Manual para controlar la nostalgia

Ya se sabe: hace más de tres décadas que la cultura se ha vuelto sobre si misma, y pareciera ser que el enrollamiento es cada vez mayor. Ya en los años ’80, se había operado una vuelta al cine negro y a cierta estética de los años ’50. Luego vinieron los ’60, los ’70, y ahora le tocó a los ’80. Lo que ocurre es que lo actual es una mayor cercanía entre el recuerdo y el recordador. Quienes desempolvan el calendario son los que eran niños y adolescentes en esa década. Dalia Ber y José Esses, los autores del libro Los 80 – La Década, están pisando los 40 años, edad que los ubican en el target del producto final.

 
El libro es no es de opinión, ni reflexión, ni de historia escolar; es una especie de Enciclopedia de década ordenada cronológicamente de 1980 a 1989. Es un manual de consulta para el nostálgico, que puede ir directamente al día y mes en busca del hecho en particular, o para quien no lo vivió y se quiere enterar que pasó. En cualquiera de los dos casos, no es para leer de manera lineal, nadie lee un diccionario de corrido, salvo Rain Man, porque son cortas rememoraciones, aunque no caóticas. “Por eso nos resultó natural la idea de hacer este libro”, dicen los autores en el prólogo. Es un trabajo muy riguroso de hemeroteca, el recuerdo puesto en un envase duro, lejano de toda emotividad fácil al estilo de los programas de VH1, lo cual se ve reforzado por el hecho de no tener ni una fotografía más que la de los escribientes, de niños, el único toque compinche. Esto no quiere decir que la escritura sea fría como la de un manual de instrucciones; hay un tono de comentario amable, que contextúa y se hace llevadero, sin emitir juicio. Letras y datos a doble columna, hechos históricos de los grandes, Alfonsín, ante todo, el final del Proceso y apenas Menem; hechos culturales, películas, recitales, programas televisivos, todo el espectro, mucho más cercano al lector en términos de afecto; y el submundo de la nostalgia, el chimento, las publicidades y los latiguillos de los conductores televisivos. Algunas noticias sorprenden porque quedaron olvidadas, como el nombre de la estación Ministro Carranza de la lïnea D. Otras son un guiño siempre presente en las expresiones populares, como el Alcoyana-Alcoyana de Berugo Carámbula.

 
Una pregunta que induce el texto es la del porque todos esos años son tan persistentes en la memoria, incluso en la de los que aún no habían nacido. En Argentina, se puede pensar en la liberación, en el final de una dictadura, en el destape, pero eso ha ocurrido cientos de veces en la historia de la Humanidad, y sus recuerdos suelen ser mucho más comprometidos. Más bien tiene que ver con el final de una forma de vida mucho más artesanal hacia esa posmodernidad que muchos comentan y ponen en duda como caracterización, pero que, sin duda, es otra cosa. De hecho, los tiempos corren cada vez más rápido y la sensación ante algo de hace 20 o 30 años parece la misma que en otros tiempos se tenía de ocurrencias de 200 o 300 años atrás. Al segundo todo se vuelve viejo. Es la última década de la que un adulto puede reflexionar “con que poco nos conformábamos”. Y de acá, la segunda obvia pregunta es ¿cómo hacíamos para vivir sin Internet, sin cable, sin altas tecnologías más que la doble casetera, sin virtualidad? Esses y Ber no ponen imágenes en Los 80 pero si en la cuenta de Twitter, en una combinación rara de viejo y nuevo, porque los recortes de diarios son fotografiados con celular en lugar de ser escaneados. Si bien el libro tiene la rigidez de un anuario porque no quiere ser un producto para conmover de manera fácil, tiene su anexo fuera de época, para que no nos olvidemos que no se puede volver hacia atrás. En el terreno de la virtualidad cualquiera puede ser cualquier otro, y, ahora, la frase ingeniosa o el remate de un actor televisivo la puede inventar quien sea, difundirla y viralizarla.

 
Hoy, Internet es el medio por el cual se ha disparado la nostalgia de quienes fueron niños y adolescentes en los años ’80 con sitios que celebran las viejas marcas de gaseosas, golosinas y figuritas. El movimiento de revival ahora se deglute a la década que comenzó con la tendencia, y luego de esta última superposición pareciera no haber nada que inventar más que repetir. El libro en cuestión es una retirada del halo mágico para encajonarlo e intentar crear algo nuevo; ni siquiera la tapa remite demasiado a esos diez años, sin fluos, smiles o pac-mans; diez años en los que pasaron muchas cosas, como suele suceder.

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Los 80 – La Década

de Dalia Ber y José Esses

Editorial Planeta

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