La tarjeta dorada

“Sospecho que intereses oscuros están buscando usarme como publicidad para la campaña feminista radical extrema, como rockero abusador, politizado y como trofeo en una guerra sexista desquiciada”.

Este es un mensaje que compartió Cristian Aldana en las redes sociales de El Otro Yo durante septiembre, y que reafirmó días atrás, con otra publicación, en la que además defendió a Onda Vaga, banda argentina cuyos miembros también han sido acusados de abuso sexual, con testimonios publicados en un blog. Recordemos que las acusaciones contra Aldana se reavivaron -siempre hubo rumores tanto en Argentina como a este lado de la cordillera- en abril del 2016, cuando el músico decidió hablar en público y defender a Migue de La Ola que Quería Ser Chau, también acusado de agresiones sexuales.

“Todo hombre hoy es sospechoso arbitrariamente”, dice en su declaración. Leo la frase una y otra vez en mi mente. A veces pienso que sí, otras que no. A veces pienso que sí porque la maquinaria del patriarcado es un monstruo del que nadie está libre, ni tú, ni yo, ni ellos. Que todos los hombres pueden haber sido o podrán ser el cuerpo que habita esa violencia, porque nos cruza desde el momento en que nacemos. El punto es que esa frase que enuncia Aldana, recluido en la cárcel de Marcos Paz desde diciembre del 2016 y con un juicio en curso, invita una vez más a desacreditar al movimiento feminista contemporáneo, que ha ayudado a las mujeres a tomar sus historias y hacerse cargo de ellas de la manera que pueden, sobre todo cuando no hay justicia o confianza en ella.

“Hoy la escena Musical Independiente de Argentina sufre una persecución inimaginable. Yo no soy un violador ni un abusador ni un golpeador. Entré al penal de Marcos Paz el 24 de diciembre del 2016 y desde ese momento veo como El Otro Yo, Salta la banca, La Mississippi, Boom boom kid, Jauría, El Mató y ahora Onda Vaga – grupos políticamente incorrectos que no se dejan dominar por patrones comerciantes esclavizantes de la industria musical, y que por lo tanto, somos un mal ejemplo para una idea de sistema capitalista y oligarca- quieren desprestigiar la elección exitosa de ser un grupo musical independiente. Hoy somos perseguidos, desprestigiados, vulnerados y estigmatizados. Les pido a mis colegas que no tengan miedo. Salgan a hablar. Defiendansé. No dejen que nos roben y pisoteen nuestros ideales”, dice en otro párrafo.

El vocalista de El Otro Yo no está recluido mientras se realiza el juicio por nada. Existen siete denuncias formales de agresión sexual y corrupción de menores, a fanáticas que en su momento tenían 14 años, en promedio. ¿De qué persecusión inimaginable habla? Y así como él, diferentes hombres, pertenecientes a bandas de rock están siendo señalados como abusadores. ¿Por qué ser artista o politizado debiera entregarte un pase libre para violar o agredir? Al parecer, por décadas muchos pensaron que ser artista les entregaba una tarjeta dorada de impunidad, una que podían sacar cada vez que querían pasar por encima del cuerpo, la historia o la dignidad de otra persona, casi siempre mujeres.

Hoy en Chile, hay algunos que siguen pensando que tienen esa tarjeta. Un poco más pobre, menos glamorosa, pero igual de brillante. Hace una semana veía cómo diferentes hombres acusados públicamente hace un año de agresión sexual y otros de contagiar enfermedades a mujeres adolescentes a diestra y siniestra, se paseaban en un festival en Santiago de Chile, como si nada hubiese pasado. Toda una tarde pasándola muy bien, tomando cerveza y viendo conciertos junto a sus amigos, otros músicos de los que aún no salen a la superficie sus abusos cometidos o bien, hombres que han guardado silencio frente a diferentes violencias que han presenciado.

Y mientras miraba el paisaje, esa tarde, se me acercaban mujeres. Mujeres que fueron agredidas por ellos. Amigas de otras que sufrieron y vieron marcada su propia historia. Lo que más se repetía fueron dos comentarios: “siento que a nadie le importa” y “siento que todos los espacios son de ellos”. Una vez más, ellos estaban adelante, disfrutando, siendo dueños de todo y ellas se quedaban atrás, sintiendo que no pertenecían y que ese espacio no era seguro ya no solo para ellas, sino para todas.

El sentimiento de impunidad las embargaba. A mí también. ¿Cuándo se va a quemar esa tarjetita dorada? Y mientras leía las declaraciones de Cristian Aldana, pidiéndole a sus amigos abusadores que se defendieran de esta conspiración feminazi instrumentalizada por los poderes fácticos, no podía dejar de sentir rabia. ¿Por qué les insta a defenderse? ¿Por qué esos músicos cuestionados podrían tener miedo? Si la realidad está siendo clara: la situación de Aldana es una excepción a toda regla. A nadie le importa, o mejor dicho, pasado un tiempo, a la gente le deja de importar si un hombre violó, abusó, golpeó, rompió una vida. ¿Por qué debieran de temer? Después de ese impacto inicial, después de que aparece un testimonio, en la mayoría de los casos no sucede nada y ese hombre que dañó a otro ser humano sigue con su vida, sigue con sus proyectos, sus relaciones. Para él la vida no se truncó. Y lo más siniestro de todo ello, es que puede seguir haciéndolo.

“Gracias a Dios sigo vivo y luchando con los brazos en alto. Pido por mis colegas, hoy le tocó a Onda Vaga, ¿quién sigue en la lista?”. Todos los que tengan que seguir, Aldana. Porque aunque la realidad nos muestre que los abusadores no deben tener miedo, quiero creer que sí. Que llegará el día en que vamos a mirar atrás y vamos a hacernos cargo de todo. Y todo esto será gracias a todas las que levantaron su voz, las que se arriesgaron a ser revictimizadas por contar su historia. Un día, esa tarjeta dorada se hará polvo.

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