sonrisa hipnótica. Lo que era una entrevista acotada, se transformó en tres horas de conversación sobre música, sobre el amor, sobre la transición de su cuerpo, de su mente y también la de su entorno. Sobre ser profe y también sobre trabajar en el supermercado. Sobre escribir. Sobre ella. Esa entrevista en realidad fue una cita en la que conocí a una persona para admirar, no fue trabajo. Nos sacamos fotos, nos reímos, tomamos cafés ricos y nos despedimos con un abrazo largo.

A Mara Rita la admiré antes de quererla. Pero el espacio entre una cosa y otra fue bastante pequeño. A Mara Rita la admiro y la quiero, en partes iguales. Y así será siempre. Por su valentía, su convicción y porque en medio de situaciones de tristeza o desaliento, su sonrisa y ojos redondos brillantes nos permitían pensar en que había esperanza para todas y todos.

Hace algunas semanas, yo estaba muy triste. Desanimada y cansada. En Facebook pertenezco a un grupo secreto de mujeres, en el que conversamos sin censura sobre temas que frecuentemente son reprobados al hacerlo en público. Un espacio seguro. Ahí expliqué lo que me pasaba y dos minutos más tarde, aparecía una ventana de chat de la Mara. Por chat, tan solo, ella fue capaz de darme fuerza, de hacerme entender que lo que hacemos no es en vano y que estaba orgullosa de mí. Sus palabras esa vez y otras anteriores, significaban un abrazo aunque no la tuviera al frente. Ese mismo día me pidió que prologara su libro nuevo, el que estaba terminando. Había quedado de enviármelo por estos días.

Con la Mara no éramos las mejores amigas, no nos veíamos siempre, ni conocía a toda su familia o entorno más próximo. Pero yo a la Mara la quise. La quise porque era una compañera de lucha, aunque fuéramos por veredas diferentes en el papel, nuestros anhelos no lo eran tanto. Ambas queríamos vivir en paz, en amor, en felicidad e igualdad. Sin violencia y con libertad. La Mara era mi compañera, así como fue la compañera de muchas otras personas.

Anoche, en la casa de la FECH, estaba lleno de gente. Es el lugar en donde nos podíamos ir a despedir de ella. Amigos, familia, compañeros de activismo y de trabajo. Estábamos todos llorando, pero de fondo sonaba Miranda!, uno de los grupos favoritos de la Mara. Más tarde llegó (me llamo) Sebastián y cantó tres temas que a ella le gustaban mucho. Nadie aplaudía entre canción y canción, pero escucharlo a él y su piano sé que no sólo para mí fue reconfortante. Me hizo pensar que la Mara estaría contenta, porque la estaban despidiendo como la estupenda que fue y será siempre. Luego, mucha gente habló sobre ella. Y de todas las bellas palabras que pude escuchar, hay algo que resonó muy fuerte en mi pecho. Una madre de una niña trans explicó que gracias a Mara, a su trabajo y a su manera de mostrar amor, la vida de su hija sería mucho mejor. Y eso es todo lo que necesitamos saber.

Como alguien más dijo anoche, la Mara se fue en poder. No en paz. En poder. Y eso es algo mucho más valioso, una idea que resulta totalmente coherente con la persona que conocí. Se fue querida, contenta con ella misma, enamorada de su novio. Se fue poderosa. Y poderosa siempre la vamos a recordar.

Te queremos, Mara. Te vamos a extrañar. Pero te tuvimos y ya por eso, sólo debemos dar las gracias.

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