Gata fiera #2: Arma hechiza

Pienso en tu mirá
tu mirá clavá
es una bala en el pecho
Rosalía

En medio de la locura que significó la liberación de seis criminales de lesa humanidad desde Punta Peuco, tanto mi vida, como la muerte se interrumpieron. Trabajo en las comunicaciones y contenidos de un sitio de memoria llamado Londres 38. Un sitio de memoria es un recinto clandestino donde se torturó y exterminó a cabros de 25 años promedio, hace cuatro décadas atrás. La liberación de estos asquerosos asesinos es una de las situaciones críticas que las organizaciones de DD.HH. enfrentan; porque quiere decir que todo el trabajo y los esfuerzos extrahumanos que se realizan no sirven para nada: que cualquiera puede matarnos, pues sabe que terminará libre. Significa que al Estado le importan algunos más que otros. En definitiva, que no valemos lo mismo.

En medio de esos días de euforia y urgencia, tuve un reencuentro con un colombiano hermoso con quién pelié toda una noche y no pudimos llegar a nada. Esa mañana, luego de cerrar el portón en pijama y jurarme que chao, volví a la cama. Me puse los tapones de oídos para dormir. Acto seguido recibí la llamada de un amante del pasado, de un amante que además es vecino. Salí en body de encaje a responder a ese llamado de emergencia, baby. Enojada, eufórica, precisa.

Lo amé el primero de los tres años que llevábamos frecuentándonos y preguntándonos poco. Después se me pasó. Todo lo íntimo, demasiado personal o contingente, duele en este tipo de relaciones, entonces una lo obvia y espera que el otro haga lo mismo. Las palabras redondas de amor sólo tienen espacio entre langüeteo y langüetazo. Para el descanso las caricias no se miden, pero tampoco se buscan. El sexo aparece como una dimensión ligera: hay ansiedad por el goce, pero también por el dolor que provoca el sexo cuando es duro pero también amable. Un paisaje minimal se extiende sobre nuestros cuerpos frotándose, existimos juntos. Nos despedimos y ya no somos. No hay atado y es un ejercicio constante mantener las distancias. Sin embargo fue un gran reencuentro. Principalmente porque él estaba triste y con ganas. Y yo también. Simulacros de amor dirán algunos (fomes) yo digo: realidad. Soy yo quien responde al llamado de la taza de azúcar, sabiendo de qué se trata y decide ir. Pero por alguna razón poco prevista, en ese encuentro apareció una loca corriendo y nerviosa ante la posibilidad de haber quedado embarazada ¿¡Qué hago!?

Tomé la famosa pastilla del día después. Llené una orden que me regaló una tía para “alguna emergencia”. Tomé contacto con las amigas de Con las amigas y en la casa (organización que te va a ayudar de manera seria y oportuna ante el drama esdrújulo que estás pasando). Me imagino que sabes que, si vives en este país y no quieres ser madre, estamos obligadas a agruparnos y pedir ayuda. Ellas me ayudaron. Me recetaron Levenogestrel = Escarpel = Postinor 2. Esa noche caminé sola hasta la posta donde está la farmacia 24/7. Sintiendo todo el miedo, frío y congoja de nunca haber pasado por esto. Tengo 33, no 22, ni 11, me digo. Agradece que no tienes 22 ni 11, insisto.

No hubo reggaetón que me motivara de regreso a la casa. Me tomé la primera, luego de 12 horas, la segunda. Esa mañana tuve manos las calientes, sopor, mareos y una molestia generalizada que se prolongaría 2 o 3 días. Incluyendo bajas de presión y un cansancio del tipo “embarazo sicológico” que me bajó. Pero no sangré, no me bajó. Durante 2 o 3 días funcioné como si estuviera embarazada. No contemplé el hecho de que haber estado tomando antibióticos haría que esas pastillas tuvieran una efectividad del 50%. El estómago, duro de nervios, se levantaba. Figuraba hinchada. El eje de mi cuerpo se trasladó. Qué locura, pensaba, mirándome en el espejo. Registrándome los rollos, aplanándome, sobándome, apretándome las carnes que cambiarían en contra de mi voluntad. Porque abortar, según yo, sería un nuevo riesgo de trombosis, es decir, un riesgo de morir ¿Qué será más peligroso? Pensé ¿Parir o abortar? ¿Soy libre de decidir? Por un lado, estaba la voluntad de decidir sobre mi vida, por otra: la ciencia, la clandestinidad y la muerte dándome la mano.

