Apendicity: Mi amigo y su entrepierna sagrada

Por Arelis Uribe

Estábamos carreteando en la casa de una amiga y no sé cómo salió el tema de los café con piernas. Yo he ido a algunos del centro, como el Haití, donde más que mirar culos, una disfruta del café. Dos amigos empezaron a compartir sus experiencias en esos locales que no tienen las puertas abiertas, sino que ocultan todo lo que pasa tras vidrios polarizados o derechamente pintados de negro.

Uno dijo: estábamos en primer año de universidad y entramos a uno de Estación Central. Pedimos los copetes más baratos y un amigo le miraba las tetas con descaro a una de las chiquillas. Llegó la hora feliz y mi amigo tuvo la osadía de hundir la nariz en el escote de la tipa que lo atendía. Cuando nos fuimos -ninguno pasó a un privado, éramos estudiantes pobres- el amigo con el que iba contó que después de emerger de esas pechugas enormes, la boca le había quedado llena de galleta molida. Parece que alguien, antes que él, había incursionado en el escote sin lavarse los dientes.

Nos reímos. Era una anécdota cerda y esas historias vomitivas siempre son chistosas.

Otro contó esto: éramos escolares y no teníamos nada de plata. Fuimos a un café con piernas del centro. Entré con mi amigo y altiro dos chicas nos hablaron. Nos pidieron que las invitáramos a un copete y nos sentamos en un sillón. Estábamos tomando y conversando, yo le miraba las tetas y tenía ganas de agarrarle el culo, pero no sabía si podía. No era fea, pero no era pa’ presentársela a tu papá. De repente, la mina me preguntó “¿querís que te la chupe?”. Quedé palacagá.

Ahí lo interrumpí y le pregunté, ¿se te paró?

Qué, me contestó él, cómo me preguntai esa hueá.

¿Qué tiene que te pregunte?

Na’ que ver po’, cómo preguntai eso.

Pero dime po’.

No, no se me paró.

Mi amigo quedó choqueado. Se puso rojo, supongo que se sintió vulnerado y avergonzado. A mí me dio rabia y se lo dije, ¿por qué si acabas de hablar del culo y las tetas de una mina y yo te escucho intentando empatizar con tu historia, tú te ponís de todos colores cuando te pregunto por tu entrepierna, por lo que sentías?

Nos dimos vueltas en una discusión que no tuvo sentido y que no vale la pena reproducir, pero en el fondo la actitud y el discurso de mi amigo no fue más que el reflejo de algo que tenemos bien interiorizado y naturalizado: hablar y referirse al cuerpo de las mujeres es normal. Pero los penes y el cuerpo masculino es otra cosa. Parece que son sagrados.

Por ejemplo, excluyendo la pornografía, la tele y las películas en general igual muestran pechos o potos, pero nunca hombres piluchos. ¿Por qué? Mi teoría es que la narrativa en general es masculina y el androcentrismo poderoso: las historias -tele, radio, libros, cine- son contadas mayormente desde y para varones heterosexuales, a quienes “no les gusta el pico” y por lo tanto no muestran ni quieren ver penes en la pantalla. Así, lo masculino es menos referido como objeto que lo femenino.

Alguien podrá decir que igual Pato Laguna salía en calzoncillos en los catálogos Avon. Sí, hay una objetivización ahí, pero insisto que a nivel masivo no hay comparación. En fin, sólo me sorprendió eso, que mi amigo, como no está acostumbrado a que lo traten como objeto, se pusiera rojo porque me referí a su cuerpo, pero ni se inmutó al referirse al culo de la chica del café. Quizá, con lo que sintió, el patudo aprenda a ser más empático. Ojalá.

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