Pensé también en los sueños frustrados de mi mamá y abuela de tener (bis)nietos. Pensé en mis ganas de estudios y viajes, siendo frustradas, postergadas, porque así conozco la maternidad de las mujeres pobres de mi familia. Trato de darle vueltas, de pensar de otro modo, pero no puedo. Es un asunto de clase, me repito. No de actitud y menos de suerte, sino de las experiencias que la clase y sus deudas me donan. Desde la discriminación hacia las maternidades solteras o separadas, hasta la escasez de tiempo y plata. La privación perpetua de la libertad. La maternidad carcelaria no me abandonó, al menos la idea. Cada salida a la calle era ver embarazadas y guaguas haciendo show desde sus coches ¿Por qué crésta pasó a algo así? ¿Quién es este vecino? ¿Tendría un(x) hije con él? ¿Cómo sería? ¿Cómo reaccionaría si supiera de eso? ¿Por qué no haberlo previsto todo? ¿Por qué tanto esfuerzo, tanta energía, para llegar a esto? La culpa se me coló por toda la trama simbólica y química del cuerpo. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Decenas de libros de feminismo metidos por la raja, de una. Y nadie te ayuda a salir de ahí.

Evidencia
La pierna me dolía, picaba, me tiraba. Recordé el trombo-episodio. Pedí hora a un doctor de urgencia. Me pidió quedarme en calzones para revisarme. Me miró ambas piernas, me las apretó. “Todo está bien”. Le conté sobre la pastilla del día después, que no pasa nada, que estoy así porque el miedo a quedar embarazada me tiene tensa y que mi pierna más débil lo reciente. Hay -pienso- partes de mi cuerpo que sienten más que otras, que se resienten, que nos dejan en evidencia. El viejujo me dió una orden para un anti-inflamatorio y un exámen de sangre, para salir de la duda. Me guiñó un ojo. Sábado en la mañana: un frasquito de sangre y una herida en mi brazo derecho que me recuerda cómo en cualquier minuto puedo perder el control sobre mi. Sé que el único derecho que tengo, en ese pasillo de toma de muestras, es mi brazo.

La rabia fácilmente se me transforma en energía. Como no me llegaba la regla, decidí caminar (y sigo caminando) todo lo que pueda. También me masturbo más; no sé si eso ayuda a que me llegue, pero ayuda igual. Hago lo que puedo para que mi cuerpo me responda. Lloro mucho entremedio, porque estoy cansada y decidida a no ser madre. No pienso pasar este fin de semana preocupada solamente yo. Entonces le hablo al vecino, le cuento todo. Que él lo descarta, que me tranquilice, que por eso no me llega, que sino ahí habrá que ver. ¿Habrá que ver qué? Qué mierda.

Cada hombre en mi vida es una historia. Y me interesa en profundidad y duración como profunda y gozosa sea su performance. Soy como una Bad Gyal cualquiera que se enamora y deja al mino, una y otra vez. El problema de esto es que la vida dura más de 3 minutos, más de 2 horas de sexo. No estoy de acuerdo en volver a poner en riesgo mi propia historia, por más rico que sea eso que nos enganche. Porque esa historia no sólo cuenta mi biografía, mi escritura y sueños, sino que también la de todas las que me rodean: amigas, hermanas, madres, abuelas, tías, primas, compañeras, jefas. Mi historia personal también es social. Es la historia de las amigas de las amigas, incluso. Amar con la intensidad y experiencia vital que me llega desde todos los costados ya no me permite volver a ponerme en jaque, en un riesgo como el que acabo de sortear. El resultado de sangre salió negativo, pero no le aviso a la contraparte.

En ese silencio vuelvo a mi. En esa ansiedad desplazada de eje, vuelve la energía a mi trabajo. A la lucha por los derechos fundamentales que nos han sido sistemáticamente negados. La política y el amor, así como la política del sexo, son vínculos no extraños, se conocen e interactúan en el mundo de las percepciones y la especulación. Vale decir: en la ficción. Sé que no puedo volver a pasar por todo esto sola, ni por una taza de azúcar o por un abrazo en los días que este país se derrumba en dignidad y palabras. Me niego. El riesgo de las mujeres que tenemos sexo con hombres ya no es enamorarse, la traición o los celos. Las huevas. El sexo heterosexual nos pone en riesgo de muerte, no sólo por las ETS, sino que también por lo que ocurre con un embarazo no buscado, es la aplanadora operando desde “adentro” (nuestra moral mariana) y desde “afuera” (la clandestinidad del aborto y el capitalismo esclavizante de las madres). Y esto hoy, para mi, es constitutivo de quienes nos llamamos mujeres. La eme de muerte nos antecede, contamos con ella. Nuestra libertad camina sobre el vacío, equilibrando entre el azar y la posibilidad de volvernos otra (con otro cuerpo, otra vida, otro destino). La libertad de amar y gozar coquetea entonces con el peligro. Se torna un arma sin empuñadura, un arma hechiza, de doble filo: un riesgo para las mujeres que la (y nos) defendemos.

*Foto de portada: Josh Antonio

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